Domingo IV Tiempo de Adviento (A) – Homilías
/ 13 diciembre, 2016 / Tiempo de AdvientoLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Is 7, 10-14: Mirad: la virgen está encinta
Sal 23, 1-2. 3-4ab. 5-6: Va a entrar el Señor; Él es el Rey de la gloria
Rm 1, 1-7: Jesucristo, de la estirpe de David, Hijo de Dios
Mt 1, 18-24: Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de David
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Benedicto XVI, papa
Ángelus (19-12-2010): San José miró el futuro con fe
domingo 19 de diciembre de 2010Queridos hermanos y hermanas:
En este cuarto domingo de Adviento el evangelio de san Mateo narra cómo sucedió el nacimiento de Jesús situándose desde el punto de vista de san José. Él era el prometido de María, la cual «antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18). El Hijo de Dios, realizando una antigua profecía (cf. Is 7, 14), se hace hombre en el seno de una virgen, y ese misterio manifiesta a la vez el amor, la sabiduría y el poder de Dios a favor de la humanidad herida por el pecado. San José se presenta como hombre «justo» (Mt 1, 19), fiel a la ley de Dios, disponible a cumplir su voluntad. Por eso entra en el misterio de la Encarnación después de que un ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le anuncia: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 20-21). Abandonando el pensamiento de repudiar en secreto a María, la toma consigo, porque ahora sus ojos ven en ella la obra de Dios.
San Ambrosio comenta que «en José se dio la amabilidad y la figura del justo, para hacer más digna su calidad de testigo» (Exp. Ev. sec. Lucam II, 5: ccl 14, 32-33). Él —prosigue san Ambrosio— «no habría podido contaminar el templo del Espíritu Santo, la Madre del Señor, el seno fecundado por el misterio» (ib., II, 6: CCL 14, 33). A pesar de haber experimentado turbación, José actúa «como le había ordenado el ángel del Señor», seguro de hacer lo que debía. También poniendo el nombre de «Jesús» a ese Niño que rige todo el universo, él se inserta en el grupo de los servidores humildes y fieles, parecido a los ángeles y a los profetas, parecido a los mártires y a los apóstoles, como cantan antiguos himnos orientales. San José anuncia los prodigios del Señor, dando testimonio de la virginidad de María, de la acción gratuita de Dios, y custodiando la vida terrena del Mesías. Veneremos, por tanto, al padre legal de Jesús (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 532), porque en él se perfila el hombre nuevo, que mira con fe y valentía al futuro, no sigue su propio proyecto, sino que se confía totalmente a la infinita misericordia de Aquel que realiza las profecías y abre el tiempo de la salvación.
Queridos amigos, a san José, patrono universal de la Iglesia, deseo confiar a todos los pastores, exhortándolos a ofrecer «a los fieles cristianos y al mundo entero la humilde y cotidiana propuesta de las palabras y de los gestos de Cristo» (Carta de convocatoria del Año sacerdotal). Que nuestra vida se adhiera cada vez más a la Persona de Jesús, precisamente porque «el que es la Palabra asume él mismo un cuerpo; viene de Dios como hombre y atrae a sí toda la existencia humana, la lleva al interior de la palabra de Dios» (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 387). Invoquemos con confianza a la Virgen María, la llena de gracia «adornada de Dios», para que, en la Navidad ya inminente, nuestros ojos se abran y vean a Jesús, y el corazón se alegre en este admirable encuentro de amor.
Francisco, papa
Ángelus (22-12-2013): La prueba de José
domingo 22 de diciembre de 2013Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este cuarto domingo de Adviento, el Evangelio nos relata los hechos que precedieron el nacimiento de Jesús, y el evangelista Mateo los presenta desde el punto de vista de san José, el prometido esposo de la Virgen María.
José y María vivían en Nazaret; aún no vivían juntos, porque el matrimonio no se había realizado todavía. Mientras tanto, María, después de acoger el anuncio del Ángel, quedó embarazada por obra del Espíritu Santo. Cuando José se dio cuenta del hecho, quedó desconcertado. El Evangelio no explica cuáles fueron sus pensamientos, pero nos dice lo esencial: él busca cumplir la voluntad de Dios y está preparado para la renuncia más radical. En lugar de defenderse y hacer valer sus derechos, José elige una solución que para él representa un enorme sacrificio. Y el Evangelio dice: «Como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado» (1, 19).
Esta breve frase resume un verdadero drama interior, si pensamos en el amor que José tenía por María. Pero también en esa circunstancia José quiere hacer la voluntad de Dios y decide, seguramente con gran dolor, repudiar a María en privado. Hay que meditar estas palabras para comprender cuál fue la prueba que José tuvo que afrontar los días anteriores al nacimiento de Jesús. Una prueba semejante a la del sacrificio de Abrahán, cuando Dios le pidió el hijo Isaac (cf. Gn 22): renunciar a lo más precioso, a la persona más amada.
Pero, como en el caso de Abrahán, el Señor interviene: encontró la fe que buscaba y abre una vía diversa, una vía de amor y de felicidad: «José —le dice— no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo» (Mt 1, 20).
Este Evangelio nos muestra toda la grandeza del alma de san José. Él estaba siguiendo un buen proyecto de vida, pero Dios reservaba para él otro designio, una misión más grande. José era un hombre que siempre dejaba espacio para escuchar la voz de Dios, profundamente sensible a su secreto querer, un hombre atento a los mensajes que le llegaban desde lo profundo del corazón y desde lo alto. No se obstinó en seguir su proyecto de vida, no permitió que el rencor le envenenase el alma, sino que estuvo disponible para ponerse a disposición de la novedad que se le presentaba de modo desconcertante. Y así, era un hombre bueno. No odiaba, y no permitió que el rencor le envenenase el alma. ¡Cuántas veces a nosotros el odio, la antipatía, el rencor nos envenenan el alma! Y esto hace mal. No permitirlo jamás: él es un ejemplo de esto. Y así, José llegó a ser aún más libre y grande. Aceptándose según el designio del Señor, José se encuentra plenamente a sí mismo, más allá de sí mismo. Esta libertad de renunciar a lo que es suyo, a la posesión de la propia existencia, y esta plena disponibilidad interior a la voluntad de Dios, nos interpelan y nos muestran el camino.
Nos disponemos entonces a celebrar la Navidad contemplando a María y a José: María, la mujer llena de gracia que tuvo la valentía de fiarse totalmente de la Palabra de Dios; José, el hombre fiel y justo que prefirió creer al Señor en lugar de escuchar las voces de la duda y del orgullo humano. Con ellos, caminamos juntos hacia Belén.
Julio Alonso Ampuero
Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico
«El Señor por su cuenta os dará una señal». En la inminencia ya de la Navidad, la Iglesia quiere centrar más y más nuestra mirada y nuestro deseo en Cristo que viene. Con las palabras del profeta nos recuerda que Cristo es el signo que Dios nos ha dado. Esperamos signos de que el mundo cambia, de que las cosas mejoran. Pero Dios nos da un único signo: Cristo Salvador. Él es la respuesta a todos los interrogantes, la solución a todos los problemas. Cristo nos basta. Sólo hace falta que le acojamos sin condiciones. Si creemos firmemente en Él y le dejamos entrar en nuestra vida, Él hará lo demás, «Él salvará a su pueblo de los pecados» (evangelio).
«La Virgen está encinta y da a luz a un hijo». María está en el centro de la liturgia de este domingo. Cristo nos es dado a través de ella. Gracias a ella tenemos al Emmanuel, al «Dios-con-nosotros».
Para darlo al mundo, primero lo ha recibido. La vida de la Virgen no es llamativa en actividades exteriores. Al contrario, su vida fue totalmente sencilla. Y, sin embargo, ella está en el centro de la historia. Con ella la historia ha cambiado de rumbo. Al recibir a Cristo y darlo al mundo, todo ha cambiado.
Nuestra vida está llamada a ser tan sencilla y a la vez tan grande como la de María. No hemos de discurrir grandes planes complicados. Basta que recibamos del todo a Cristo y nos entreguemos plenamente a Él. Entonces podremos dar a luz a Cristo para los demás y el mundo tendrá salvación.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
El cuarto Domingo de Adviento está polarizado en la cercana solemnidad de Navidad. En la entrada alzamos un cántico de esperanza: «Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria: ábrase la tierra y brote la salvación» (Is 40,8). En la colecta (Gregoriano), pedimos al Señor que derrame su gracia sobre nosotros, que hemos conocido por el anuncio del ángel la encarnación de su Hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria de la resurrección.
En la oración sobre las ofrendas (Bérgamo), se pide que el mismo Espíritu, que cubrió con su sombra y fecundó con su poder las entrañas de María, la Virgen Madre, santifique los dones que se han colocado sobre el altar. En la comunión se proclama que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel (Mt 1,23; Is 7,14). La postcomunión (Gregoriano) pide que el pueblo que acaba de recibir la prenda de su salvación, sienta el deseo de celebrar dignamente el nacimiento del Hijo de Dios, al acercarse la fiesta de Navidad.
Inminencia de Navidad, del Emmanuel, «Dios con nosotros». Dios hecho hombre, para hacer a los hombres hijos de Dios. Es una liturgia eminentemente mariana.
–Isaías 7,10-14: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo. Cuando el profeta Isaías pretende proclamarnos el misterio del Emmanuel, el Espíritu le hace anunciar justamente la maternidad virginal de María. Dios es el dueño absoluto de los acontecimientos. La confianza en Dios es siempre el medio más seguro de salvación.
El rey Acaz procura obtener la salvación fuera del plan divino, que es un plan de salvación universal, y es castigado. La Casa de David, en cambio, va a ser en las manos de Yavé un instrumento para obtener un bien universal a todos los hombres. Dentro de ella, la misión de la Virgen-Madre es misteriosa, pero realísima. Comenta San Agustín:
«No te resulte extraño, alma incrédula, quienquiera que seas; no te parezca imposible que una Virgen dé a luz y permanezca Virgen. Comprende que es Dios quien ha nacido, y no te extrañará el parto de una Virgen» (Sermón 370,2, en el día de Navidad).
–Con el Salmo 23 decimos: «Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes. Él la fundó sobre los mares, Él la afianzó sobre los ríos. ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón... Va a entrar el Señor. Él es el Rey de la gloria».
–Romanos 1,1-7: Jesucristo, de la estirpe de David, es el Hijo de Dios. Jesucristo, en su doble naturaleza, divina y humana, constituye el centro de la historia de la salvación y la garantía de la redención para todos los hombres. Todo cristiano debe sentirse unido con un vínculo especial a Cristo.
La vocación al apostolado es general, pero alguno viene elegido de modo particular para ser un instrumento especial. No existen apóstoles a título personal. Los apóstoles lo son porque existe un Evangelio, un Salvador que les ha elegido, llamado y enviado, y que con ellos desarrolla el plan divino, ya anunciado en el Antiguo Testamento. El fin de toda la redención es llamar al hombre a la santidad. El cristiano no abandona el mundo, pero vive en él, siguiendo el impuso de la gracia, e iluminándolo todo con la paz de Dios.
–Mateo 1,18-24: Jesús nacerá de la Virgen María. El hecho más claro de toda la historia de la salvación es que el Redentor nos ha venido por María. Él ha sido, en su condición humana, el ser más íntegramente mariano que ha existido. Comenta San Agustín:
«¿Cómo aparece en una Virgen tal Palabra?... Los ángeles son algo realmente grande, no algo sin importancia. Y sin embargo, ellos adoran la carne de Cristo, sentada a la derecha del Padre. Ésta es obra, sobre todo, del Espíritu Santo. En relación a esta obra, su nombre aparece cuando el ángel anunció a la santa Virgen el Hijo que iba a nacer. Ella se había propuesto guardar virginidad, y su marido era el guardián de su pudor, antes que destructor del mismo; mejor, no era guardián, puesto que esto quedaba para Dios, sino testigo de su pudor virginal, para que su embarazo no se atribuyese a adulterio.
«Cuando el ángel le dio el anuncio, dijo: «¿Cómo puede ser esto, si yo no conozco varón?» Si hubiese tenido intención de conocerlo, no le hubiera causado extrañeza. Tal extrañeza es la prueba de su propósito... Y el ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti»» (Sermón 225,2, en Hipona, el día de Pascua).
Hans Urs von Balthasar
Luz de la Palabra
1. María en la penumbra.
Finalmente aparece en el evangelio María, la puerta por la que Dios quiere entrar en el mundo. «Resultó que ella esperaba un hijo», antes de haber hecho vida marital con José, el hombre con el que estaba desposada. María es el receptáculo del silencio. No le toca a ella desvelar el acontecimiento silencioso que ha tenido lugar entre ella y el Espíritu Santo. José, en cuya casa ella todavía no habita, lo nota. ¿Cómo podrían no haberlo notado también otros? Las murmuraciones son inevitables, pero ella no puede hacer nada para acallarlas. La gente, como dice el evangelio, ve al Niño como un hijo de José. Pero hay algo extraño en este Niño. Dios tiene tiempo, no tiene prisa; decenios más tarde los evangelios arrojarán luz sobre el misterio. Tampoco José lo ve claro al principio, está profundamente turbado: ¿cómo podría él hacerse a la idea de que es el mismo Dios el que viene a través de su esposa? El silencio de María hace que José decida repudiarla en secreto. Pero con ello la condenaría a la deshonra. Con bastante retraso, se le aclara el misterio y se le invita a recibir a María en su casa. Dios tiene tiempo, no tiene prisa.
2. Jesús en la penumbra.
La segunda lectura, el comienzo de la carta a los Romanos, ha confundido a más de un lector. Jesús, así parece, es considerado como «nacido de la estirpe de David según la carne», y sólo «por su resurrección de la muerte, como Hijo de Dios con pleno poder». Las dos afirmaciones son absolutamente correctas, porque como Hijo de David él es el Mesías de Israel, y sólo a partir de su resurrección se manifiesta, tras la bajeza de su vida terrena, tras su obediencia de siervo hasta la cruz, «como Hijo de Dios con pleno poder». La gente se inquieta ante lo inaudito de su doctrina y ante el poder que tiene de hacer milagros «¿No es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón?» (Mc 6,3); «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?» (Jn 6,42). El que se «haga igual a Dios» (Jn 5,18), es razón suficiente para atentar contra su vida, para matarle finalmente (Jn 19,7). El Padre no interviene, todo esto pertenece al plan divino. Dios tiene tiempo, no tiene prisa.
3. La profecía en la penumbra.
De la profecía de la primera lectura se ha dicho que es el pasaje más controvertido de la Biblia (Buber). Al rey Acaz se le ofrece una señal de parte de Dios; pero la rechaza porque no quiere tentar al Señor. Isaías le reprende por este rechazo, pero Dios da una señal por medio de él. Ningún exegeta ha podido descifrar su verdadero significado. ¿Quién es la doncella o la virgen (la palabra puede significar ambas cosas)? ¿Quién es ese niño que debe llamarse Emmanuel, «Dios-con-nosotros»? ¿Es una promesa de salvación o el anuncio de la desgracia? Dios no tiene prisa. Sólo en la traducción griega del Antiguo Testamento se habla claramente de la «virgen» mucho antes de Cristo, y ahora se espera que el «Dios-con-nosotros» será el Mesías esperado. Y sólo cuando tuvo lugar el acontecimiento discreto y poco vistoso de Nazaret, quedó claro el sentido último de la profecía. Los evangelistas -una vez más con bastante retraso- descubrieron su verdadero sentido gracias a la iluminación del Espíritu. Dios tampoco tiene prisa a la hora de desvelar el sentido de sus palabras.