Fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret (A) – Homilías
/ 27 diciembre, 2016 / Tiempo de NavidadLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Si 3, 2-6. 12-14: Quien teme al Señor honrará a sus padres
Sal 127, 1bc-2. 3. 4-5: Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos
Col 3, 12-21: La vida de familia vivida en el Señor
Mt 2, 13-15. 19-23: Toma al niño y a su madre y huye a Egipto
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Pablo VI, papa
Alocuciones: El ejemplo de Nazaret
La casa de Nazaret es la escuela donde somos iniciados a comprender la vida de Jesús, es decir, la escuela del Evangelio.
Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios. Hasta aprendemos, casi sin darnos cuenta, a imitar.
Aquí se nos revela el método que nos permitirá conocer quién es Cristo. Aquí descubrimos la necesidad de observar el ambiente que rodeó su vida entre nosotros: los lugares, los tiempos, las costumbres, el lenguaje, los ritos sagrados, todo cuanto le sirvió a Jesús para manifestarse al mundo. Aquí todo habla, todo tiene sentido.
Aquí, en esta escuela, comprendemos la necesidad de una disciplina espiritual si queremos seguir las enseñanzas del Evangelio y ser discípulos de Cristo.
¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret! ¡Cómo quisiéramos empezar a aprender de nuevo, junto con María, la verdadera ciencia de la vida y la más alta sabiduría de la verdad divina!
Pero sólo estamos de paso y nos es necesario abandonar el deseo de seguir conociendo en esta casa, la jamás acabada formación al estudio del Evangelio. Pero no dejaremos este lugar sin haber recogido, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la casa de Nazaret.
En primer lugar nos enseña el silencio. Ojalá se renovara en nosotros el amor al silencio, esta admirable e indispensable atmósfera del espíritu, tan necesaria para nosotros, que estamos aturdidos por tantos ruidos, rumores y voces estridentes en la agitada y tumultuosa vida de nuestro tiempo. Silencio de Nazaret, enséñanos a ser perseverantes en las buenas decisiones, atentos a la vida interior, listos para secundar las inspiraciones secretas de Dios y las exhortaciones de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente preparación, del estudio, de la meditación, de la vida interior, de la oración que sólo Dios ve en lo secreto.
Aquí descubrimos cómo vivir en familia. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado inviolable nos ayude a ver lo dulce e irreemplazable que es la educación en familia, nos enseñe su función natural en el plano social.
Finalmente, aquí aprendemos la lección del trabajo. ¡Oh morada de Nazaret, la casa del hijo del carpintero! Cómo deseamos comprender y celebrar sobre todo en este lugar la austera pero redentora ley de la fatiga humana, ennoblecer aquí la dignidad del trabajo para que todos lo aprecien, recordar aquí, bajo su techo, que el trabajo no puede ser un fin en sí mismo, y que su excelencia y la libertad para ejercerlo no provienen tan sólo del llamado valor económico, sino también de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un fin más noble.
Queremos finalmente saludar desde aquí a todos los trabajadores del mundo y señalarles al gran modelo, al hermano divino, al profeta de todas sus causas justas, es decir, a Cristo nuestro Señor.
San Juan Pablo II, papa
Ángelus (28-12-1986)
domingo 28 de diciembre de 19861. "Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo" (Mt 2, 13).
El Evangelio de este domingo de la octava de Navidad nos recuerda cómo la Sagrada Familia fue amenazada durante su estancia en Belén.
Es una amenaza que viene del mundo, que quiere acabar con la vida del Niño.
2. Reunidos hoy para recitar el "Ángelus", deseamos junto con toda la Iglesia expresar veneración y amor a esta Familia que, gracias al Hijo de Dios, se hizo la "iglesia doméstica" en la tierra, antes que Él fundase su Iglesia sobre los Apóstoles y sobre Pedro.
Al mismo tiempo, la plegaria de la Iglesia universal y apostólica abraza hoy a todas las familias de la tierra: ¡a todas las "iglesias domésticas"!
Deseamos hacer frente a todo lo que, en el mundo de hoy, amenaza a la familia desde dentro y desde fuera:
¡A lo que amenaza el amor, la fidelidad y la honestidad conyugal, a lo que amenaza la vida!
¡La vida: la gran dignidad de la persona humana!
3. Recemos, pues, con el Apóstol:
¡Familias!: "¡La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza!" (Col 3, 16).
¡Familias!: "¡Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón!" (Col 3, 15).
"Sea vuestro uniforme... la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos... y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada" (Col 3, 12-14).
¡Familias! ¡Esposos e hijos! "Estad agradecidos" por el don de la comunidad y de la unión al que Cristo os ha llamado, ofreciéndoos el modelo de la Santísima Familia de Nazaret.
4. Hoy deseo reavivar, junto con todas las familias de Roma y de la Iglesia, esta gracia que han recibido en el santo sacramento del matrimonio, para que obre en ellos de forma eficaz durante todos los días de la vida.
Ángelus (31-12-1989)
domingo 31 de diciembre de 19891. La fiesta de hoy nos invita a contemplar la Sagrada Familia de José, María y Jesús, y a admirar su armonioso entendimiento y su perfecto amor. A la luz de ese modelo podemos comprender mejor el valor de la institución familiar y la importancia de su serena convivencia.
Por la narración bíblica de la creación sabemos que la familia ha sido querida por Dios, cuando creó al hombre y la mujer y, bendiciéndolos, les dijo "Sed fecundos y multiplicaos" (Gn 1, 28).
Además, la gracia de Cristo, transmitida mediante el sacramento del matrimonio, hace a las familias capaces de realizar la unión a la que han sido llamadas. En especial las familias cristianas están comprometidas a reproducir el ideal enunciado por Jesús en la oración sacerdotal: "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros" (Jn 17, 21). Aquel que hizo esta oración obtuvo con su sacrificio un don especial de unidad para todas las familias.
2. El Hijo de Dios se hizo sacerdote en la Encarnación, pero precisamente en virtud de ese ministerio tuvo necesidad de una educación familiar. Jesús obedecía a María y a José: "Vivía sujeto a ellos", dice el Evangelio (Lc 2, 51). Esta sumisión contribuía a la unión del Niño con sus padres y al clima de perfecto entendimiento que reinaba en la casa de Nazaret.
La educación recibida en familia preparó de hecho a Jesús para la misión que debía realizar en la tierra, según la revelación del ángel en el momento de la Anunciación. Fue, por consiguiente, una formación para el cumplimiento de su ministerio sacerdotal, más particularmente para la ofrenda del sacrificio de sí mismo al Padre.
Así queda iluminado el papel de la familia cristiana en el desarrollo de las vocaciones sacerdotales. El próximo Sínodo no podrá dejar de considerar este papel, reconocer su importancia y reflexionar sobre los medios adecuados para favorecerlo.
3. La vocación es una llamada que viene del poder soberano y gratuito de Dios. Pero dicha llamaba debe abrirse un camino en el corazón; debe entrar en las profundidades del pensamiento, del sentimiento, de la voluntad del sujeto, para llegar a influir en el comportamiento moral. El joven tiene necesidad de un ambiente familiar así, que lo ayude a tomar conciencia de la llamada y a desarrollar todas sus virtualidades.
Orando hoy por todas las familias del mundo, pediremos en particular a María, Madre de Dios y Madre nuestra, que favorezca el desarrollo de las vocaciones sacerdotales y que bendiga a aquellas familias que se han mostrado disponibles, regalando uno de sus hijos a la Iglesia.
Ángelus (27-12-1992): Redentor de la familia
domingo 27 de diciembre de 19921. Hoy la liturgia nos invita a contemplar la Sagrada Familia de Jesús, María y José.
Familia muy singular, por la presencia en ella del Hijo de Dios hecho hombre.
Pero, precisamente por esto, familia-modelo, en la que todas las familias del mundo pueden encontrar su ideal seguro y el secreto de su vitalidad.
No es casualidad el hecho de que la fiesta de la Sagrada Familia caiga en un día tan cercano a la Navidad, pues se trata de su desarrollo natural.
Lo es, ante todo porque el Hijo de Dios quiso tener necesidad, como todos los niños, del calor de una familia.
Y lo es también porque, al venir a salvar al hombre, quiso asumir todas sus dimensiones: tanto la individual como la social. Es el Redentor del hombre, y también el Redentor de la familia. Viviendo con María y José devolvió a la familia el esplendor del designio originario de Dios.
2. La experiencia ejemplar de Nazaret nos invita, queridos hermanos y hermanas, a volver a descubrir el valor fundamental del núcleo familiar.
La familia es una vocación al amor, una comunidad de personas llamadas a vivir una experiencia específica de comunión (cf. Familiaris consortio, 21) dentro del vasto designio de unidad, que Dios estableció para la Iglesia y el mundo, y que tiene su modelo y su fuente en la comunión trinitaria.
Por desgracia, la unidad familiar hoy se halla a menudo amenazada por una cultura hedonista y relativista, que no favorece la indisolubilidad del matrimonio y la acogida de la vida. Quienes sufren las consecuencias son, sobre todo, los más pequeños, pero también se proyectan sus efectos negativos en todo el entramado social, pues se genera frustración, tensión, agresividad, deseos de evasión y, en ocasiones, violencia.
¿Cómo se podrá lograr una convivencia ordenada y pacífica, en una sociedad cada vez más compleja, si no se vuelve a descubrir el valor y la vocación de la familia?
3. A esa urgencia nos invita precisamente la fiesta de hoy, volviéndonos a presentar el ideal de la Sagrada Familia, donde no faltaba la cruz, pero se hacía oración; donde los afectos eran profundos y puros; donde la esperanza diaria de la vida se suavizaba con el acatamiento sereno de la voluntad de Dios; donde el amor no se cerraba, sino que se proyectaba lejos, en una solidaridad concreta y universal.
La Virgen santa, a quien ahora nos dirigimos con la oración del Ángelus, obtenga a las familias cristianas del mundo entero la gracia de ser cada vez más cautivadas por este ideal evangélico, a fin de que se conviertan en fermento auténtico de nueva humanidad.
Ángelus (31-12-1995): Amor auténtico
domingo 31 de diciembre de 19951. Hoy la Iglesia celebra la fiesta de la Sagrada Familia, que este año coincide con el último día del año. La liturgia de hoy refiere la invitación que el ángel dirigió dos veces a José: «Levántate, toma contigo al niño ya su madre y huye a Egipto (...) porque Herodes va a buscar al niño para matarle» (Mt 2, 13); y, después de la muerte de Herodes: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel» (Mt 2, 20).
En este relato se pueden distinguir dos momentos decisivos para la Sagrada Familia: primero, en Belén, cuando el rey Herodes, quiere matar al Niño, porque ve en él un adversario para el trono; y, en Egipto, cuando pasado el peligro, la Sagrada Familia puede volver del destierro a Nazaret. Observamos, ante todo, la paternal solicitud de Dios —la divina solicitud del Padre por el Hijo encarnado— y, casi como un reflejo, la solicitud humana de José. Junto a él, percibimos la presencia silenciosa y trepidante de María, que en su corazón medita en la solicitud de Dios y en la obediencia diligente de José. A esa solicitud de Dios solemos llamarla divina Providencia; mientras que la solicitud humana se podría definir providencia humana. En virtud de esa providencia, el padre o la madre se esmeran para evitar todo tipo de mal y garantizar todo el bien posible a los hijos y a la familia.
2. La solicitud de los padres y de las madres debería suscitar en los hijos y en las familias viva gratitud, un sentimiento que constituye también un mandamiento: «Honra», dice también a los padres: «Trata de merecer esa honra». Es preciso recordar constantemente la dimensión de la vida familiar, establecida por el cuarto mandamiento del Decálogo. La familia que, por su naturaleza y vocación, es ambiente de vida y amor, a menudo se halla sujeta a dolorosas amenazas de todo tipo. Con la familia y en la familia, se encuentra amenazada también la vida de la persona y también de la sociedad.
3. Amadísimos hermanos y hermanas, contemplemos a la Sagrada Familia de Nazaret, ejemplo para todas las familias cristianas y humanas. Ella irradia el auténtico amor-caridad, creando no sólo un elocuente modelo para todas las familias, sino también ofreciendo una garantía de que ese amor puede realizarse en todo el núcleo familiar. En la Sagrada Familia se han de inspirar los novios al prepararse para el matrimonio; y la deben contemplar los esposos al construir su comunidad doméstica. Quiera Dios que en toda casa crezca la fe y reinen el amor, la concordia, la solidaridad, el respeto recíproco y la apertura a la vida.
Que María, Reina de la familia, título con el que podríamos de ahora en adelante invocarla en las letanías lauretanas, ayude a las familias de los creyentes a responder cada vez más fielmente a su vocación a fin de que lleguen a ser auténticas iglesias domésticas.
Ángelus (27-12-1998): Imagen viva de la Iglesia de Dios
domingo 27 de diciembre de 19981. En el clima gozoso de la Navidad, la Iglesia, reviviendo con nueva admiración el misterio del Emmanuel, el Dios con nosotros, nos invita a contemplar hoy a la Sagrada Familia de Nazaret. En la contemplación de este admirable modelo la Iglesia descubre valores que vuelve a proponer a las mujeres y a los hombres de todos los tiempos y de todas las culturas.
«¡Oh, Familia de Nazaret, imagen viva de la Iglesia de Dios!». Con estas palabras, la comunidad cristiana reconoce en la comunión familiar de Jesús, María y José, una auténtica «regla de vida»: cuanto más sepa realizar la Iglesia la «alianza de amor» que se manifiesta en la Sagrada Familia, tanto más cumplirá su misión de ser levadura, para que «los hombres constituyan en Cristo una sola familia» (cf. Ad gentes, 1).
2. La Sagrada Familia irradia una luz de esperanza también sobre la realidad de la familia de hoy. Consciente de esto, el Consejo pontificio para la familia ya ha comenzado a trabajar para preparar el III Encuentro mundial de las familias, que se celebrará en Roma los días 14 y 15 de octubre del año 2000, en el marco del gran jubileo. La preparación se centra en el lema que la inspira: «Los hijos, primavera de la familia y de la sociedad». El encuentro anterior tuvo lugar en Río de Janeiro. Y el primero, hace cuatro años, en Roma. El próximo será el tercero.
Sí, precisamente en Nazaret brotó la primavera de la vida humana del Hijo de Dios, en el instante en que fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno virginal de María. Entre las paredes acogedoras de la casa de Nazaret, se desarrolló en un ambiente de alegría la infancia de Jesús, que «crecía en edad, en sabiduría y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2, 52).
3. Así, el misterio de Nazaret enseña a toda familia a engendrar y educar a sus hijos, cooperando de modo admirable en la obra del Creador y dando al mundo, con cada niño, una nueva sonrisa.
En la familia unida los hijos alcanzan la maduración de su existencia, viviendo la experiencia más significativa y rica del amor gratuito, de la fidelidad, del respeto recíproco y de la defensa de la vida.
Ojalá que las familias de hoy contemplen a la Familia de Nazaret a fin de que, imitando el ejemplo de María y José, dedicados amorosamente al cuidado del Verbo encarnado, obtengan indicaciones oportunas para sus opciones diarias de vida.
A la luz de las enseñanzas aprendidas en esa escuela insuperable, todas las familias podrán orientarse en el camino hacia la plena realización del designio de Dios.
Ángelus (30-12-2001): Eligió una familia donde nacer y crecer
domingo 30 de diciembre de 20011. Desde la cueva de Belén, donde en la Noche santa nació el Salvador, nuestra mirada se dirige hoy hacia la humilde casa de Nazaret, para contemplar a la Sagrada Familia de Jesús, María y José, cuya fiesta celebramos en el clima festivo y familiar de la Navidad.
El Redentor del mundo quiso elegir la familia como lugar donde nacer y crecer, santificando así esta institución fundamental de toda sociedad. El tiempo que pasó en Nazaret, el más largo de su existencia, se halla envuelto por una gran reserva: los evangelistas nos transmiten pocas noticias. Pero si deseamos comprender más profundamente la vida y la misión de Jesús, debemos acercarnos al misterio de la Sagrada Familia de Nazaret para observar y escuchar. La liturgia de hoy nos ofrece una oportunidad providencial.
2. La humilde morada de Nazaret es para todo creyente y, especialmente para las familias cristianas, una auténtica escuela del Evangelio. En ella admiramos la realización del proyecto divino de hacer de la familia una comunidad íntima de vida y amor; en ella aprendemos que cada hogar cristiano está llamado a ser una pequeña iglesia doméstica, donde deben resplandecer las virtudes evangélicas. Recogimiento y oración, comprensión y respeto mutuos, disciplina personal y ascesis comunitaria, espíritu de sacrificio, trabajo y solidaridad son rasgos típicos que hacen de la familia de Nazaret un modelo para todos nuestros hogares.
Quise poner de relieve estos valores en la exhortación apostólica Familiaris consortio, cuyo vigésimo aniversario se celebra precisamente este año. El futuro de la humanidad pasa a través de la familia que, en nuestro tiempo, ha sido marcada, más que cualquier otra institución, por las profundas y rápidas transformaciones de la cultura y la sociedad. Pero la Iglesia jamás ha dejado de "hacer sentir su voz y ofrecer su ayuda a todo aquel que, conociendo ya el valor del matrimonio y de la familia, trata de vivirlo fielmente; a todo aquel que, en medio de la incertidumbre o de la ansiedad, busca la verdad; y a todo aquel que se ve injustamente impedido para vivir con libertad el propio proyecto familiar" (Familiaris consortio, 1). Es consciente de esta responsabilidad suya y también hoy quiere seguir "ofreciendo su servicio a todo hombre preocupado por el destino del matrimonio y de la familia" (ib.).
3. Para cumplir esta urgente misión, la Iglesia cuenta de modo especial con el testimonio y la aportación de las familias cristianas. Más aún, frente a los peligros y a las dificultades que afronta la institución familiar, invita a un suplemento de audacia espiritual y apostólica, convencida de que las familias están llamadas a ser "signo de unidad para el mundo" y a testimoniar "el reino y la paz de Cristo, hacia el cual el mundo entero está en camino" (ib., 48).
Que Jesús, María y José bendigan y protejan a todas las familias del mundo, para que en ellas reinen la serenidad y la alegría, la justicia y la paz que Cristo al nacer trajo como don a la humanidad.
Benedicto XVI, papa
Ángelus (30-12-2007): Santificó la realidad de la familia
domingo 30 de diciembre de 2007Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia. Siguiendo los evangelios de san Mateo y san Lucas, fijamos hoy nuestra mirada en Jesús, María y José, y adoramos el misterio de un Dios que quiso nacer de una mujer, la Virgen santísima, y entrar en este mundo por el camino común a todos los hombres. Al hacerlo así, santificó la realidad de la familia, colmándola de la gracia divina y revelando plenamente su vocación y misión.
A la familia dedicó gran atención el concilio Vaticano II. Los cónyuges —afirma— "son testigos, el uno para el otro y ambos para sus hijos, de la fe y del amor de Cristo" (Lumen gentium, 35). Así la familia cristiana participa de la vocación profética de la Iglesia: con su estilo de vida "proclama en voz alta tanto los valores del reino de Dios ya presentes como la esperanza en la vida eterna" (ib.).
Como repitió incansablemente mi venerado predecesor Juan Pablo II, el bien de la persona y de la sociedad está íntimamente vinculado a la "buena salud" de la familia (cf. Gaudium et spes, 47). Por eso, la Iglesia está comprometida en defender y promover "la dignidad natural y el eximio valor" —son palabras del Concilio— del matrimonio y de la familia (ib.). Con esta finalidad se está llevando a cabo, precisamente hoy, una importante iniciativa en Madrid, a cuyos participantes me dirigiré ahora en lengua española.
[...] Al contemplar el misterio del Hijo de Dios que vino al mundo rodeado del afecto de María y de José, invito a las familias cristianas a experimentar la presencia amorosa del Señor en sus vidas. Asimismo, les aliento a que, inspirándose en el amor de Cristo por los hombres, den testimonio ante el mundo de la belleza del amor humano, del matrimonio y la familia. Esta, fundada en la unión indisoluble entre un hombre y una mujer, constituye el ámbito privilegiado en el que la vida humana es acogida y protegida, desde su inicio hasta su fin natural. Por eso, los padres tienen el derecho y la obligación fundamental de educar a sus hijos en la fe y en los valores que dignifican la existencia humana.
Vale la pena trabajar por la familia y el matrimonio porque vale la pena trabajar por el ser humano, el ser más precioso creado por Dios. Me dirijo de modo especial a los niños, para que quieran y recen por sus padres y hermanos; a los jóvenes, para que estimulados por el amor de sus padres, sigan con generosidad su propia vocación matrimonial, sacerdotal o religiosa; a los ancianos y enfermos, para que encuentren la ayuda y comprensión necesarias. Y vosotros, queridos esposos, contad siempre con la gracia de Dios, para que vuestro amor sea cada vez más fecundo y fiel. En las manos de María, "que con su "sí" abrió la puerta de nuestro mundo a Dios" (Spe salvi, 49), pongo los frutos de esta celebración. Muchas gracias y ¡felices fiestas!
Nos dirigimos ahora a la Virgen santísima, pidiendo por el bien de la familia y por todas las familias del mundo.
Ángelus (26-12-2010): El calor de una familia
domingo 26 de diciembre de 2010El Evangelio según san Lucas narra que los pastores de Belén, después de recibir del ángel el anuncio del nacimiento del Mesías, «fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre» (2, 16). Así pues, a los primeros testigos oculares del nacimiento de Jesús se les presentó la escena de una familia: madre, padre e hijo recién nacido. Por eso, el primer domingo después de Navidad, la liturgia nos hace celebrar la fiesta de la Sagrada Familia. Este año tiene lugar precisamente al día siguiente de la Navidad y, prevaleciendo sobre la de san Esteban, nos invita a contemplar este «icono» en el que el niño Jesús aparece en el centro del afecto y de la solicitud de sus padres. En la pobre cueva de Belén —escriben los Padres de la Iglesia— resplandece una luz vivísima, reflejo del profundo misterio que envuelve a ese Niño, y que María y José custodian en su corazón y dejan traslucir en sus miradas, en sus gestos y sobre todo en sus silencios. De hecho, conservan en lo más íntimo las palabras del anuncio del ángel a María: «El que ha de nacer será llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 35).
Sin embargo, el nacimiento de todo niño conlleva algo de este misterio. Lo saben muy bien los padres que lo reciben como un don y que, con frecuencia, así se refieren a él. Todos hemos escuchado decir alguna vez a un papá y a una mamá: «Este niño es un don, un milagro». En efecto, los seres humanos no viven la procreación meramente como un acto reproductivo, sino que perciben su riqueza, intuyen que cada criatura humana que se asoma a la tierra es el «signo» por excelencia del Creador y Padre que está en el cielo. ¡Cuán importante es, por tanto, que cada niño, al venir al mundo, sea acogido por el calor de una familia! No importan las comodidades exteriores: Jesús nació en un establo y como primera cuna tuvo un pesebre, pero el amor de María y de José le hizo sentir la ternura y la belleza de ser amados. Esto es lo que necesitan los niños: el amor del padre y de la madre. Esto es lo que les da seguridad y lo que, al crecer, les permite descubrir el sentido de la vida. La Sagrada Familia de Nazaret pasó por muchas pruebas, como la de la «matanza de los inocentes» —nos la recuerda el Evangelio según san Mateo—, que obligó a José y María a emigrar a Egipto (cf. 2, 13-23). Ahora bien, confiando en la divina Providencia, encontraron su estabilidad y aseguraron a Jesús una infancia serena y una educación sólida.
Queridos amigos, ciertamente la Sagrada Familia es singular e irrepetible, pero al mismo tiempo es «modelo de vida» para toda familia, porque Jesús, verdadero hombre, quiso nacer en una familia humana y, al hacerlo así, la bendijo y consagró. Encomendemos, por tanto, a la Virgen y a san José a todas las familias, para que no se desalienten ante las pruebas y dificultades, sino que cultiven siempre el amor conyugal y se dediquen con confianza al servicio de la vida y de la educación.
Francisco, papa
Ángelus (29-12-2013): Dios se hizo como nosotros
domingo 29 de diciembre de 2013En este primer domingo después de Navidad, la Liturgia nos invita a celebrar la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret. En efecto, cada belén nos muestra a Jesús junto a la Virgen y a san José, en la cueva de Belén. Dios quiso nacer en una familia humana, quiso tener una madre y un padre, como nosotros.
Y hoy el Evangelio nos presenta a la Sagrada Familia por el camino doloroso del destierro, en busca de refugio en Egipto. José, María y Jesús experimentan la condición dramática de los refugiados, marcada por miedo, incertidumbre, incomodidades (cf. Mt 2, 13-15.19-23). Lamentablemente, en nuestros días, millones de familias pueden reconocerse en esta triste realidad. Casi cada día la televisión y los periódicos dan noticias de refugiados que huyen del hambre, de la guerra, de otros peligros graves, en busca de seguridad y de una vida digna para sí mismos y para sus familias.
En tierras lejanas, incluso cuando encuentran trabajo, no siempre los refugiados y los inmigrantes encuentran auténtica acogida, respeto, aprecio por los valores que llevan consigo. Sus legítimas expectativas chocan con situaciones complejas y dificultades que a veces parecen insuperables. Por ello, mientras fijamos la mirada en la Sagrada Familia de Nazaret en el momento en que se ve obligada a huir, pensemos en el drama de los inmigrantes y refugiados que son víctimas del rechazo y de la explotación, que son víctimas de la trata de personas y del trabajo esclavo. Pero pensemos también en los demás «exiliados»: yo les llamaría «exiliados ocultos», esos exiliados que pueden encontrarse en el seno de las familias mismas: los ancianos, por ejemplo, que a veces son tratados como presencias que estorban. Muchas veces pienso que un signo para saber cómo va una familia es ver cómo se tratan en ella a los niños y a los ancianos.
Jesús quiso pertenecer a una familia que experimentó estas dificultades, para que nadie se sienta excluido de la cercanía amorosa de Dios. La huida a Egipto causada por las amenazas de Herodes nos muestra que Dios está allí donde el hombre está en peligro, allí donde el hombre sufre, allí donde huye, donde experimenta el rechazo y el abandono; pero Dios está también allí donde el hombre sueña, espera volver a su patria en libertad, proyecta y elige en favor de la vida y la dignidad suya y de sus familiares.
Hoy, nuestra mirada a la Sagrada Familia se deja atraer también por la sencillez de la vida que ella lleva en Nazaret. Es un ejemplo que hace mucho bien a nuestras familias, les ayuda a convertirse cada vez más en una comunidad de amor y de reconciliación, donde se experimenta la ternura, la ayuda mutua y el perdón recíproco. Recordemos las tres palabras clave para vivir en paz y alegría en la familia: permiso, gracias, perdón. Cuando en una familia no se es entrometido y se pide «permiso», cuando en una familia no se es egoísta y se aprende a decir «gracias», y cuando en una familia uno se da cuenta que hizo algo malo y sabe pedir «perdón», en esa familia hay paz y hay alegría. Recordemos estas tres palabras. Pero las podemos repetir todos juntos: permiso, gracias, perdón. (Todos: permiso, gracias, perdón) Desearía alentar también a las familias a tomar conciencia de la importancia que tienen en la Iglesia y en la sociedad. El anuncio del Evangelio, en efecto, pasa ante todo a través de las familias, para llegar luego a los diversos ámbitos de la vida cotidiana.
Invoquemos con fervor a María santísima, la Madre de Jesús y Madre nuestra, y a san José, su esposo. Pidámosle a ellos que iluminen, conforten y guíen a cada familia del mundo, para que puedan realizar con dignidad y serenidad la misión que Dios les ha confiado.
Julio Alonso Ampuero
Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico: Iglesia doméstica
El Concilio Vaticano II presenta a la familia cristiana como «Iglesia doméstica» (LG 11; GS 48; AA 11). La comunidad familiar formada por los padres y los hijos es una comunidad eclesial. Es una comunidad de bautizados que viven con gozo su condición de hijos de Dios y su condición de miembros de la Iglesia, unidos en la misma fe y en el mismo Espíritu (Ef 4,4-6). La segunda lectura de hoy nos presenta algunos rasgos que definen esta iglesia doméstica:
«Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados». La familia es el lugar natural donde se ora, donde se alaba a Dios. Con la misma naturalidad con que se enseña al niño a leer o se le da de comer, se le debe enseñar a orar orando con él. La familia es una comunidad orante. Es necesario recuperar la alegría de la oración en familia, dejando de lado timideces y falsos pudores.
«Enseñaos unos a otros con toda sabiduría, exhortaos mutuamente». Cada uno debe ayudar al otro con el testimonio, pero también con la palabra. Cada uno ha recibido el don de la palabra para ponerlo al servicio de los demás; una palabra que ilumina, que alienta, que estimula, que consuela, que corrige, que abre los ojos, que da vida...
«El Señor os ha perdonado, haced vosotros lo mismo». La convivencia de cada día requiere mucha paciencia, mucha capacidad de perdón, mucha capacidad de ceder... Cristo nos ofrece no sólo el modelo, sino la fuerza para perdonar una y otra vez. Apoyados en el perdón que de Él hemos recibido, también nosotros somos capaces de perdonar siempre.