Las tres metáforas que utiliza Jesús son en sí muy claras: Pedro será el cimiento de roca sobre el que se apoyará el edificio de la Iglesia; tendrá las llaves del reino de los cielos para abrir y cerrar a quien le parezca oportuno; por último, podrá atar o desatar, es decir, podrá decidir o prohibir lo que considere necesario para la vida de la Iglesia, que es y sigue siendo de Cristo. Siempre es la Iglesia de Cristo y no de Pedro. Así queda descrito con imágenes muy plásticas lo que la reflexión sucesiva calificará con el término: «primado de jurisdicción».
Nuevo Testamento
Mt 14, 22-33 — Primicias del Reino: Jesús camina sobre las aguas y Pedro con él.
Considerad al mundo como si fuera el mar: viento huracanado, tempestad violenta. Para cada uno de nosotros, sus pasiones son su tempestad. Amas a Dios: andas sobre el mar, bajo tus pies ruge el oleaje del mundo. Amas al mundo: te engullirá. Sabe devorar, que no soportar, a sus adoradores. Pero cuando al soplo de la concupiscencia fluctúa tu corazón, para vencer tu sensualidad invoca su divinidad. Y si tu pie vacila, si titubeas, si hay algo que no logras superar, si empiezas a hundirte, di: ¡Señor, sálvame, que me hundo! Pues sólo te libra de la muerte de la carne, el que en la carne murió por ti.
Mt 13, 44-46 — Discurso parabólico: Parábolas del tesoro y de la perla.
La pregunta es por qué se pasa del número plural al singular: el comerciante buscaba perlas de calidad, y se encuentra con una de gran valor, vendiendo todo lo que tenía para comprarla. Podría tratarse de alguien que buscando hombres buenos, con los cuales pasar la vida de una forma laudable, se encuentra con el que los supera a todos, el sin pecado (Cf 2Co 5,21), mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús (Cf 1Tm 2,5)… Cada una de estas tres interpretaciones, o cualquiera otra que se nos pueda ocurrir, y que esté bien significada con el nombre de la única y preciosa perla, tiene el precio de nosotros mismos. Y no somos capaces de llegar a poseerla, si no es consiguiendo nuestra liberación mediante el desprecio de todo lo temporal que poseemos. Vendiendo todas nuestras cosas, ningún precio mayor recibimos por ellas que a nosotros mismos. Cuando estábamos implicados en todas ellas, no éramos dueños de nosotros. Entreguémonos, pues, a cambio de tal perla, no porque ése sea su valor, sino porque ya más no podemos dar.
Mt 13, 44-52 — Discurso parabólico: Parábolas del tesoro y de la perla. Parábola de la red.
El texto que buscaba perlas finas puedes compararlo con éste: Buscad y hallaréis; y con este otro: Quien busca, halla. ¿A propósito de qué se dice buscad y quien busca, halla? Arriesgo la idea de que se trata de las perlas y la perla, perla que adquiere el que lo ha dado todo y ha aceptado perderlo todo, perla a propósito de la cual dice Pablo: Lo perdí todo con tal de ganar a Cristo: al decir «todo» se refiere a las perlas finas; y al puntualizar: «con tal de ganar a Cristo», apunta a la única perla de gran valor.
Mt 10, 37-42 – Discurso apostólico: Renuncia y seguimiento
Parece duro y grave este precepto del Señor de negarse a sí mismo para seguirle. Pero no es ni duro ni grave lo que manda aquel que ayuda a realizar lo que ordena. Es verdad, en efecto, lo que se dice en el salmo: Según tus mandatos, yo me he mantenido en la senda penosa. Como también es cierto lo que él mismo afirma: Mi yugo es llevadero y mi carga ligera. El amor hace suave lo que hay de duro en el precepto.
Mt 10, 26-33 — Discurso apostólico: En la persecución, confiar en Él
Despreciad la tentación, volviendo, sencillamente, vuestro corazón a Dios y, al volveros hacia Él, decidle por ejemplo: Soy tuya, Dios mío. ¡Jesús es bueno! ¡Viva Jesús! y otras palabras semejantes. En suma, es un buen medio, para vencer, el no mirar al enemigo, sino volverse hacia el Amado celestial; y, aunque el enemigo aúlle y eche venablos, para rechazarle basta con no responderle, con no entretenerse con él ni hacerle caso… Confiemos a Dios nuestros buenos deseos y no estemos ansiosos pensando si fructificarán; pues quien nos ha dado la flor del deseo, también nos dará el fruto de su cumplimiento para su gloria, siempre que tengamos una fiel y amorosa confianza en Él.
Mt 11, 25-30 — El Misterio del Reino: Magisterio del Amor y de la Humildad
El Evangelio de la mansedumbre y de la humildad va al mismo paso que el Evangelio de las exigencias morales y hasta de las severas amenazas a quienes no quieren convertirse. No hay contradicción entre el uno y el otro. Jesús vive de la verdad que anuncia y del amor que revela y es éste un amor exigente como la verdad de la que deriva. Por lo demás, el amor ha planteado las mayores exigencias a Jesús mismo en la hora de Getsemaní, en la hora del Calvario, en la hora de la cruz. Jesús ha aceptado y secundado estas exigencias hasta el fondo, porque, como nos advierte el Evangelista, Él «amó hasta el extremo» (Jn 13, 1). Se trata de un amor fiel, por lo cual, el día antes de su muerte, podía decir al Padre: «Las palabras que tú me diste se las he dado a ellos».
Mt 9, 36—10, 8 — Predicación del Reino: Compasión de la gente y envío de los Doce
El verdadero remedio para las heridas de la humanidad —sea las materiales, como el hambre y las injusticias, sea las psicológicas y morales, causadas por un falso bienestar— es una regla de vida basada en el amor fraterno, que tiene su manantial en el amor de Dios. Por esto es necesario abandonar el camino de la arrogancia, de la violencia utilizada para ganar posiciones de poder cada vez mayor, para asegurarse el éxito a toda costa.
Jn 3, 16-18: El amor de Dios manifestado en la cruz de Cristo
¿Y por qué habría abierto sus brazos en la cruz por los pecadores, sometiendo su cuerpo santísimo al sufrimiento en favor del mundo? Yo afirmo que Dios lo hizo por una sola razón: dar a conocer al mundo su amor, para que nuestra capacidad de amar, aumentada por esta constatación, se haga cautiva del amor de Dios. Así, el extraordinario poder del reino de los cielos que consiste en el amor, ha encontrado una ocasión de expresarse en la muerte de su Hijo, para que el mundo se dé cuenta del amor de Dios por su creación. Si este gesto admirable, hubiese tenido por fin únicamente el perdón de nuestros pecados, habría bastado otro medio para realizarlo. ¿Quién lo habría rechazado si se hubiese realizado por medio de una muerte corriente? Pero Dios no quiso una muerte cualquiera para que tú comprendieras que hay aquí un misterio.
Jn 20, 19-23: Aparición a los discípulos – Recibid el Espíritu Santo
Por un singular designio, nuestro Señor Jesucristo, antes de recibir la gloria que le era debida y conveniente a su templo ya transfigurado, se apareció todavía en su primitiva condición, no queriendo que la fe en la resurrección recayera en otra forma y en otro cuerpo distinto de aquel que había asumido de la santísima Virgen, en el cual además había muerto crucificado, según las Escrituras, ya que la muerte sólo tenía poder sobre la carne, e incluso de la carne había sido expulsada. Pues si no resucitó su cuerpo muerto, ¿dónde está la victoria sobre la muerte?