Domingo XII Tiempo Ordinario (A) – Homilías
/ 21 junio, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Jer 20, 1-13: Libera la vida del pobre de las manos de gente perversa
Sal 68, 8-10. 14 y 17. 33-35: Señor, que me escuche tu gran bondad
Rm 5, 12-15: No hay proporción entre el delito y el don
Mt 10, 26-33: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Juan Pablo II, papa
Homilía (20-06-1993): Es tiempo de anunciar el Evangelio.
domingo 20 de junio de 19931. «No tengáis miedo» (Mt 10, 31).
En la proclamación del Evangelio de hoy ha resonado tres veces la invitación a confiar. El Señor Jesús, el Resucitado, también nos lo repite hoy, se lo repite a la humanidad, que está experimentando cambios sociales significativos en la última parte del presente siglo y de este milenio.
¡No temáis! En el nombre de Cristo, os repito esta palabra tranquilizadora y exigente, querida Iglesia de Foligno, reunida hoy con su Pastor en torno al Sucesor de Pedro para ser confirmada en la fe y encontrar un nuevo impulso para la comunión y el testimonio evangélico.
¿Cuál es la razón de nuestra confianza, una confianza que debe superar todos los miedos? El apóstol Pablo responde: «el don de la gracia» que, a través de Jesucristo, se derramó «en abundancia sobre todos los hombres» (Rom 5, 15).
Ya el profeta Jeremías, a quien escuchamos en la primera lectura, al sufrir el rechazo y la persecución, no vacila y no se desanima de cara a su misión, porque sabe que el Señor está a su lado: es Él quien libera la vida de los pobres (cf. Jer 20 , 13).
Con la Encarnación de la Palabra eterna del Padre, la bondad y la fidelidad de Dios se manifestaron plenamente a los humildes que lo buscan. Lo invocamos en el Salmo: «¡En tu gran amor respóndeme, ¡oh Dios!». Y Dios realmente ha respondido al clamor de los hombres: en su Hijo unigénito nos ha comunicado su amor, su propia vida.
Aceptad este regalo y vividlo plenamente, sin reservas ni temores: esta es la invitación que el Evangelio nos dirige a todos hoy: a toda la Iglesia, a todos los reunidos aquí, a todos los hombres de buena voluntad. Aquí está la maravillosa experiencia de los testigos de Cristo: abandonarse totalmente en las manos del Padre eterno y ser libres y valientes frente al mundo.
2. El discípulo sabe cómo reconocer a Jesús «ante los hombres» (Mt 10, 32). No tiene miedo de anunciar a plena luz la palabra del Evangelio ni de predicar sobre los tejados.
A nuestro alrededor, queridos hermanos y hermanas, y a veces incluso dentro de nosotros, existe la fascinación por lo que es relativo y cambiante, de lo que, en su naturaleza provisional, no se compromete por completo. Así, la verdad da paso al relativismo de las opiniones.
En tal contexto, los creyentes, apoyados por el poder del Espíritu Santo, están llamados a ser la presencia crítica de todo aquello que es incompleto y erróneo para servir a la verdad sin dudar y sin temor. Esta es una deuda que la Iglesia tiene en particular con las generaciones más jóvenes, cuya aspiración natural a un mundo nuevo puede encontrar una respuesta satisfactoria solo en Cristo, la única «novedad» auténtica de la historia. Cuando digo estas palabras, no puedo evitar pensar en estos jóvenes que ayer en Macerata se prepararon para su peregrinación anual de Macerata a Loreto. Hoy ya están en Loreto, han caminado toda la noche y ciertamente esta peregrinación es una expresión de su fe, su esperanza, su apego al Evangelio y la expresión de ese «no tengáis miedo», porque camináis con Cristo. Desde esta celebración eucarística en Foligno, saludo a mis jóvenes amigos que ahora están en Loreto y se preparan para participar en la misa final de su peregrinación.
Hoy no es el momento de esconder el Evangelio, sino de «predicarlo en los tejados» (cf. Mt 10, 27).
Es lo que ha hecho vuestro patrón, San Feliciano, el evangelizador que caminó por las calles de esta su región, predicando la Buena Nueva para que la luz de la salvación brillara para todos los que estaban en la oscuridad.
... Saludo cordialmente a todos los obispos ... Saludo a los queridos hermanos en el sacerdocio, vuestros sacerdotes, primeros responsables de la acción evangelizadora de la Iglesia ... Saludo a todos los laicos, generosos cooperadores en la difusión del Evangelio en todos los ámbitos de la sociedad. En particular, quiero saludar a los ancianos y enfermos, cuya oración, combinada con la ofrenda de sufrimiento, tiene mucho valor para la vida de la comunidad diocesana.
El Señor nos llama a todos a su servicio; nos llama a la conversión y al don de sí sirviendo a los hermanos y hermanas y a todos nos dice: «¡No tengáis miedo!». He aquí el lema, el hilo conductor de nuestra liturgia de hoy.
Todavía quiero dirigir un saludo especial a todas las autoridades civiles y militares presentes aquí.
3. La causa del Evangelio requiere la disponibilidad a separarse de todo bien temporal, incluida la vida misma, en nombre de un bien que supera el tiempo y se preserva en la eternidad de Dios. Es así como se explica, cómo se justifica la palabra del Evangelio «No tengáis miedo».
Esto ciertamente lo entendió y lo vivió el mártir de San Feliciano, quien ofreció su vida por la fe para implantarla en esta Iglesia vuestra. Luego, después de siglos, San Francisco de Asís dio un admirable ejemplo de esto, quien desde la plaza de esta ciudad comenzó a renunciar a las riquezas terrenales que lo llevarían a vivir en la pobreza total en el abandono sin reserva a la divina Providencia. Esto también ha sido experimentado, de manera extraordinaria, por la Beata Ángela de Foligno, la gran hija de vuestra Iglesia, quien, al separarse de sus posesiones, de sus afectos familiares y de ella misma, gradualmente desarrolló una unión mística con la Trinidad divina. Una vida extraordinaria.
El creyente está llamado a liberarse de las preocupaciones causadas por los bienes materiales, por los bienes pasajeros; a liberarse de la esclavitud de las cosas, en las cuales las personas a menudo ponen su seguridad. Haciendo esto, da un paso decisivo en su viaje espiritual. Así, Dios, a quien hemos conocido en Jesucristo, se convierte en su «Todo». «Todo», porque es «Todo». Estos bienes pasajeros son en efecto pasajeros: pasan. Cristo permanece. Cristo nos abre la perspectiva de la eternidad. Esto fue entendido por los santos y esto han anunciado a toda la humanidad por medio del Evangelio... Jesucristo es «Todo».
Así comenzó el viaje de la verdadera conversión, de la que especialmente la Beata Ángela de Foligno ofreció un testimonio ejemplar y una enseñanza extraordinaria, de tal modo que recibió el título de «Maestra de teólogos».
4. La vida de Angela, hasta casi cuarenta años, fue la vida ordinaria, podemos decir, de una mujer casada, madre de tres hijos. Entonces se dio cuenta de que su alma era incoherente, «tibia» (cf. Ap 3,16). Por supuesto, ella era creyente, practicaba la religión, pero vivió su fe de una manera bastante superficial y, por lo tanto, insuficiente. Llegó un momento en que las turbaciones y los remordimientos se hicieron tan fuertes que se volvieron insostenibles. Así comenzó su conversión. Podemos decir: su segunda conversión.
Sin embargo, la conciencia de la propia miseria no es suficiente para lograr un cambio real; Dios mismo debe intervenir con su acción salvadora. Angela invocó este regalo por intercesión de San Francisco, y recibió una respuesta.
«Todos pecaron», nos recordaba el apóstol Pablo en la segunda lectura de la liturgia de hoy. Sin embargo, todos sabemos lo difícil que es aceptar la realidad del pecado propio, reconocerse pecador. Esto, de hecho, nos lo dicen los santos, quienes se reconocen a sí mismos pecadores y esta es la base de su ascetismo hacia Dios. Se reconocen a sí mismos pecadores por su naturaleza, por su debilidad humana, y así se abren al Espíritu Santo que comienza a llenar sus corazones, se convierten realmente, es decir, pasan a ser personas cambiadas internamente, sublimadas, deificadas.
Queridos hermanos y hermanas, en el Sínodo diocesano que habéis celebrado recientemente os habéis dado cuenta de que el camino de renovación de una comunidad eclesial parte de la conciencia de sus deficiencias y del sincero empeño por remediar esas deficiencias. Pero esto es un don de Dios y de su Espíritu.
El don de la gracia que nos transforma es la base de cada conversión personal y comunitaria auténtica. Y el camino que conduce a acoger este don pasa por el encuentro con la palabra de Dios y con los sacramentos de la Iglesia. De la confrontación con el Evangelio, nació en san Francisco la necesidad de la conversión y su singular devoción a la Eucaristía le sostuvo en ese propósito. El camino de la Beata Ángela comenzó a partir de una confesión completa y sincera, como fruto de una escucha asidua de la Palabra de Dios y y de la participación en la Eucaristía, momento privilegiado de sus experiencias místicas...
5. Este itinerario, el itinerario de los santos, el itinerario de la vida cristiana también tiene un nombre evangélico: es «el camino de la cruz». Quien se decide a seguirlo se encuentra con el Crucifijo, el «Dios-hombre que padece», como lo llamó Ángela; conoce al Hijo de Dios hecho hombre en el acto supremo de su entrega: la muerte en la cruz. Entonces el alma desea estar con Cristo para ser como él: crucificado con el Crucificado. Es una enseñanza decididamente inconformista. Dolor, humillación, pobreza: son realidades de las que la gente escapa instintivamente con horror. También sucedió en la época de Angela, por lo que tuvo que sufrir sospechas y ostracismos por sus elecciones. ¡Sin embargo, es una enseñanza profundamente evangélica! ¿Dónde nos dijo el Señor que lo buscáramos si no es donde están el sufrimiento, la marginación y la pobreza? Pero al mismo tiempo también encontraremos allí simplicidad, sinceridad, alegría. Este acompañamiento del misterio del sufrimiento con gozo es un fruto maduro de la santidad, de la vocación cristiana, y todos debemos esperar este fruto porque así seremos fuertes incluso ante el sufrimiento. Veo aquí a muchos que sufren: ¿cómo pueden las personas que han sido tan probadas ser fuertes frente al sufrimiento si no es a través de este vínculo entre la pasión, la Cruz y la alegría, la alegría que proviene del Espíritu Santo, que es la fuerza del Espíritu Santo?
«Bienaventurados los pobres ... bienaventurados los mansos ... bienaventurados los perseguidos ...» (cf. Mt 5, 3-12): cuando el criterio del Evangelio parece contradictorio, uno no debe tener miedo de proclamar y vivir el valor de las Bienaventuranzas como anuncio y comienzo de una humanidad renovada. Angela no solo contempló al sufriente Cristo, sino que lo sirvió en sus miembros: en los pobres, en los enfermos, en los leprosos. Para consolar a los necesitados, se puso de su lado, imitando lo que Jesús había hecho.
6. La intimidad con Dios es en realidad el significado último y la profunda vocación de toda existencia humana. Aquí está la otra gran enseñanza espiritual que queremos recibir de la Beata Ángela.
La peregrinación a Asís marcó para ella la conciencia de la presencia de la Santísima Trinidad en su vida. A partir de ese momento, su diálogo con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se hizo cada vez más intenso, incluso en medio de las pruebas y la oscuridad. La Beata Ángela es maestra de este diálogo también para nosotros. Si las manifestaciones extraordinarias pueden pertenecer a la naturaleza excepcional de la vida cristiana, no es así la realidad que expresan. La presencia de Dios en nosotros es el fundamento de nuestra existencia. El camino de la interioridad y la contemplación no es para unos pocos elegidos, sino para todo creyente auténtico.
Me gustaría señalar este camino a todos los presentes, me gustaría señalarlo especialmente a los jóvenes. Nada en el mundo puede dar una respuesta completa a las ansiedades más profundas de vuestro corazón. Algunos de vuestros compañeros entran en los oscuros circuitos de la irracionalidad o se dejan atraer por sectas y extraños movimientos religiosos que prometen satisfacer la sed de lo absoluto. ¡No creáis en esos falsos profetas, en esos falsos maestros de la vida!
Unión con Dios y comunión con él: esta es la meta del itinerario espiritual cristiano, que la Beata Ángela muestra a toda la Iglesia y en particular a esta Iglesia que está en Foligno, a todos vosotros, queridos hermanos y hermanas.
7. «En tu gran amor, respóndeme, ¡oh Dios!» (Salmo responsorial). Al igual que la Beata Ángela, verdadera maestra de la vida espiritual, dirigimos la mirada del corazón al Señor. ¡Pedimos su ayuda! ¡Oh Dios, respóndeme! Responda Dios a cada uno de nosotros a través de la intercesión de la Beata Ángela, de San Feliciano y de los santos patrones de la Diócesis, de San Francisco de Asís.
Queridos fieles de Foligno... ¡caminad con intrepidez y valentía! «¡No tengáis miedo!». Esta es la primera y última palabra del mensaje que quiero dejaros hoy: «¡No tengáis miedo!».
Que la Santa Madre de Dios os cuide a todos vosotros, a esta comunidad a la que a lo largo de los siglos ha dado tantas señales de su protección celestial.
«El Señor ha liberado la vida del pobre». Así que no tengáis miedo. ¡El Señor camina con nosotros! Amén!
Homilía (23-06-1996): Los cristianos no tienen miedo.
domingo 23 de junio de 1996En esta homilía el Papa actualiza las lecturas del día a la luz de dos mártires. Todo lo dicho es válido también para el testimonio que todo cristiano está llamado a dar en cualquier circunstancia.
Queridos hermanos y hermanas!
1. «No tengáis miedo de los que matan el cuerpo, pero no tienen poder para matar el alma» (Mt 10, 28).
Estas palabras que una vez dirigió Cristo a sus discípulos en Tierra Santa se extienden, a lo largo de los siglos, a todos los cristianos. Se aplican a todas las latitudes y longitudes. Adquirieron un significado particular para aquellos discípulos de Cristo cuya beatificación celebramos hoy en Berlín... En la gran expresión de acción de gracias de la Iglesia, la Eucaristía, damos también gracias a Dios por haber dado a su Iglesia y al mundo testigos del seguimiento incondicional de Cristo y por cuya fe han vencido.
En su historia han enfrentado pruebas severas, pero no han tenido miedo «de los que matan el cuerpo». El terrible sistema totalitario trajo la muerte, con una crueldad sin precedentes, a aquellos que no se sometieron a dicho sistema. De esta manera intentaron dominar las almas. Sin embargo, nuestros mártires han extraído de las palabras de Cristo la certeza de que «no tienen poder para matar el alma». A partir de aquí entendemos su victoria. Alcanzaron esta victoria en la medida en que dieron testimonio de Cristo ante los hombres: «El que me reconozca ante los hombres, yo también lo reconoceré delante de mi Padre que está en los cielos» (Mt 10, 32).
Su fortaleza era el Cristo confesado ante los hombres. Cristo permaneció fiel a ellos incluso después del martirio. Él es su testigo ante el Padre...
2. Para comprender las condiciones en que nuestros dos beatos libraron su lucha espiritual, la liturgia se refiere al profeta Jeremías: «Oía la acusación de la gente: pavor-en-torno, delatadlo, vamos a delatarlo» (Jer 20, 10). Estas palabras fueron escritas hace dos mil quinientos años, pero resuenan como si se refirieran a tiempos recientes. El sistema utilizó el método del «terror en todas partes» para transformar a los hombres libres en informadores.
Jeremías es la imagen de Cristo y por medio de Cristo de todos aquellos que no han sido seducidos (cf. Jer 20, 10); de todos aquellos que confiaron en el poder de Dios y que lograron la victoria. «Pero el Señor está a mi lado como fuerte defensor, por eso mis perseguidores caerán y no podrán prevalecer» (Jer 20, 11). El Señor «libera la vida del pobre de las manos de gente perversa» (Jer 20, 13). En el texto del profeta Jeremías encontramos una referencia suficientemente clara a los dos beatos de hoy... Vivieron en tiempos de un terror sistemático. Vencieron gracias a su fe y a su confesión.
La prueba de un auténtico seguimiento de Cristo no son los aplausos del mundo, sino el testimonio fiel que damos de Cristo Jesús. El Señor no pide a sus discípulos una confesión de compromiso con el mundo, sino una confesión de fe, que les prepara incluso a estar dispuestos a ofrecerse en sacrificio. Bernhard Lichtenberg y Karl Leisner han dado este testimonio no solo con palabras, sino también con su vida y su muerte: en un mundo que se ha vuelto inhumano han sido testigos de Cristo, Camino, Verdad y Vida.
3. Cristo es el camino. Bernhard Lichtenberg y Karl Leisner aportaron este testimonio en un momento en que muchos habían abandonado el camino correcto, y por oportunismo o miedo habían perdido el rumbo. Quienes observan la vida de los dos mártires lo saben: su martirio no fue, en su itinerario existencial, un accidente del destino, sino la última e inevitable consecuencia de una vida vivida en el seguimiento de Cristo.
El coraje de su fe y su entusiasmo por Cristo deben ser un estímulo y un modelo especialmente para los jóvenes, que viven en un ambiente caracterizado por la incredulidad y la indiferencia. No son solo los dictadores políticos los que limitan la libertad; existe la misma necesidad de fuerza y ??coraje para oponerse a las seducciones del espíritu de la época, que intenta orientarnos hacia el consumo y el disfrute egoísta de la vida o, en ocasiones, mira con complacencia la hostilidad hacia la Iglesia, o incluso conduce al ateísmo militante...
Bernhard y Karl nos animan a permanecer en el Camino que es Cristo. No debemos cansarnos, incluso si a veces este camino parece oscuro y requiere sacrificio. Tengamos cuidado con los falsos profetas que quieren mostrarnos otras formas. Cristo es el camino a la vida. Todos los demás caminos nos mostrarán rutas incorrectas o rutas erróneas.
4. Cristo es la verdad. Bernhard Lichtenberg lo testificó hasta su último aliento. Contra la mentira de la ideología nacionalsocialista, Lichtenberg declaró audazmente: «¡Mi guía es Cristo!». Todos los días rezaba en el recital de Vísperas «por los cristianos no arios severamente oprimidos, por los judíos perseguidos, por los prisioneros en los campos de concentración».
Reconoció claramente que allí donde la verdad de Dios ya no se respeta, la dignidad humana también se daña. Donde las mentiras dominan, las acciones falsas y malas siempre dominan: «las acciones de un hombre son las consecuencias de sus principios. Si los principios están equivocados, las acciones tampoco serán correctas ... Lucho contra los principios equivocados, de los cuales necesariamente resultan acciones incorrectas», escribe en el acta de su primer testimonio ante los jueces nazis. Y también llamó clara y precisamente por su nombre a algunos de estos principios falsos: «.. La eliminación de la hora de la religión en las escuelas. La lucha contra la cruz ... la secularización del matrimonio, el asesinato intencional de vidas consideradas indignas para ser vividas (eutanasia), la persecución de los judíos ... ».
[...]
Para Bernhard Lichtenberg, la conciencia era «el lugar, el espacio sagrado en el que Dios le habla al hombre» (Encíclica Veritatis splendor, 58). Y la dignidad de la conciencia siempre deriva para él de la verdad (cf. Ibid., 63).
¡Queridos hermanos y hermanas! El ejemplo del beato Bernhard nos exhorta a ser «cooperadores de la verdad» (cf. 3Gv 8). No os dejéis engañar si Dios y la fe cristiana son difamados y ridiculizados incluso en nuestros días. Manteneos fieles a la verdad que es Cristo. Valientemente tomad la palabra cuando los principios incorrectos conduzcan nuevamente a acciones equivocadas, cuando se dañe la dignidad de los hombres o se cuestione el orden moral de Dios.
En este contexto, la Segunda Carta a los Romanos nos muestra, en cierto sentido, una dimensión más profunda de la verdad, en la que se inserta la vida y el llamado de ambos beatos. Se trata de las raíces del mal mismo en la historia de la descendencia de Adán («por un hombre entró el pecado en el mundo y con el pecado la muerte» [Rom. 5:12]). «Pero no hay proporción entre el delito y el don: si por el delito de uno solo murieron todos, con mayor razón la gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos» (Rom 5, 15).
En los tiempos en que el «pecado» dominaba a través del sistema de violencia y crueldad absolutas, estos dos testigos de Cristo, quienes por su gracia fueron fortalecidos para la victoria, tienen un significado particular. Las beatificaciones de hoy son una demostración de esto. La memoria de la Iglesia se encuentra expresada en ella: no olvides «las obras de Dios» (Sal 77 [78], 7). Con la ayuda de Dios, podremos decirle a las generaciones futuras, como Bernhard Lichtenberg y el apóstol Pablo: «... Pero no sucumbimos ante ellos ... Para que la verdad del evangelio continuara siendo firme entre vosotros» (Gal 2, 5).
5. Cristo es vida: esta fue la convicción por la que vivió Karl Leisner y por la que finalmente murió. A lo largo de su vida buscó la cercanía de Cristo en la oración, en la lectura diaria de las Escrituras y en la meditación. Finalmente, encontró esta cercanía de una manera particular en el encuentro eucarístico con el Señor. El sacrificio eucarístico, que Karl Leisner pudo celebrar después de su ordenación sacerdotal en el campo de concentración de Dachau, no fue solo para él un encuentro con el Señor y con la fuente de la fuerza de su vida. Karl Leisner también sabía que quien vive con Cristo entra en un destino común con el Señor.
Karl Leisner y Bernhard Lichtenberg no son testigos de la muerte, son testigos de la vida: una vida que va más allá de la muerte. Son testigos de Cristo, que es la vida, y que vino para que tengamos vida y la tengamos en abundancia (cf. Jn 10, 10). En medio de una cultura de la muerte, ambos dieron testimonio de la vida. Al igual que ellos, todos estamos llamados a dar testimonio de la vida. Por esto permaneced aferrados a la vida, que es Cristo. Oponeros a la cultura del odio y la muerte en cualquier forma que se presente. Y no os canséis de ayudar a aquellos cuyas vidas y dignidad están amenazadas: los no nacidos, los enfermos terminales, los ancianos y los más necesitados en nuestro mundo. Con su muerte, Bernhard Lichtenberg y Karl Leisner hicieron visible la vida que es Cristo y que Cristo ofrece. Por eso la Iglesia les honra junto con su testimonio.
6. El testimonio de ambos beatos no habría sido posible sin el luminoso ejemplo de sus respectivos obispos... En un tiempo y en un mundo que a menudo no puede o no quiere reconocer el valor de la fe cristiana y con esto también cuestiona el fundamento de su cultura, tal testimonio es necesario. No es solo el testimonio de la palabra, sino también el testimonio de una vida que tiene su fundamento en la palabra de Dios, como Karl Sonnenschein, el apóstol de Berlín, se expresó en 1927: «Frente a los paganos de la metrópoli la apologética de la palabra no tiene éxito ... solo una cosa llega a estos hombres, que ya no conocen el cristianismo de las historias de sus padres, del Rosario de la madre y de las lecciones de religión de su tiempo escolar: la bondad de esta religión expresada por sus representantes y vivida por ellos físicamente, en el espíritu, en el sufrimiento». Los obispos y los laicos ofrecieron este testimonio de la Palabra y la vida con gran fe no solo en esta ciudad dividida durante tanto tiempo en dos partes, sino también en el territorio de la antigua RDA... Hoy, también me gustaría agradecer a los numerosos laicos, hombres y mujeres, niños y jóvenes, que en las décadas de opresión se han mantenido fieles a la fe católica y sus comunidades.
7. ¡Queridos hermanos y hermanas! Nuestra tarea en el mundo indica que los cristianos no debemos asimilarnos y convertirnos en contemporáneos cómodos, renunciando a nuestra identidad. En cambio, requiere que sigamos siendo cristianos, que defendamos y vivamos nuestra fe y la ofrezcamos como una contribución esencial a la sociedad humana. En esta tarea no debemos ser obstaculizados por nadie, ni siquiera por el estado... La relación que ha evolucionado a lo largo de la historia obliga al estado a defender las instituciones, lo que garantiza el cumplimiento de tareas socialmente importantes, y prohíbe cualquier forma de interferencia estatal... En vista de esta función de servicio estatal, se debe garantizar la libertad de religión, especialmente en el campo de la educación y la educación religiosa. ¡Es el Estado el que tiene que ser neutral, no la enseñanza de la religión!
9. Me gustaría infundir valor en toda la Iglesia... para que permanezca fiel a su misión y siempre mire el ejemplo de los dos mártires beatos Bernhard Lichtenberg y Karl Leisner. «Mater habebit curam - ¡la Madre celestial se encargará!». Con estas alegres palabras de Karl Leisner, os encomiendo a la intercesión de María, ella es la primera cristiana, porque fue la primera en decir sí a la inescrutable voluntad de Dios.
Os bendigo a todos de corazón, en el amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sean la gracia y la gloria por toda la eternidad.
Benedicto XVI, papa
Ángelus (22-06-2008): Quien teme a Dios no tiene miedo.
domingo 22 de junio de 2008Queridos hermanos y hermanas:
En el evangelio de este domingo encontramos dos invitaciones de Jesús: por una parte, «no temáis a los hombres», y por otra «temed» a Dios (cf. Mt 10, 26. 28). Así, nos sentimos estimulados a reflexionar sobre la diferencia que existe entre los miedos humanos y el temor de Dios. El miedo es una dimensión natural de la vida. Desde la infancia se experimentan formas de miedo que luego se revelan imaginarias y desaparecen; sucesivamente emergen otras, que tienen fundamentos precisos en la realidad: estas se deben afrontar y superar con esfuerzo humano y con confianza en Dios. Pero también hay, sobre todo hoy, una forma de miedo más profunda, de tipo existencial, que a veces se transforma en angustia: nace de un sentido de vacío, asociado a cierta cultura impregnada de un nihilismo teórico y práctico generalizado.
Ante el amplio y diversificado panorama de los miedos humanos, la palabra de Dios es clara: quien «teme» a Dios «no tiene miedo». El temor de Dios, que las Escrituras definen como «el principio de la verdadera sabiduría», coincide con la fe en él, con el respeto sagrado a su autoridad sobre la vida y sobre el mundo. No tener «temor de Dios» equivale a ponerse en su lugar, a sentirse señores del bien y del mal, de la vida y de la muerte. En cambio, quien teme a Dios siente en sí la seguridad que tiene el niño en los brazos de su madre (cf. Sal 131, 2): quien teme a Dios permanece tranquilo incluso en medio de las tempestades, porque Dios, como nos lo reveló Jesús, es Padre lleno de misericordia y bondad.
Quien lo ama no tiene miedo: «No hay temor en el amor —escribe el apóstol san Juan—; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira al castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor» (1 Jn 4, 18). Por consiguiente, el creyente no se asusta ante nada, porque sabe que está en las manos de Dios, sabe que el mal y lo irracional no tienen la última palabra, sino que el único Señor del mundo y de la vida es Cristo, el Verbo de Dios encarnado, que nos amó hasta sacrificarse a sí mismo, muriendo en la cruz por nuestra salvación.
Cuanto más crecemos en esta intimidad con Dios, impregnada de amor, tanto más fácilmente vencemos cualquier forma de miedo. En el pasaje evangélico de hoy, Jesús repite muchas veces la exhortación a no tener miedo. Nos tranquiliza, como hizo con los Apóstoles, como hizo con san Pablo cuando se le apareció en una visión durante la noche, en un momento particularmente difícil de su predicación: «No tengas miedo —le dijo—, porque yo estoy contigo» (Hch 18, 9-10). El Apóstol de los gentiles, de quien nos disponemos a celebrar el bimilenario de su nacimiento con un especial Año jubilar, fortalecido por la presencia de Cristo y consolado por su amor, no tuvo miedo ni siquiera al martirio.
Que este gran acontecimiento espiritual y pastoral suscite también en nosotros una renovada confianza en Jesucristo, que nos llama a anunciar y testimoniar su Evangelio, sin tener miedo a nada. Por tanto, queridos hermanos y hermanas, os invito a prepararos para celebrar con fe el Año paulino que, Dios mediante, inauguraré solemnemente el sábado próximo, a las 18.00 horas, en la basílica de San Pablo extramuros, con la liturgia de las primeras Vísperas de la solemnidad de San Pedro y San Pablo. Encomendemos desde ahora esta gran iniciativa eclesial a la intercesión de san Pablo y de María santísima, Reina de los Apóstoles y Madre de Cristo, fuente de nuestra alegría y de nuestra paz.
Francisco, papa
Ángelus (25-06-2017): No hay misión sin tribulaciones.
domingo 25 de junio de 2017Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de hoy (cf. Mateo 10, 26-33) el Señor Jesús, después de haber llamado y enviado de misión a sus discípulos, les instruye y les prepara para afrontar las pruebas y las persecuciones que deberán encontrar. Ir de misión no es hacer turismo, y Jesús advierte a los suyos: «No les tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto que no haya de saberse [...]. Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz. [...] Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma» (vv. 26-28). Pueden matar solamente el cuerpo, no tienen el poder de matar el alma: de estos no tengáis miedo. El envío en misión de parte de Jesús no garantiza a los discípulos el éxito, así como no les pone a salvo de fracasos y sufrimientos. Ellos deben tener en cuenta tanto la posibilidad del rechazo, como la de la persecución. Esto asusta un poco, pero es la verdad.
El discípulo está llamado a adaptar su propia vida a Cristo, que fue perseguido por los hombres, conoció el rechazo, el abandono y la muerte en la cruz. ¡No existe la misión cristiana caracterizada por la tranquilidad! Las dificultades y las tribulaciones forman parte de la obra de evangelización, y nosotros estamos llamados a encontrar en ellas la ocasión para verificar la autenticidad de nuestra fe y de nuestra relación con Jesús. Debemos considerar estas dificultades como la posibilidad para ser todavía más misioneros y para crecer en esa confianza hacia Dios, nuestro Padre, que no abandona a sus hijos en la hora de la tempestad. Ante las dificultades del testimonio cristiano en el mundo, no somos olvidados nunca, sino siempre acompañados por el cuidado atento del Padre. Por ello, en el Evangelio de hoy, Jesús tranquiliza tres veces a sus discípulos diciendo: «¡No tengáis miedo!».
También en nuestros días, hermanos y hermanas, la persecución contra los cristianos está presente. Nosotros rezamos por nuestros hermanos y hermanas que son perseguidos, y alabamos a Dios porque, no obstante ello, siguen dando testimonio con valor y fidelidad de su fe. Su ejemplo nos ayuda a no dudar en tomar posición a favor de Cristo dando testimonio de Él valientemente en las situaciones de cada día, incluso en contextos aparentemente tranquilos. En efecto, una forma de prueba puede ser incluso la ausencia de hostilidades y de tribulaciones. Además de como «ovejas en medio de los lobos», el Señor, también en nuestro tiempo, nos manda como centinelas en medio de la gente que no quiere ser despertada del torpor mundano, que ignora las palabras de Verdad del Evangelio, construyéndose unas propias verdades efímeras. Y si nosotros vamos o vivimos en estos contextos y decimos las Palabras del Evangelio, esto molesta y no nos mirarán bien.
Pero en todo esto el Señor sigue diciéndonos, como decía a los discípulos de su tiempo: «¡No tengáis miedo!». No olvidemos esta palabra: siempre, cuando nosotros tenemos alguna tribulación, alguna persecución, alguna cosa que nos hace sufrir, escuchamos la voz del Señor en el corazón: «¡No tengáis miedo! ¡No tener miedo, ve adelante! ¡Yo estoy contigo!». No tengáis miedo de quien se ríe de vosotros y os maltrata, y no tengáis miedo de quien os ignora o «delante» os honora pero «detrás» combate el Evangelio. Hay muchos que delante nos sonríen, pero luego, por detrás, combaten el Evangelio. Todos les conocemos. Jesús no nos deja solos porque somos preciosos para Él. Por esto no nos deja solos: cada uno de nosotros es precioso para Jesús, y Él nos acompaña. La Virgen María, modelo de humilde y valiente adhesión a la Palabra de Dios, nos ayude a entender que en el testimonio de la fe no cuentan los éxitos, sino la fidelidad a Cristo, reconociendo en cualquier circunstancia, incluso en las más problemáticas, el don inestimable de ser sus discípulos misioneros.
Julio Alonso Ampuero
Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico: No temáis...
Ante evangelios como este uno se asusta viendo lo poco cristianos que somos los cristianos. Jesús nos dice que no tengamos miedo a los que matan el cuerpo, y sin embargo todo son temores ante la muerte, ante el sufrimiento, ante lo que los hombres puedan hacernos, ante lo que puedan decir de nosotros...
El verdadero cristiano –es decir, el hombre que tiene una fe viva– encuentra su seguridad en el Padre. Si Dios cuida de los gorriones ¿cómo no va a cuidar de sus hijos? Sabe que nada malo puede pasarle. Lo que ocurre es que a veces llamamos malo a lo que en realidad no es malo. ¿Qué de malo puede tener que nos quiten la vida o nos arranquen la piel a tiras si eso nos da la vida eterna? Ahí está el testimonio de tantos mártires a lo largo de la historia de la Iglesia, que han ido gozosos y contentos al martirio en medio de terribles tormentos.
Este evangelio de hoy nos invita a mirar al juicio –«nada hay escondido que no llegue a saberse»–. En ese momento se aclarará todo. Y en esa perspectiva, ante lo único que tenemos que temblar es ante la posibilidad de avergonzarnos de Cristo, pues en tal caso también Él se avergonzará de nosotros ese día ante el Padre. El único mal real que el hombre debe temer es el pecado, que le llevaría a una condenación eterna –«temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo»–. Ante este evangelio, ¡cuántas maneras de pensar y de actuar tienen que cambiar en nuestra vida!.
Rom 5,12-15
A partir de hoy, durante los próximos domingos leeremos como segunda lectura la carta a los Romanos, tan rica en alimento para nuestra vida cristiana.
«Todos pecaron». Debemos prestar una atención mucho mayor al realismo de la palabra de Dios, que no anda con eufemismos ni disimulos. Todos somos pecadores, sometidos a la ley inexorable del pecado que nos encadena (Rom 3,10ss. 23). ¿Por qué seguir pensando y actuando como si la gente no fuera pecadora? Todo hombre es irremediablemente pecador; no puede salvarse por sí mismo ni puede ser bueno por sus solas fuerzas; necesita de Cristo, el único que se nos ha dado capaz de salvarnos (He 4,12; Rom 3,24ss).
«Por el pecado entró la muerte». Desde el pecado de Adán, la tragedia del hombre consiste no sólo en pecar de hecho, sino en dejarse engañar por Satanás tomando lo malo por bueno y lo bueno por malo. Por eso, Dios que nos ama insiste en recordarnos que «el salario del pecado es la muerte» (Rom 6,23). El pecado es siempre muerte y sólo muerte; es causa de muerte y destrucción; es fuente de todos los males en este mundo y para la eternidad. El pecado es el único mal real.
«Gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron». La situación de pecado, humanamente irremediable, ha sido transformada por Dios. La ley inexorable del pecado ha sido destruida por un amor más grande que el pecado. He aquí la grandeza de Jesucristo, que hace que «no haya proporción entre la culpa y el don». Si Dios ha permitido el pecado ha sido en vista de Cristo. Y también nosotros hemos de aprender a ver el mundo y cada persona desde Cristo: no disimular o disculpar su pecado, pero sí tener la certeza de que su pecado tiene remedio, porque la gracia de Cristo «ha desbordado».
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
Se nos presenta en este domingo el drama existencial del cristiano auténtico, en su condición de testigo de Cristo con todas sus consecuencias. No es el discípulo de mejor condición que su Maestro. Él fue vaticinado como «signo de contradicción» (Lc 2,34). Por lo mismo el cristiano no puede quedar extrañado de que le surjan contradicciones y dificultades. Pero Cristo venció y el que le sigue también participa de su victoria.
–Jeremías 20,10-13: Libró la vida del pobre de manos de los impíos. Jeremías, por su fidelidad a Dios y por su misión de testigo de sus designios ante el pueblo degenerado y frívolo, fue personalmente un signo de contradicción en medio de los suyos. Figura de Cristo y de los cristianos.
–Es bien expresivo el Salmo 68 sobre el tema de la contradicción: «Por Ti he aguantado afrentas, la vergüenza cubrió mi rostro». Ante todo vemos en este Salmo la figura de Cristo, el Hijo de Dios, devorado por el celo de la Casa y de la causa de su Padre; muerto por nuestros pecados, insultado, abandonado de todos saciada su sed con vinagre...
«Soy un extraño para mis hermanos, un extranjero para los hijos de mi madre, porque me devora el celo de tu templo, y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí. Pero mi oración se dirige a Ti, Dios mío, el día de tu favor; que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude. Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia; por tu gran compasión vuélvete hacia mí. Miradlo los humildes y alegraos, buscad al Señor y vivirá vuestro corazón. Que el Señor escucha a los pobres, no desprecia a los cautivos. Alábenlo el cielo y la tierra, las aguas y cuanto bulle en ellas».
Buena ocasión para agradecer al Señor los beneficios de su Pasión, para seguirle, para imitarle, para soportar las contradicciones de la vida presente.
¡Qué caminos tan distintos siguen Dios y el hombre! Dios hecho hombre tiene sed y el hombre le da vinagre. El hombre tiene sed y Dios hecho hombre le da su propia Sangre para la vida eterna! (Mt 26,27). San Ignacio de Loyola decía:
«¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo?»
–Romanos 5,12-15: El don no se puede comparar con la caída. San Pablo subraya nuestra solidaridad en la condenación a fin de exaltar nuestra solidaridad en la gracia que se nos da por Jesucristo. La vida de toda la humanidad es, por lo mismo, un signo de contradicción. El pecado de origen común y la gracia redentora de Cristo luchan en el interior de cada hombre. No es posible ser indiferente. Comenta San Agustín:
«Ved lo que nos dio a beber el hombre, ved lo que bebimos de aquel progenitor, que apenas pudimos digerir. Si esto nos vino por medio del hombre ¿qué nos llegó a través del Hijo del Hombre?... Por aquél el pecado, por Cristo la justicia. Por tanto todos los pecadores pertenecen al hombre, todos los justos al Hijo del Hombre» (Sermón 255,4).
Y en otro lugar:
«Gracias a la acción mediadora de Cristo, adquiere la reconciliación con Dios la masa entera del género humano, alejada de Él por el pecado de Adán (Rom 5,12). ¿Quién podrá verse libre de esto? ¿Quién se distinguiría pasando de esta masa de ira a la misericordia? ¿Quién, pues, te distingue? ¿Qué tienes que no hayas recibido? No nos distingue los méritos, sino la gracia... Gracias a una sola persona, nos salvamos los mayores, los menores, los ancianos, los hombres maduros, los niños, los recién nacidos; todos nos salvamos gracias a uno solo: Cristo» (Sermón 293,8).
–Mateo 10,26-33: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo. Los auténticos discípulos de Cristo habrán de afrontar siempre la contradicción de cuantos no conocen a Cristo o positivamente lo rechazan. «No puede ser el discípulo de mejor condición que el Maestro». San Juan Crisóstomo comenta:
«Ya, pues, que ha animado el Señor y levantado a sus apóstoles, nuevamente les profetiza los peligros que habrían de pasar, y nuevamente también presta alas a sus almas y los levanta por encima de todas las cosas. Pues, ¿qué les dice? No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. ¡Mirad cómo los pone por encima de todo! Porque no les persuade a despreciar sólo toda solicitud y la maledicencia, y los peligros, y las insidias, sino a la muerte misma, que parece ser lo más espantoso de todo. Y no sólo la muerte en general, sino hasta la muerte violenta...
«¿Teméis la muerte, y por eso vaciláis en predicar? Justamente porque teméis la muerte, tenéis que predicar, pues la predicación os librará de la verdadera muerte. Porque, aun cuando os hayan de quitar la vida, contra lo que es principal en vosotros, nada han de poder, por más que se empeñen y porfíen... De suerte que, si temes el suplicio, teme a lo que es mucho más grave que la muerte del cuerpo.
«Mirad cómo tampoco aquí les promete el Señor librarlos de la muerte. No, permite que mueran; pero les hace merced mayor que si no lo hubiera permitido. Porque mucho más que librarlos de la muerte es persuadirlos de que desprecien la muerte. Así pues, no los arroja temerariamente a los peligros, pero los hace superiores a todo peligro. Y notad cómo con una breve palabra fija el Señor en sus almas el dogma de la inmortalidad del alma y cómo, plantadas en ella esa saludable doctrina, pasa a animarlos por otros razonamientos» (Homilía 34,2, sobre San Mateo).