Jesús dice que «la mies es mucha, y los obreros pocos» (Lc 10, 2). En el campo de Dios hay trabajo para todos. Pero Cristo no se limita a enviar: da también a los misioneros reglas de comportamiento claras y precisas. Ante todo, los envía «de dos en dos» para que se ayuden mutuamente y den testimonio de amor fraterno. Les advierte que serán «como corderos en medio de lobos», es decir, deberán ser pacíficos a pesar de todo y llevar en todas las situaciones un mensaje de paz; no llevarán consigo ni alforja ni dinero, para vivir de lo que la Providencia les proporcione; curarán a los enfermos, como signo de la misericordia de Dios; se irán de donde sean rechazados, limitándose a poner en guardia sobre la responsabilidad de rechazar el reino de Dios.
Nuevo Testamento
Lc 17, 5-10 – Subida a Jerusalén: Poder de la fe y humilde servicio
Al hacer trabajos en los que hay que poner toda la atención, debemos, de vez en cuando, volver nuestro espíritu hacia Dios. Y si nos hemos olvidado, debemos humillarnos; y de la humildad ir a Dios y de Dios a la humildad; con toda confianza, hablándole como un hijo habla a su madre, pues Él conoce muy bien cómo somos.
Lc 10, 13-16 – Subida a Jerusalén: Ciudades impenitentes
La gran fuente de incredulidad son el orgullo y la vanidad. Es propio del orgullo arrastrar a las almas a toda clase de males, pero sobre todo a aquellos que nos hacen aferrarnos de tal modo al propio juicio, que nos obstinamos en no someterlo a nadie, por autoridad que pueda tener sobre nosotros. ¡Dios mío, en qué peligro están las almas que se dejan llevar así por su propio juicio estimándolo tan alto! Porque la pasión nos lleva hasta la obstinación.
Jn 1, 47-51 – Veréis a los ángeles de Dios
Los ángeles suben por él y bajan por nosotros, o mejor dicho, bajan con nosotros. Estos espíritus bienaventurados suben por la contemplación de Dios y descienden para tener cura de nosotros y para guardarnos en nuestros caminos. (Sal 91(90),11) Suben a Dios para gozar de su presencia, bajan hacia nosotros para obedecer a sus órdenes, ya que Dios les encargó de protegernos con sus cuidados. De todas formas, aunque descendiendo hacia nosotros, no están privados de la gloria de su felicidad, ya que ven, sin cesar, el rostro del Padre…
Lc 8, 16-18 – Jesús en Galilela: Transmitir la luz
Esta lámpara resplandeciente, que ha sido encendida para servir nuestra salvación, debe siempre brillar en nosotros… Esta lámpara de la ley y de la fe, no debemos por tanto ocultarla, sino colocarla siempre en la Iglesia como sobre el lampadario, para la salvación de un gran número, a fin de alegrarnos de la luz de su verdad, y brillar en todos los creyentes.
Lc 2, 33-35 – La profecía de la espada
Oveja contemplando a su cordero que es llevado al matadero (Is 53,7), consumida de dolor; le seguía, con las demás mujeres.
Jn 19, 25-27 – Jesús y María al pie de la cruz
El dolor de la Virgen vino después, ha dado a luz en la cruz. Las otras mujeres conocen el dolor físico del alumbramiento, ella experimentó el del corazón. Las otras sufren por una alteración física, ella por la compasión y el amor.
Jn 3, 13-17 – El Hijo del hombre tiene que ser elevado
La Cruz nos ha sido causadora de innumerables bienes. Ella nos libró del error; ella nos iluminó cuando estábamos sentados en las tinieblas; ella nos reconcilió con Dios cuando ya estábamos vencidos, y de enemigos nos hizo sus domésticos, y de alejados nos hizo vecinos de Dios. Ella es destrucción de la enemistad, guardiana de la paz, tesoro de bienes infinitos.
Lc 16, 1-13 – Parábola del administrador infiel
Lo menudo son los bienes de esta vida, que él prometió dar a los que creen en él, tales como el sustento, el vestido y otros subsidios corporales, como la salud y cosas por el estilo, ordenándonos taxativamente que no andemos agobiados por estas cosas, sino que esperemos confiadamente en él, pues Dios es la providencia de quienes a él se acogen, providencia segura y total. Lo importante son los dones de la vida eterna e incorruptible, que él prometió conceder a cuantos crean en él y a los que continuamente están pendientes de estas cosas y a él acuden en su demanda.
Lc 15, 1-32 – Parábolas de la Misericordia
Cuando «habla del pastor que va tras la oveja perdida, de la mujer que busca la dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar»