Esta impenitencia contra la que clamaban al unísono el pregonero y el juez, diciendo: Convertíos, porque está cerca el reino de Dios, esta empedernida impenitencia es la que no tiene perdón ni en esta vida ni en la otra, pues la penitencia obtiene el perdón en esta vida, valedero para la futura.
Nuevo Testamento
Jn 19, 31-37 La Crucifixión – Su costado fue traspasado con una lanza y salió sangre y agua
Que nadie diga: no me puede perdonar los pecados. ¿Cómo no va a poder el todopoderoso? Pero insistes: he pecado mucho. Y yo te replico: pero es todopoderoso. Y tú vuelves a la carga: He cometido tales pecados, que nunca podré ser liberado o purificado. Respondo: y sin embargo, él es todopoderoso.
Mc 14, 12-16. 22-26 – Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre
Vosotros celebrabais aquella cena en conmemoración de los prodigios obrados en Egipto; celebrad la nueva cena en conmemoración mía. Aquella sangre fue derramada para salvar a los primogénitos; ésta, para el perdón de los pecados de todo el mundo.
Mc 2, 23—3, 6 – El Hijo del Hombre es Señor también del sábado
Nuestro ocio consiste en abstenerse de las obras malas. También a nosotros Dios nos impone el sábado. ¿Cuál? Primero considerad dónde radica este sábado: nuestro sábado radica en el interior, en el corazón. Muchos, en efecto, descansan corporalmente, pero su conciencia vive en la agitación. Ningún hombre malo puede disfrutar del sábado, pues su conciencia no le deja un momento de reposo y se ve obligado a vivir en la turbación.
Mc 16, 1-7 – La resurrección de Jesús: El sepulcro vacío. Mensaje del ángel
Para las mujeres y para los Apóstoles el camino abierto por «el signo» se concluye mediante el encuentro con el Resucitado: entonces la percepción aún tímida e incierta se convierte en convicción y, más aún, en fe en Aquel que «ha resucitado verdaderamente».
Jn 12, 20-33: La última Pascua – Jesús anuncia su glorificación por la muerte
Cristo fue la primicia de este trigo, él el único que escapó de la maldición, precisamente cuando quiso hacerse maldición por nosotros. Es más, venció incluso a los agentes de la corrupción, volviendo por sí mismo a la existencia libre entre los muertos. De hecho resucitó derrotando la muerte, y subió al Padre como don ofrecido, cual primicia de la naturaleza humana, renovada en la incorruptibilidad.
Jn 3, 14-21: Dios mostró su amor enviando a su Hijo
Asumió, pues, la muerte y la suspendió en la cruz, librando así a los mortales de esa misma muerte. De un mortal nacimos mortales: de inmortales nos hicimos mortales. Todos los hombres nacidos de Adán son mortales: y Jesús, Hijo de Dios, Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, Unigénito igual al Padre, se hizo mortal: pues la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros.
Jn 2, 13-25: Jesús enseña sobre la Resurrección desde su propio cuerpo
Porque llegará ciertamente un tercer día, y en él nacerá un cielo nuevo y una tierra nueva, cuando estos huesos, es decir, la casa toda de Israel, resucitarán en aquel solemne y gran domingo en el que la muerte será definitivamente aniquilada. Por ello, podemos afirmar que la resurrección de Cristo, que pone fin a su cruz y a su muerte, contiene y encierra ya en sí la resurrección de todos los que formamos el cuerpo de Cristo.
Lc 20, 27-40 – Los muertos resucitan
No es esta vida la que hace referencia a la eternidad, a la otra vida, la que nos espera, sino que es la eternidad —aquella vida— la que ilumina y da esperanza a la vida terrena de cada uno de nosotros. Si miramos sólo con ojo humano, estamos predispuestos a decir que el camino del hombre va de la vida hacia la muerte. ¡Esto se ve! Pero esto es sólo si lo miramos con ojo humano. Jesús le da un giro a esta perspectiva y afirma que nuestra peregrinación va de la muerte a la vida: la vida plena.
Jn 1, 45-51 — El ministerio de Jesús: LLamada a Natanael
Entonces, Felipe se le ofrece resueltamente como guía a esta gracia, diciéndole: Ven y verás. A esta invitación, Natanael, abandonando la higuera de la ley, cuya sombra le impedía recibir la luz, llegó a aquel que secó las hojas de la higuera, de la higuera estéril, de la higuera que no daba fruto. Por este motivo, la Palabra dio testimonio de él, diciendo que era un israelita de verdad, porque demostraba en sí mismo el carácter del patriarca Israel, libre de toda intención engañosa. Ahí tenéis —dijo— a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.