Jesús no quiere cancelar los mandamientos que dio el Señor por medio de Moisés, sino que quiere darles plenitud. E inmediatamente después añade que esta «plenitud» de la Ley requiere una justicia mayor, una observancia más auténtica.
Nuevo Testamento
Mt 4, 12-23: Vuelta a Galilea y llamada de los primeros discípulos
San Mateo presenta el inicio de la misión pública de Cristo. Consiste esencialmente en el anuncio del reino de Dios y en la curación de los enfermos, para demostrar que este reino ya está cerca, más aún, ya ha venido a nosotros. Jesús comienza a predicar en Galilea, la región en la que creció, un territorio de «periferia» con respecto al centro de la nación judía, que es Judea, y en ella, Jerusalén. Pero el profeta Isaías había anunciado que esa tierra, asignada a las tribus de Zabulón y Neftalí, conocería un futuro glorioso: el pueblo que caminaba en tinieblas vería una gran luz (cf. Is 8, 23-9, 1), la luz de Cristo y de su Evangelio (cf. Mt 4, 12-16).
Mt 3, 13-17: El Bautismo de Jesús (Mt)
Cristo es iluminado: dejémonos iluminar junto con él; Cristo se hace bautizar: descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con él.
Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo por quien va a ser bautizado; y sin duda para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán, santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y así, el Señor, que era espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el agua.
Mt 10, 17-22: Predicción de persecuciones
No nos aflijamos cuando nos veamos combatidos y suframos persecución; alegrémonos más bien, pues, cuando se nos prive de los bienes apreciados en la tierra, se nos invita a gozar de los bienes del cielo, de acuerdo con la palabra de aquel que ha proclamado dichosos a cuantos por su causa sean afligidos y perseguidos: de éstos es el reino de los cielos, por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, de quien es la gloria y el imperio por siglos sin fin.
Jn 5, 33-36 – La obra del Hijo – Juan el precursor
Para repeler y ahuyentar las densísimas y negras tinieblas de la ignorancia y de la muerte, que el autor de las tinieblas había introducido en el mundo, tuvo que venir la luz que ilumina a todo el mundo. Ahora bien: era natural que a esta inefable y eterna luz le precediera un sinnúmero de antorchas temporales y humanas.
Lc 7, 24-30: Testimonio de Jesús sobre Juan Bautista (Lc)
«¿Qué habéis ido a ver al desierto?» Pensad en ese hombre que habéis visto, o mejor, a ese ángel revestido de cuerpo humano. No habéis visto una caña sino una roca firme, un hombre de una igualdad admirable en las más diversas circunstancias: virtud, la más agradable y deseable en la vida espiritual. No habéis visto una caña, ya que Juan es el mismo en la adversidad que en la prosperidad; el mismo en la prisión en medio de las persecuciones, que en el desierto en medio de los aplausos. Tan alegre en el invierno de la adversidad como en la primavera de la prosperidad; hace lo mismo en la prisión y en el desierto.
Mt 11, 2-11: La pregunta de Juan Bautista
El Señor propone a nuestra imitación a aquel que le había preparado el camino no sólo precediéndolo en el nacimiento según la carne y anunciándolo con la fe, sino también anticipándosele con su gloriosa pasión. Más que profeta, sí, ya que es él quien cierra la serie de los profetas; más que profeta, ya que muchos desearon ver a quien éste profetizó, a quien éste contempló, a quien éste bautizó.
Mt 4, 18-22: Anuncio del Reino – Llamada de los cuatro primeros discípulos
«Les dijo: “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres”.» Esto es, maestros. Y con la red de la palabra de Dios captarás a los hombres del mundo tempestuoso y peligroso, en donde los hombres no andan sino que son heridos. Porque el diablo, cuando los empuja hacia el mal, en donde se comen los hombres unos a otros como los peces más fuertes devoran a los más jóvenes para que, trasladados, vivan en la tierra como miembros del cuerpo de Cristo.
Mt 8, 5-11 — Predicación del Reino: Curación del criado del Centurión
La fe de este centurión anuncia la fe de los gentiles, fe humilde y ferviente, como el grano de mostaza. Según habéis escuchado, su hijo estaba enfermo y yacía en casa paralítico. El centurión rogó al Salvador por la salud del mismo. El Señor prometió que iría él en persona a devolvérsela. Pero aquél con ferviente humildad y con humilde fervor, replicó: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo (Mt 8,8-12). Se declaraba indigno de que el Señor entrase bajo su techo. Y, sin embargo, no habría dicho estas palabras si el Señor no hubiese entrado ya en su corazón.
Mt 24, 37-44: Discurso escatológico – Estar alerta para no ser sorprendidos
¡Dichoso aquel a cuya puerta llama Cristo! Nuestra puerta es la fe: si la fe es fuerte, defiende toda la casa. Por eso la Iglesia dice en el Cantar de los cantares: Oigo a mi amado que llama. Mira cómo llama, mira cómo desea entrar: Ábreme, amada mía, mi paloma sin mancha, que tengo la cabeza cuajada de rocío, mis rizos, del relente de la noche. Fíjate cuándo el Verbo divino llama con más intensidad a tu puerta: cuando su cabeza está cuajada de rocío. Se digna visitar a los que se encuentran en la prueba y en la tribulación, para que no acaben por sucumbir, víctima de la angustia. Pero si duermes y tu corazón no está en vela, se va sin ni siquiera llamar. Pero si tu corazón vigila, llama y te pide que le abras la puerta, ábrele, pues; desea entrar, quiere encontrar a la esposa vigilante.