Domingo IV de Pascua (A) : Homilías
/ 9 mayo, 2014 / Tiempo de PascuaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Hch 2, 14a. 36-41: Dios lo ha constituido Señor y Mesías
Sal 22, 1b-3a. 3b-4. 5. 6: El Señor es mi pastor, nada me falta
1 Pe 2, 20b-25: Os habéis convertido al pastor de vuestras vidas
Jn 10, 1-10: Yo soy la puerta de las ovejas
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Juan Pablo II, papa
Ángelus (10-05-1981): Nos dio la vida en abundancia
domingo 10 de mayo de 19811. «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10, 10).
Con estás palabras termina el Evangelio de hoy, IV domingo de Pascua. Cristo-Buen Pastor es quien pronuncia estas palabras. Es Cristo quien se llama a Sí mismo «la puerta de las ovejas» (Jn 10, 7).
Deseo relacionar estas palabras sobre la abundancia de la vida, ante todo, con el don de la gracia, que nos ha traído Cristo en su cruz y en la resurrección. Deseo relacionarlas, sobre todo, con el Espíritu Santo, que «es Señor y dador de vida», y confesamos la fe en Él con las palabras que, desde hace 16 siglos, pone en los labios de la Iglesia el I Concilio Constantinopolitano.
El Espíritu Santo es el autor de nuestra santificación: Él transforma al hombre en su interior, lo diviniza, lo hace partícipe de la naturaleza divina (cf. 2 Pe 1, 4), como el fuego vuelve incandescente al metal, como brotaba el agua para apagar la sed: «fons vivus, ignis, caritas». La gracia la comunica el Espíritu Santo por medio de los sacramentos, que acompañan al hombre durante todo el arco de su existencia. Y, mediante la gracia, Él se convierte en el dulce huésped del alma: «dulcis hospes animae»: habita en nuestro corazón; es el animador de las energías secretas, de las opciones valientes, de la fidelidad inquebrantable. Él nos hace vivir en la abundancia de la vida: de la misma vida divina.
Y precisamente por esta solicitud acerca de la abundancia de la vida, Cristo se revela a Sí mismo como Buen Pastor de las almas humanas: Pastor que prevé el futuro definitivo del hombre en Dios; Pastor que conoce a sus ovejas (cf. Jn 10, 14) hasta el fondo mismo de la verdad interior del hombre, el cual puede decir de sí mismo con las palabras de San Agustín: «Mi corazón está inquieto hasta que descanse en Ti» (cf. Conf, I, 1).
2. Queridos hermanos y hermanas:
He aquí que vosotros, representantes de las parroquias y de las comunidades de toda Roma, os habéis reunido hoy en la plaza de San Pedro para testimoniar que, en el curso de estos meses y de las últimas semanas, habéis pensado en la vida humana, ante todo en la vida escondida bajo el corazón de la mujer-madre, en la vida de los que van a nacer. Habéis hecho a esta vida objeto de vuestras meditaciones, de vuestro compromiso de creyentes, de hombres y de ciudadanos, pero sobre todo habéis hecho de ella el tema de vuestras oraciones. Habéis meditado sobre la responsabilidad particular para con la vida concebida, que, según el recto sentir del hombre, debe estar rodeada de una especial solicitud y protección, tanto por parte de los mismos padres, como también de la sociedad, especialmente de los hombres que, de diversos modos, son responsables de esta vida.
3. Al hacer esto, habéis demostrado vuestra solidaridad con la invitación de vuestros obispos,los cuales, durante la Cuaresma, llamaron la atención de toda la sociedad sobre la gran amenaza que acecha a este valor fundamental que es la vida humana y, en particular, la vida de los que van a nacer. Es tarea y deber de la Iglesia volver a afirmar que el aborto procurado es muerte, es el asesinato de una criatura inocente. En consecuencia, la Iglesia considera toda legislación favorable al aborto procurado una gravísima ofensa a los derechos primarios del hombre y al mandamiento divino de «No matar».
4. Todos estos esfuerzos vuestros, todo el trabajo de la Iglesia, en Italia como en todo el mundo, que mira a asegurar la santa inviolabilidad de la vida concebida, yo deseo presentarlos hoy a Cristo, que ha dicho: «He venido para que tengan vida». A fin de que estos seres humanos más pequeños, más débiles, más indefensos, tengan vida, a fin de que esta vida no se les quite antes de nacer, nosotros precisamente servimos a esto y lo serviremos en unión con el Buen Pastor, porque ésta es una causa santa.
5. Al servir a esta causa, servimos al hombre y servimos a la sociedad, servimos a la patria. El servicio al hombre se manifiesta no sólo en el hecho de que defendemos la vida de uno que va a nacer. Se manifiesta, al mismo tiempo, en el hecho de que defendemos las conciencias humanas. Defendemos la rectitud de la conciencia humana, para que llame bien al bien y mal al mal, para que viva en la verdad. Para que el hombre viva en la verdad, para que la sociedad viva en la verdad.
Cuando Cristo dice: «He venido para que tengan vida»... , piensa también, más aún, sobre todo, en esa vida interior del hombre que se manifiesta en la voz de la recta conciencia.
La Iglesia siempre ha considerado el servicio a la conciencia como su servicio esencial: el servicio prestado a la conciencia de todos sus hijos e hijas, pero también a la conciencia de cada uno de los hombres. Puesto que el hombre vive la vida digna del hombre cuando sigue la voz de la recta conciencia, y cuando no permite que esta conciencia se ensordezca en sí mismo y se haga insensible.
Así sirven los hombres ?precisamente los más pobres y más necesitados?, todos esos hombres y esas mujeres que, en el mundo, se dedican a la defensa de la vida, de la vida de los cuerpos y de las almas: misioneros y misioneras, religiosas, médicos, enfermeros, educadores, técnicos. Baste recordar por todos, de nuevo, como bien conocida para nosotros, a madre Teresa de Calcuta, cuya voz en defensa de la vida de los que van a nacer se eleva no sólo desde la India, sino también desde los diversos puntos de la tierra. Ha dicho recientemente en Japón: «Cada niño asesinado con el aborto es un índice de gran pobreza, porque toda vida humana es importante y tiene un carácter especial para Dios».
Al hacer todo lo posible para salvar al hombre de la miseria material, madre Teresa ?este admirable testigo de la dignidad de la humanidad? hace todo lo posible para defender también la conciencia humana de la insensibilidad y de la muerte espiritual.
6. Queridos hermanos y hermanas:
Elevemos nuestros corazones en la oración a la Madre del Redentor, invitándola a la alegría pascual, como hacemos ahora en este período. Y, al mismo tiempo, roguemos a la Madre más santa de todas las madres por cada madre en esta tierra y por cada niño que va a hacer en su seno.
Pidamos por las madres cuya conciencia está más amenazada cuando permite que se le quite la vida a su hijo... Cristo ha dicho: «la mujer, cuando da a luz, siente tristeza, porque llega su hora; pero cuando ha dado a luz un hijo, ya no se acuerda de la tribulación, por el gozo que tiene de haber venido al mundo un hombre» (Jn 16, 21). Roguemos por esta alegría de la vida aun cuando suponga el sufrimiento y la lucha interior. Oremos por la alegría de las conciencias, «para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10, 10).
Mensaje (10-05-1981): Entrar por la puerta
domingo 10 de mayo de 19811. En el IV domingo de Pascua contemplamos a Cristo resucitado, que dice de Sí mismo: «Yo soy la puerta de las ovejas» (Jn 10, 7).
El se llama también a Sí mismo el Buen Pastor; con esas palabras completa, en cierto sentido, esta imagen, dándole una nueva dimensión:
«Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas, lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños» (Jn 10, 1-5).
Jesús, pues, es la puerta del aprisco. Al atribuirse este título, Jesús se presenta a Sí mismo como el camino obligado para entrar pacíficamente en la comunidad de los redimidos: efectivamente, El es el único mediador por medio del cual Dios se comunica a los hombres y los hombres tienen acceso a Dios. Quien no pasa a través de esta «puerta» es un «ladrón y un bandido». Con todo, se pasa a través de esta puerta siguiéndole a El, que es el verdadero Pastor.
«Mirad bien —comentaba San Agustín— que Cristo nuestro Señor es la puerta y el pastor: la puerta, abriéndose (en la Revelación), y pastor, entrando El mismo. Y ciertamente, hermanos, ha comunicado también a sus miembros la prerrogativa de pastor; y así es pastor Pedro, y Pablo es pastor, y pastores son los otros Apóstoles, y pastores también los buenos obispos. Pero ninguno de nosotros se atreverá a llamarse puerta; Cristo se ha reservado solamente para El ser la puerta, a través de la cual entran las ovejas» (In Io. Evang. Tr. 47, 3).
2. Esta imagen de Cristo que, como único «Buen Pastor», es al mismo tiempo la «puerta de las ovejas», debe estar ante los ojos de todos nosotros...
[...] 6. ¡Cristo es la puerta de las ovejas!
¡Que todos los esfuerzos de la Iglesia... que todas las oraciones de esta asamblea eucarística de hoy vuelvan a confirmar esta verdad!
¡Que le den eficacia plena! ¡Que entren a través de esta «puerta» siempre nuevas generaciones de Pastores de la Iglesia! ¡Siempre nuevas generaciones de «administradores de los misterios de Dios»! (1 Cor 4, 1). Siempre nuevas falanges de hombres y de mujeres que con toda su vida, mediante la pobreza, la castidad y la obediencia libremente aceptadas y profesadas, den testimonio del Reino, que no es de este mundo y que no pasa jamás.
Que Cristo —Puerta de las ovejas— se abra ampliamente hacia el futuro del Pueblo de Dios en toda la tierra. Y que acepte todo lo que según nuestras débiles fuerzas —pero apoyándonos en la inmensidad de su gracia— tratamos de hacer para despertar las vocaciones.
Que interceda por nosotros en estas iniciativas la humilde Sierva del Señor, María, que es el modelo más perfecto de todos los llamados; Ella que, a la llamada de lo alto, respondió: «Heme aquí, hágase en mí según tu palabra» (cf. Lc 1, 38).
Homilía (10-05-1981): Cuando dejamos que Cristo nos conduzca
domingo 10 de mayo de 19811. «Yo soy el Buen Pastor, conozco a mis ovejas y las mías me conocen» (Jn 10, 14).
Estas palabras de Cristo resuenan hoy en el centro de la liturgia del IV domingo de Pascua, en el canto del Aleluya. Con estas palabras quiero honrar con vosotros, queridos hermanos y hermanas, a Cristo resucitado. El, mediante su pasión y muerte, se ha revelado como Pastor que da la vida por sus ovejas, y en su resurrección nos ha dado la certeza de que vive por los siglos, y conduce a su rebaño a la vida eterna.
He aquí lo que escribe a este propósito San Pedro, en su primera Carta: «El no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca; cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente. Cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas os han curado..., pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas» (1 Pe 2, 23-25).
3. [...]Nos resultan muy familiares las palabras del Salmo 22, que en el Antiguo Testamento constituye como una preparación para la alegoría evangélica del Buen Pastor.
Lo acabamos de oír, en forma responsorial, después de la primera lectura bíblica. Es rico de imágenes, que pertenecen a dos ámbitos diversos. Ante todo, se habla de «pastos», que significan el seguro alimento espiritual que nos proporciona el Señor; de «agua», que apaga nuestra sed ardiente; de «camino», que hace ver cómo nuestra vida está moviéndose hacia una meta; y de «valle oscuro», que representa las diversas dificultades que encontramos. Estas imágenes se derivan del ámbito de la relación entre pastor y grey. Pero hay luego imágenes que evocan una gozosa situación de banquete: por esto, se habla de «mesa» preparada, que significa la abundancia que nos ofrece la comunión con el Señor; de «óleo», refiriéndose a su acogedora hospitalidad; y de «cáliz» rebosante, porque el Señor es siempre magnánimo y generoso con nosotros.
Todo el Salmo y, sobre todo, el último versículo, «Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término», manifiesta la felicidad ilimitada que suscita Cristo, Buen Pastor, el cual guía al hombre por los caminos de la «felicidad y gracia» durante la vida terrena, para hacerlo llegar definitivamente «a la casa del Señor».
Cristo resucitado, después de su pasión, suscitó esta confianza ilimitada en los Apóstoles y en los discípulos, así como en aquellos a quienes, a través de los Apóstoles, llegó el testimonio del Evangelio. También en los tiempos difíciles de hoy, cuando frecuentemente tenemos que pasar por «un valle oscuro», y más de una vez podemos sentir incluso «el temor del mal», oramos con la misma confianza.
4. Cristo en la liturgia de hoy se llama a Sí mismo no sólo «el pastor», sino también «la puerta de las ovejas» (Jn 10, 7).
De este modo Jesús combina dos metáforas diversas, particularmente expresivas. La imagen del «pastor» se contrapone a la de «mercenario», y sirve para subrayar toda la profunda solicitud de Jesús por su grey, que somos nosotros, hasta el punto de darse totalmente a Sí mismo por nuestra salvación: «El buen pastor da la vida por las ovejas» (ib., 10, 11). En esta línea se expresará también la Carta a los Efesios: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella»(Ef 5, 25). Nos corresponde a nosotros reconocer en El al único Señor nuestro y seguir «su voz» (Jn 10, 4), evitando atribuir estas características a cualquier mercenario humano, al cual, en definitiva, «no le importan las ovejas» (ib., 10, 13), sino sólo el propio interés. Y esta reflexión nos prepara para entender también la otra imagen de la «puerta». Dice Jesús: «Quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos» (Jn 10, 9). Con estas palabras afirma lo que después anunciarán los Apóstoles: «Ningún otro nombre nos ha sido dado... entre los hombres por el cual podamos ser salvos» (Act 4, 12). El es nuestro único acceso al Padre (cf. Ef 2, 18; 1 Pe 3, 18). Y en El toda nuestra vida encuentra su más auténtica libertad de movimiento: «Todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús» (Col 3, 17).
5. La liturgia del domingo de hoy presenta ante nuestros ojos este cuadro tan rico de la verdad pascual. ¿Basta sólo mirar este cuadro? ¿Y acaso dejarse encantar por él?
Es necesario además sacar de él esa llamada de Dios, que está inscrita profundamente en este espléndido cuadro bíblico. Es necesario sentir esta llamada. Es necesario acogerla como dirigida a cada uno de nosotros. Aceptarla con el corazón y con la vida.
Todo esto tiene implicaciones concretas para nuestra existencia cristiana. Ante todo, es necesario reforzar continuamente nuestra unión con Cristo Buen Pastor, y hacerlo en cada circunstancia de nuestra vida: tanto cuando nos hallamos junto a las «aguas tranquilas», como cuando nos encontramos «en un valle oscuro»; efectivamente, El es siempre nuestro Pastor, y nosotros debemos ser también siempre ovejas de su propiedad.
En segundo lugar, es preciso orar por aquellos que en la Iglesia desarrollan el servicio pastoral; en efecto, éste es, a la vez, su gran honor y su gran carga: participar en el ministerio de Pastor de Cristo es una tarea que necesita absolutamente de la colaboración y de la ayuda de toda la comunidad eclesial.
En tercer lugar, es necesario orar de modo particular por las vocaciones al sacerdocio ministerial, a fin de que no falten Pastores a la Iglesia. «La mies es mucha» (Lc 10, 2) y hacen falta operarios en el campo del Señor...
6. Sin embargo, además de estas importantes conclusiones prácticas, se deben deducir de la liturgia de hoy también otras conclusiones importantes, que se refieren a todos los cristianos. Efectivamente, cada uno participa, de algún modo, en la misión y en la solicitud de Cristo Buen Pastor.
En efecto, cada uno de los bautizados tiene su parte de responsabilidad en la Iglesia, la cual se reconoce y se ejercita tanto más, cuanto mayor conciencia se tiene de la propia conformación con Cristo y se la vive. Como escribe San Pablo, «a cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad... Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno en parte» (1 Cor 12, 7. 27). Y es posible realizar esta función a nivel muy práctico. Por ejemplo, los padres tienen una misión pastoral en relación con los hijos, ya que están encargados de su educación no sólo humana, sino también cristiana; por otra parte, también los hijos deben tener una solicitud especial para con sus padres, sobre todo cuando éstos son ancianos y son atendidos cariñosamente, pero también de ordinario para corresponder a los cuidados y al afecto de que han sido rodeados. Además, también entre marido y mujer es necesaria una atención mutua, que no se expresa sólo mediante el amor conyugal, sino también con actitudes de ayuda en las dificultades, de crecimiento común en la fe y de recíproca exhortación a la vida cristiana. Una solicitud muy particular debe caracterizar al mundo de los enfermos; aquí, ante todo, son los sanos, esto es, los médicos y los enfermeros, además de los parientes, quienes deben tener cuidado del paciente de manera no sólo profesional, sino también humana. Pero además, a los mismos enfermos corresponde una original función ministerial en relación con la comunidad cristiana, como escribe San Pablo: «Cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Cor 12, 10), es decir, están en disposición de hacer servir los propios sufrimientos para el bien de todos. Y debo decir que yo mismo, muchas veces, experimento los buenos efectos de esta «solicitud», ejercitada hacia mí por personas diversas, en particular por los que sufren y por los enfermos. Y doy gracias por ello al Señor.
7. Y en este sentido, al terminar la homilía, dirijo mi sincero deseo a vuestra parroquia con las palabras de San Pedro.
Queridísimos: «Si obrando el bien soportáis el sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante Dios, pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas» (1 Pe 2, 20-21).
[¡Parroquia de Santo Tomás de Aquino!] ¡Te deseo que el Espíritu de Cristo, Buen Pastor, penetre en ti cada vez más profundamente!¡ Te deseo que vivas su «felicidad y gracia»!
¡Amén!
Homilía (25-04-1999): Reconocer a Cristo como Pastor
domingo 25 de abril de 19991. «Yo soy el buen pastor, (...) conozco a mis ovejas y las mías me conocen» (Aleluya).
Este domingo, llamado tradicionalmente del «buen pastor», se inserta en el itinerario litúrgico del tiempo pascual, que estamos recorriendo. Jesús se aplica a sí mismo esta imagen (cf. Jn 10, 6), arraigada en el Antiguo Testamento y muy apreciada por la tradición cristiana. Cristo es el buen pastor que, muriendo en la cruz, da la vida por sus ovejas. Se estable así una profunda comunión entre el buen Pastor y su grey. Jesús, escribe el evangelista, «a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. (...) Y las ovejas le siguen, porque conocen su voz» (Jn 10, 3-4). Una costumbre consolidada, un conocimiento real y una pertenencia recíproca unen al pastor y sus ovejas: él las cuida, y ellas confían en él y lo siguen fielmente.
Por eso, qué consoladoras son las palabras del Salmo responsorial, que acabamos de repetir: «El Señor es mi pastor, nada me falta» (Sal 22, 1).
2. Según una hermosa tradición, desde hace algunos años, precisamente el domingo del «buen pastor» tengo la alegría de ordenar a nuevos presbíteros...
3. Amadísimos ordenandos, mediante el antiguo y sugestivo gesto sacramental de la imposición de las manos y la plegaria de consagración, os convertiréis en presbíteros para ser, a imagen del buen Pastor, servidores del pueblo cristiano con un título nuevo y más profundo. Participaréis en la misma misión de Cristo, sembrando a manos llenas la semilla de la palabra de Dios. El Señor os ha llamado para que seáis ministros de su misericordia y dispensadores de sus misterios.
La Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana, será el manantial cristalino que alimentará de modo incesante vuestra espiritualidad sacerdotal. En ella podréis encontrar fuerza inspiradora para el ministerio diario, impulso apostólico para la obra de evangelización y consuelo espiritual en los inevitables momentos de dificultad y lucha interior. Al acercaros al altar, en el que se renueva el sacrificio de la cruz, descubriréis cada vez más las riquezas del amor de Cristo y aprenderéis a traducirlas a la vida.
4. Queridos hermanos, es muy significativo que recibáis el sacramento del orden en este domingo del «buen pastor», en el que celebramos la Jornada mundial de oración por las vocaciones. En efecto, la misión de Cristo se prolonga a lo largo de la historia a través de la obra de los pastores, a quienes encomienda el cuidado de su grey. Como hizo con los primeros discípulos, Jesús sigue eligiendo nuevos colaboradores que cuiden de su grey mediante el ministerio de la palabra, de los sacramentos y el servicio de la caridad. La llamada al sacerdocio es un gran don y un gran misterio. Ante todo, don de la benevolencia divina, puesto que es fruto de la gracia. Y también misterio, dado que la vocación está relacionada con las profundidades de la conciencia y de la libertad humanas. Con ella, empieza un diálogo de amor que, día a día, forja la personalidad del sacerdote mediante un camino de formación que comienza en la familia, prosigue en el seminario y dura toda la vida. Sólo gracias a este ininterrumpido itinerario ascético y pastoral el sacerdote puede convertirse en icono vivo de Jesús, buen pastor, que se entrega a sí mismo por la grey confiada a su cuidado.
Me vienen a la memoria las palabras que os dirigiré dentro de poco, al entregaros las ofrendas para el sacrificio eucarístico: «Vive el misterio que se confía a tus manos». Sí, queridos ordenandos, este misterio del que seréis dispensadores es, en definitiva, Cristo mismo que, mediante la comunicación del Espíritu Santo, es fuente de santidad y llamada incesante a la santificación. Vivid este misterio: vivid a Cristo; sed Cristo. Que cada uno de vosotros pueda decir con san Pablo: «Ya no vivo yo; es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20).
5. Amadísimos hermanos y hermanas, que habéis venido para participar en esta celebración, oremos para que estos 31 nuevos presbíteros sean fieles a su misión, renueven todos los días su «sí» a Cristo y sean signo de su amor a toda persona. Pidamos también al Señor, en esta Jornada mundial de oración por las vocaciones, que suscite almas generosas, dispuestas a ponerse totalmente al servicio del reino de Dios.
María, Madre de Cristo y de la Iglesia, te encomendamos a estos hermanos nuestros que hoy reciben la ordenación. Te encomendamos, asimismo, a los sacerdotes de Roma y del mundo entero. Tú, Madre de Cristo y de los sacerdotes, acompaña a estos hijos tuyos en su ministerio y en su vida. ¡Alabado sea Jesucristo!
Benedicto XVI, papa
Regina Caeli (13-04-2008): Oración por las Vocaciones
domingo 13 de abril de 2008En este IV domingo de Pascua, en el que la liturgia nos presenta a Jesús como el buen Pastor, se celebra la Jornada mundial de oración por las vocaciones. En todos los continentes, las comunidades eclesiales imploran al unísono del Señor numerosas y santas vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada y misionera, y al matrimonio cristiano, y meditan sobre el tema: «Las vocaciones al servicio de la Iglesia-misión». Este año la Jornada mundial de oración por las vocaciones se sitúa en la perspectiva del «Año paulino», que comenzará el 28 de junio próximo, para celebrar el bimilenario del nacimiento del apóstol san Pablo, el misionero por excelencia.
En la experiencia del Apóstol de los gentiles, a quien el Señor llamó para ser «ministro del Evangelio», vocación y misión son inseparables. Por tanto, constituye un modelo para todo cristiano y, de modo particular, para los misioneros ad vitam, o sea, para los hombres y las mujeres que se dedican totalmente a anunciar a Cristo a quienes aún no lo conocen: esta vocación sigue manteniendo toda su validez.
Este servicio misionero lo realizan en primer lugar los sacerdotes, ofreciendo la palabra de Dios y los sacramentos y manifestando mediante su caridad pastoral con todos, sobre todo con los enfermos, los pequeños y los pobres, la presencia sanadora de Jesucristo. Demos gracias a Dios por estos hermanos nuestros que se entregan sin reservas en el ministerio pastoral, coronando a veces su fidelidad a Cristo con el sacrificio de su vida, como les sucedió ayer a dos religiosos asesinados en Guinea y Kenia. A ellos se dirige nuestra admiración y nuestra gratitud, juntamente con nuestra oración de sufragio.
Oremos también para que sea cada vez mayor el número de quienes deciden vivir radicalmente el Evangelio mediante los votos de castidad, pobreza y obediencia: hombres y mujeres que desempeñan un papel primario en la evangelización. Algunos de ellos se dedican a la contemplación y a la oración; otros, a una multiforme acción educativa y caritativa, pero a todos los une un mismo objetivo: testimoniar la primacía de Dios sobre todo y difundir su reino en todos los ámbitos de la sociedad. Muchos de ellos, como escribió el siervo de Dios Pablo VI, «son emprendedores y su apostolado está frecuentemente marcado por una originalidad y una imaginación que suscitan admiración. Son generosos: no raras veces se les encuentra en la vanguardia de la misión y afrontando los más grandes riesgos para su salud y su propia vida» (Evangelii nuntiandi, 69).
Por último, no hay que olvidar que también la vocación al matrimonio cristiano es una vocación misionera: en efecto, los esposos están llamados a vivir el Evangelio en las familias, en los ambientes de trabajo, en las comunidades parroquiales y civiles. Además, en ciertos casos, prestan una valiosa colaboración a la misión ad gentes.
Queridos hermanos y hermanas, invoquemos la maternal protección de María sobre las múltiples vocaciones que existen en la Iglesia, para que se desarrollen con un fuerte carácter misionero...
Regina Caeli (15-05-2011): Vínculo de amor y de conocimiento
domingo 15 de mayo de 2011La liturgia del IV domingo de Pascua nos presenta uno de los iconos más bellos que, desde los primeros siglos de la Iglesia, han representado al Señor Jesús: el del buen Pastor. El Evangelio de san Juan, en el capítulo décimo, nos describe los rasgos peculiares de la relación entre Cristo pastor y su rebaño, una relación tan íntima que nadie podrá jamás arrebatar las ovejas de su mano. De hecho, están unidas a él por un vínculo de amor y de conocimiento recíproco, que les garantiza el don inconmensurable de la vida eterna. Al mismo tiempo, el Evangelista presenta la actitud del rebaño hacia el buen Pastor, Cristo, con dos verbos específicos: escuchar y seguir. Estos términos designan las características fundamentales de quienes viven el seguimiento del Señor. Ante todo la escucha de su Palabra, de la que nace y se alimenta la fe. Sólo quien está atento a la voz del Señor es capaz de evaluar en su propia conciencia las decisiones correctas para obrar según Dios. De la escucha deriva, luego, el seguir a Jesús: se actúa como discípulos después de haber escuchado y acogido interiormente las enseñanzas del Maestro, para vivirlas cada día.
En este domingo surge espontáneamente recordar a Dios a los pastores de la Iglesia y a quienes se están formando para ser pastores. Os invito, por tanto, a una oración especial por los obispos —incluido el Obispo de Roma—, por los párrocos, por todos aquellos que tienen responsabilidades en la guía del rebaño de Cristo, para que sean fieles y sabios al desempeñar su ministerio. En particular, recemos por las vocaciones al sacerdocio en esta Jornada mundial de oración por las vocaciones, para que no falten nunca obreros válidos en la mies del Señor. Hace setenta años, el venerable Pío XII instituyó la Obra pontificia para las vocaciones sacerdotales. La feliz intuición de mi predecesor se fundaba en la convicción de que las vocaciones crecen y maduran en las Iglesias particulares, ayudadas por ambientes familiares sanos y robustecidos por espíritu de fe, de caridad y de piedad. En el mensaje que envié para esta Jornada mundial subrayé que una vocación se realiza cuando se sale «de su propia voluntad cerrada en sí misma, de su idea de autorrealización, para sumergirse en otra voluntad, la de Dios, y dejarse guiar por ella» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de febrero de 2011, p. 4). También en este tiempo, en el que la voz del Señor corre el riesgo de verse ahogada por muchas otras voces, cada comunidad eclesial está llamada a promover y cuidar las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. En efecto, los hombres siempre tienen necesidad de Dios, también en nuestro mundo tecnológico, y siempre habrá necesidad de pastores que anuncien su Palabra y que ayuden a encontrar al Señor en los sacramentos.
Queridos hermanos y hermanas, fortalecidos por la alegría pascual y por la fe en el Resucitado, confiemos nuestros propósitos y nuestras intenciones a la Virgen María, madre de toda vocación, para que con su intercesión suscite y sostenga numerosas y santas vocaciones al servicio de la Iglesia y del mundo.
Francisco, papa
Regina Caeli (11-05-2014): ¿Cómo nos relacionamos con Cristo?
domingo 11 de mayo de 2014Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El evangelista Juan nos presenta, en este IV domingo del tiempo pascual, la imagen de Jesús Buen Pastor. Contemplando esta página del Evangelio, podemos comprender el tipo de relación que Jesús tenía con sus discípulos: una relación basada en la ternura, en el amor, en el conocimiento recíproco y en la promesa de un don inconmensurable: «Yo he venido —dice Jesús— para que tengan vida y la tengan en abundancia» ( Jn 10, 10). Tal relación es el modelo de las relaciones entre los cristianos y de las relaciones humanas.
También hoy, como en tiempos de Jesús, muchos se proponen como «pastores» de nuestras existencias; pero sólo el Resucitado es el verdadero Pastor que nos da la vida en abundancia. Invito a todos a tener confianza en el Señor que nos guía. Pero no sólo nos guía: nos acompaña, camina con nosotros. Escuchemos su palabra con mente y corazón abiertos, para alimentar nuestra fe, iluminar nuestra conciencia y seguir las enseñanzas del Evangelio.
En este domingo recemos por los pastores de la Iglesia, por todos los obispos, incluido el obispo de Roma, por todos los sacerdotes, por todos. En particular, recemos por los nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma, a los que acabo de ordenar en la basílica de San Pedro. Un saludo a estos trece sacerdotes. Que el Señor nos ayude a nosotros, pastores, a ser siempre fieles al Maestro y guías sabios e iluminados del pueblo de Dios confiado a nosotros. También a vosotros, por favor, os pido que nos ayudéis: ayudarnos a ser buenos pastores. Una vez leí algo bellísimo sobre cómo el pueblo de Dios ayuda a los obispos y a los sacerdotes a ser buenos pastores. Es un escrito de san Cesáreo de Arlés, un Padre de los primeros siglos de la Iglesia. Explicaba cómo el pueblo de Dios debe ayudar al pastor, y ponía este ejemplo: cuando el ternerillo tiene hambre va donde la vaca, a su madre, para tomar la leche. Pero la vaca no se la da enseguida: parece que la conserva para ella. ¿Y qué hace el ternerillo? Llama con la nariz a la teta de la vaca, para que salga la leche. ¡Qué hermosa imagen! «Así vosotros —dice este santo— debéis ser con los pastores: llamar siempre a su puerta, a su corazón, para que os den la leche de la doctrina, la leche de la gracia, la leche de la guía». Y os pido, por favor, que importunéis a los pastores, que molestéis a los pastores, a todos nosotros pastores, para que os demos la leche de la gracia, de la doctrina y de la guía. ¡Importunar! Pensad en esa hermosa imagen del ternerillo, cómo importuna a su mamá para que le dé de comer.
A imitación de Jesús, todo pastor «a veces estará delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo —el pastor debe ir a veces adelante—, otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium , 13). ¡Ojalá que todos los pastores sean así! Pero vosotros importunad a los pastores, para que os den la guía de la doctrina y de la gracia.
Este domingo se celebra la Jornada mundial de oración por las vocaciones . En el Mensaje de este año he recordado que «toda vocación (...) requiere siempre un éxodo de sí mismos para centrar la propia existencia en Cristo y en su Evangelio» (n. 2). Por eso la llamada a seguir a Jesús es al mismo tiempo entusiasmante y comprometedora. Para que se realice, siempre es necesario entablar una profunda amistad con el Señor a fin de poder vivir de Él y para Él.
Recemos para que también en este tiempo muchos jóvenes oigan la voz del Señor, que siempre corre el riesgo de ser sofocada por otras muchas voces. Recemos por los jóvenes: quizá aquí, en la plaza, haya alguno que oye esta voz del Señor que lo llama al sacerdocio; recemos por él, si está aquí, y por todos los jóvenes que son llamados.
Regina Caeli (07-05-2017): Pastor y puerta
domingo 7 de mayo de 2017Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de este domingo, (cf. Juan 10, 1-10), llamado «el domingo del buen pastor», Jesús se presenta con dos imágenes que se complementan la una con la otra. La imagen del pastor y la imagen de la puerta del redil.
El rebaño, que somos todos nosotros, tiene como casa un redil que sirve como refugio, donde las ovejas viven y descansan después de las fatigas del camino. Y el redil tiene un recinto con una puerta, donde hay un guardián.
Al rebaño se acercan distintas personas: está quien entra en el recinto pasando por la puerta y quien «sube por otro lado» (v. 1).
El primero es el pastor, el segundo un extraño, que no ama a las ovejas, quiere entrar por otros intereses. Jesús se identifica con el primero y manifiesta una relación de familiaridad con las ovejas, expresada a través de la voz, con la que las llama y que ellas reconocen y siguen (cf. v. 3). Él las llama para conducirlas fuera, a los pastos verdes donde encuentran buen alimento.
La segunda imagen con la que Jesús se presenta es la de la «puerta de las ovejas» (v. 7). De hecho dice: «Yo soy la puerta: si uno entra por mí, estará a salvo» (v. 9), es decir tendrá vida y la tendrá en abundancia (cf. v. 10).
Cristo, Buen Pastor, se ha convertido en la puerta de la salvación de la humanidad, porque ha ofrecido la vida por sus ovejas. Jesús, pastor bueno y puerta de las ovejas, es un jefe cuya autoridad se expresa en el servicio, un jefe que para mandar dona la vida y no pide a los otros que la sacrifiquen.
De un jefe así podemos fiarnos, como las ovejas que escuchan la voz de su pastor porque saben que con él se va a pastos buenos y abundantes. Basta una señal, un reclamo y ellas siguen, obedecen, se ponen en camino guiadas por la voz de aquel que escuchan como presencia amiga, fuerte y dulce a la vez, que guía, protege, consuela y sana.
Así es Cristo para nosotros. Hay una dimensión de la experiencia cristiana que quizá dejamos un poco en la sombra: la dimensión espiritual y afectiva.
El sentirnos unidos por un vínculo especial al Señor como las ovejas a su pastor. A veces racionalizamos demasiado la fe y corremos el riesgo de perder la percepción del timbre de esa voz, de la voz de Jesús buen pastor, que estimula y fascina.
Como sucedió a los dos discípulos de Emaús, que ardía su corazón mientras el Resucitado hablaba a lo largo del camino. Es la maravillosa experiencia de sentirse amados por Jesús. Haceos una pregunta: «¿Yo me siento amado por Jesús? ¿Yo me siento amada por Jesús?». Para Él no somos nunca extraños, sino amigos y hermanos. Sin embargo, no es siempre fácil distinguir la voz del pastor bueno. Estad atentos.
Está siempre el riesgo de estar distraídos por el estruendo de muchas otras voces.
Hoy somos invitados a no dejarnos desviar por las falsas sabidurías de este mundo, sino a seguir a Jesús, el Resucitado, como única guía segura que da sentido a nuestra vida.
En esta Jornada Mundial de oración por las vocaciones —en particular por las vocaciones sacerdotales, para que el Señor nos mande buenos pastores— invocamos a la Virgen María: Ella acompañe a los diez nuevos sacerdotes que he ordenado hace poco.
He pedido a cuatro de ellos de la diócesis de Roma que se asomen para dar la bendición junto a mí.
La Virgen sostenga con su ayuda a cuantos son llamados por Él, para que estén preparados y sean generosos en el seguir su voz.
Congregación para el Clero
Homilía
Después de los grandes Evangelios de la Resurrección, podría parecernos extraño, si lo miramos superficialmente, el hecho que la Iglesia hoy nos proponga un pasaje del Evangelio de San Juan que describe a Jesús mientras le habla a sus Discípulos, antes de los eventos pascuales.
En realidad, la perspectiva a través de la cual se desenvuelven los textos ahora escuchados, está totalmente empapada de la profundidad del Resucitado, que es presentado no solo como el «Buen Pastor» (cfr. Canto al Evangelio), sino, sobre todo como la «puerta»: «yo soy la puerta de las ovejas» a través de la cual cada uno de nosotros «será salvado» (Jn 10,7,9).
En este sentido, se puede idealmente reconocer, en la perícopa Evangélica, un tipo de respuesta a la pregunta que «toda la casa de Israel» hace a los Apóstoles, después de que ellos habían predicado del Señor crucificado: «Hermanos, ¿qué debemos hacer?». (Hc 2,37). Haciendo una mirada retrospectiva, podremos darnos cuenta de que esta es precisamente una de aquellas preguntas que cada hombre, tarde o temprano, se hace en el transcurso de la propia vida; detrás del grito del hombre que reconoce la propia miseria, se esconde, de hecho, el deseo de alcanzar la felicidad. La pregunta referida por los habitantes de Jerusalén, por lo tanto, resuena todavía en el mundo contemporáneo de este modo: ¿cómo puedo ser feliz?.
Y la respuesta del Señor, a través de la alternativa entre «guardián» o «ladrón», no deja espacio a alguna confusión; para poder ser felices, para poder «encontrar pasto», para no tener temor de la voz desconocida, la única posibilidad consiste «en entrar a través de ÉL» (cfr. Jn 10,9). Lo que el discípulo debe hacer, por lo tanto, es simplemente atravesar su Cuerpo, que es la Iglesia, para que como nos dice San Pedro en su primera carta, «muertos al pecado, vivamos para la justicia» (1 Pe 2,24).
Esta puerta, por otra parte, no anula nuestra libertad, si más bien la aumenta; primero porque Èl nos dice que «el que entra por mí se salvará», pero además, porque por esta puerta cada uno de nosotros «podrá entrar y salir» (Jn. 10,9); Y saliendo, encontrará su mirada amorosa lista para estar siempre «de frente» a nosotros (cfr. Jn 10,4).
A este punto, se hace más clara la estrecha relación entre el Evangelio del día y el periodo pascual que estamos viviendo; El Resucitado, de hecho, es el modelo del único y verdadero buen pastor, Aquel que conoce a todos por su nombre, o sea, en la más profunda intimidad y el único del cual podemos escuchar su voz, el sonido tan familiar que nos hace vibrar el corazón. Él, habiendo clavado nuestros pecados en el madero de la Cruz (cfr. 1 Pe 2,24), tiene un solo deseo: «conducirnos a las aguas tranquilas», «dar reposo al alma», «llevarnos a vivir con Él» (cfr. Sal 23,2-6); pero sobre todo, hacer, que a través de la fascinación de la «santa envidia» que sienten aquellos que se encuentran «fuera del rebaño», se agreguen también hoy, siempre más personas al numero de aquellos que, a pesar de no vivir todavía en el gran jardín del Paraíso, pero han entrado ya en su Cuerpo, o sea, en los pastos de su Iglesia.