Dios siempre cercano en la historia de la salvación, aparece en persona a través de Jesús, el hijo de María.
Nuevo Testamento
Lc 14, 1 . 7-14 – El último puesto
Habiendo el Espíritu Santo infundido su temor en nuestros corazones, para que mediante su asidua meditación —como una rumia del alimento de salvación— se vigorice interiormente nuestra humildad, procuremos revestirlo exteriormente con una conducta honesta, tratando de quedar bien no sólo ante los hombres.
Mt 19, 13-15: Venida del Reino – Jesús y los niños
A los Apóstoles ya maduros y de edad, el Señor dice: «Si vosotros no cambiáis y volvéis a ser como este niño, no entraréis en el Reino de los cielos» (Mt 18,3-4)… Les incita a recuperar la infancia, a fin de que… renazcan a la inocencia del corazón. «El que no nace del agua del Espíritu, no puede entrar en el Reino de los cielos» (Jn 3,5)
Mt 17, 22-27: La Iglesia, primicia del Reino – Jesús y Pedro pagan el tributo
Hemos sido liberados de nuestras cadenas, nosotros que hemos sido llamados por el Señor para ser congregados por el sacramento del bautismo… hemos sido liberados por la sangre de Cristo y por la invocación de su nombre… Hemos sido lavados por el agua del bautismo de una vez por todas, y de una vez por todas somos acogidos en el Reino inmortal. Mantened con valentía lo que habéis recibido, conservadlo para vuestra dicha, no pequéis más. Desde ahora guardaos puros e irreprochables para el día del Señor.
Lc 12, 32-48 – Lámparas encendidas. Vigilancia.
Donde la oscuridad es muy densa, se necesitan muchas lámparas, para que en medio de tan profundas tinieblas brille la luz de nuestros méritos. Estas son las lámparas que la ley dispuso que ardieran continuamente en la tienda del encuentro. En efecto, la tienda del encuentro es este nuestro cuerpo, en el cual vino Cristo a través de un templo más grande y más perfecto, como está escrito, para entrar en el santuario por su propia sangre y purificar nuestra conciencia de la mancha y de las obras muertas; de este modo, en nuestros cuerpos, que mediante el testimonio y calidad de sus actos manifiestan lo oculto y escondido de nuestros pensamientos, brillará, cual otras tantas lámparas, la clara luz de nuestras virtudes. Éstas son las lámparas encendidas, que día y noche lucen en el templo de Dios. Si conservas en tu cuerpo el templo de Dios, si tus miembros son miembros de Cristo, lucirán tus virtudes, que nadie conseguirá apagar, a menos que las apague tu propio pecado. Resplandezca la solemnidad de nuestras fiestas con esta luz de mente pura y afectos sinceros.
Mt 20, 20-28: Venida del Reino – La madre de los hijos de Zebedeo
Los mártires bebían de un trago ese cáliz… y ¿no es un gran martirio el no hacer nunca su propia voluntad, someter el juicio, desgarrar el corazón, vaciarlo de todos sus afectos impuros y de todo lo que no es Dios; no vivir según nuestras inclinaciones y humores sino según la voluntad divina y la razón? Es un martirio muy largo y enojoso y que debe durar toda nuestra vida, pero que nos obtendrá al final una gran corona como recompensa si somos fieles a todo esto.
Domingo XVIII Tiempo Ordinario (C) – Homilías
En este XVIII domingo del tiempo ordinario, la palabra de Dios nos estimula a reflexionar sobre cómo debe ser nuestra relación con los bienes materiales. La riqueza, aun siendo en sí un bien, no se debe considerar un bien absoluto. Sobre todo, no garantiza la salvación; más aún, podría incluso ponerla seriamente en peligro. En la página evangélica de hoy, Jesús pone en guardia a sus discípulos precisamente contra este riesgo. Es sabiduría y virtud no apegar el corazón a los bienes de este mundo, porque todo pasa, todo puede terminar bruscamente. Para los cristianos, el verdadero tesoro que debemos buscar sin cesar se halla en las «cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios». Nos lo recuerda hoy san Pablo en la carta a los Colosenses, añadiendo que nuestra vida «está oculta con Cristo en Dios» (Col 3, 1-3).
Mt 13, 1-9: Discurso parabólico – Parábola del sembrador (Mt)
Viene a cultivar esta tierra, a ocuparse de ella y sembrar la palabra de santidad. Porque la simiente de la cual habla es, en efecto, su doctrina; el campo, el alma del hombre; el sembrador, él mismo.
Lc 11, 1-13 – Pedid y recibiréis
Abre, pues, dilata, rompe los corazones endurecidos de aquellos que tú mismo has creado –si no es por los que no llaman, al menos por tu infinita bondad y por el amor de tus servidores que llaman a ti por los demás. Escúchales, Padre eterno… Abre la puerta de tu caridad ilimitada, que nos ha llegado por la puerta del Verbo.
Mt 19, 27-29: Lo hemos dejado todo
«He aquí, dice Pedro, que nosotros lo hemos dejado todo», no solamente los bienes de este mundo sino también los deseos de nuestra alma. Porque no lo ha dejado todo el que sigue atado aunque sólo sea a sí mismo. Más aún, de nada sirve haber dejado todo lo demás a excepción de sí mismo, porque no hay carga más pesada para el hombre que su propio yo. ¿Qué tirano hay más cruel, amo más despiadado para el hombre que su voluntad propia?