La humildad es la verdad, y la verdad es que yo no soy nada. Por consiguiente, todo lo bueno que tengo viene de Dios. Pero a veces malgastamos lo que Dios ha puesto de bueno en nosotros. Cuando veo la gente que me pide algo, a veces ni pienso en lo que podría darles, sino en lo que no soy capaz de dar y por tanto, muchas almas quedan sedientas porque yo no he sabido transmitirles lo que Dios les quería dar. La idea que el Señor viene cada día a nosotros y nos da todo, nos tendría que llevar a la humildad. Sin embargo, pasa lo contrario porque el demonio despierta en nosotros sentimientos de orgullo. Esto no nos honra. Hay, pues, que luchar contra nuestro orgullo. Cuando nos parece que nos puede, paremos un instante, hagamos un acto de humildad. Entonces, Dios que ama los corazones humillados vendrá en nuestra ayuda.
Nuevo Testamento
Lc 14, 1-6: El sábado es para el hombre
La creación está hecha con miras al ‘Sabbat’ y, por tanto, al culto y a la adoración de Dios. El culto está inscrito en el orden de la creación. «Nada se anteponga a la dedicación a Dios» dice la regla de san Benito, indicando así el recto orden de las preocupaciones humanas. El ‘Sabbat’ pertenece al corazón de la ley de Israel. Guardar los mandamientos es corresponder a la sabiduría y a la voluntad de Dios, expresadas en su obra de creación.
Mc 10, 46-52: El ciego de Jericó en Marcos
Lo que pide el ciego al Señor, no es oro, sino luz. No le preocupa solicitar otra cosa más que luz… Imitemos a este hombre, hermanos muy queridos. No pidamos al Señor ni riquezas engañosas, ni obsequios de la tierra, ni honores pasajeros, sino luz: No la luz circunscrita por el espacio, limitada por el tiempo, interrumpida por la noche, con la que compartimos la vista con los animales, pidamos esta luz que sólo los ángeles ven como nosotros,que no tiene principio y ni fin. Sin embargo, el camino para llegar a esta luz, es la fe. Por tanto, con razón el Señor responde inmediatamente al ciego que va a recobrar la luz: «¡Levántate! Tu fe te ha salvado».
Lc 12, 8-12: Testimonio valiente-Espíritu Santo
El que anuncia el Evangelio entre los gentiles dé a conocer, con confianza, el misterio de Cristo, cuyo legado es, de forma que se atreva a hablar de Él como conviene, sin avergonzarse del escándalo de la cruz. Siguiendo las huellas de su Maestro, manso y humilde de corazón, manifieste que su yugo es suave y su carga ligera (Mt 11,29s). Con una vida realmente evangélica, con mucha paciencia, con longanimidad, con suavidad, con caridad sincera (cf 2Co 6,4s), dé testimonio de su Señor, si es necesario, hasta la efusión de la sangre. Dios le concederá valor y fortaleza para conocer la abundancia de gozo que se encierra en la experiencia intensa de la tribulación y de la absoluta pobreza.
Lc 12, 1-7: Contra la hipocresía y el temor
El que no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, está, en el fondo, sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda existencia. La verdadera, la gran esperanza que se mantiene a pesar de todas las desilusiones, tan sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y nos ama siempre «hasta el fin», hasta el «todo se ha cumplido».
Lc 11, 42-46: Advertencias a fariseos y escribas (ii) – ¡Ay de vosotros!
La verdadera humildad de corazón es más sentida y vivida interiormente que al exterior. Cierto, es preciso mostrarse siempre humilde en presencia de Dios, pero no con esta falsa humildad que no conduce más que al desaliento, agotamiento y a la desesperación. Debemos tener una mala reputación de nosotros mismos, no hacer pasar nuestro propio interés antes que el los demás y juzgarnos como inferiores a nuestro prójimo.
Lc 11, 37-41: Advertencias a fariseos y escribas (i)-Limosna de lo que hay dentro
Si el mundo que busca a Dios supiera. Si supieran esos sabios que buscan a Dios en la ciencia, y en las eternas discusiones… Si supieran los hombres dónde se encuentra Dios, cuántas guerras se impedirían, cuánta paz habría en el mundo, cuántas almas se salvarían. Insensatos y necios, que buscáis a Dios donde no está. Escuchad, y asombraos. Dios está en el corazón del hombre.
Lc 11, 27-28: Elogio a la madre de Jesús
Es propio de la Virgen María haber concebido a Cristo en su seno, pero es herencia de todos los escogidos llevarle con amor en su corazón. Dichosa sí, muy dichosa es la mujer que ha llevado a Jesús en su seno durante nueve meses (Lc 11,27). Dichosos también nosotros cuando estamos vigilantes para poder llevarlo siempre en nuestro corazón. Ciertamente, la concepción de Cristo en el seno de María fue una gran maravilla, pero no es una maravilla menor ver como se hace huésped de nuestro corazón. Consideremos, hermanos, cuál es nuestra dignidad y nuestra semejanza con María. La Virgen concibió a Cristo en sus entrañas de carne, y nosotros lo llevaremos en las de nuestro corazón. María ha alimentado a Cristo dando a sus labios la leche de su seno, y nosotros podemos ofrecerle la comida variada de las buenas acciones, en las que él se deleita.
Lc 11, 15-26: Discusiones en torno a los signos de Jesús
Es tan sólo el Espíritu Santo quien puede purificar el espíritu, porque a no ser que entre en él uno más fuerte a desvalijar al ladrón, no se podrá volver a poseer el botín. Es necesario, pues, por todos los medios, especialmente por la paz del alma, ofrecer un refugio al Espíritu Santo a fin de que la lámpara del conocimiento brille siempre en nosotros. Puesto que si ella luce sin cesar en los repliegues del alma, no sólo se hacen del todo evidentes las insinuaciones duras y oscuras del demonio, sino que éstas se debilitan considerablemente al ser desbaratadas por esta santa y gloriosa luz.
Lc 11, 5-13: Oración perseverante
Para obtener el pan para el cuerpo, el mendigo no experimenta ninguna dificultad para llamar a puerta y pedir; si no lo recibe, entra más adentro y sin enfado por el pan, pide vestidos o sandalias para aliviar su cuerpo. Mientras no recibe algo, no se va, aunque se le eche. Nosotros, que buscamos el pan celeste y verdadero para fortalecer nuestra alma, que deseamos revestir los hábitos celestiales de luz y aspiramos a calzar las sandalias inmateriales del Espíritu para consuelo del alma inmortal, cuánto más debemos, incansable y resolutamente, con fe y amor, siempre pacientes, llamar a la puerta espiritual de Dios y pedir, con una constancia perfecta, ser dignos de la vida eterna.