José fue avisado por el ángel para que regresara al país de Israel. Israel significa “tierra de visión”, Egipto quiere decir “tinieblas”… Es durante el sueño, es solamente en el verdadero abandono y la verdadera pasividad que recibirás la invitación a salir, tal como le sucedió a José… Puedes, entonces, ir a Galilea, que quiere decir “paso”.
Nuevo Testamento
Mt 2, 1-12: Adoración de los Magos
No digamos que no tenemos nada muy grande para regalarle. Nada hay suficientemente digno de Dios. Debéis decir: “Yo quiero, Divino Niño, darte el único bien que poseo: yo mismo, y te ruego que aceptes este don.” Y Él nos responderá: “Hijo mío, tu regalo no es pequeño sino en tu propia estima.”
Mt 2, 13-18: Huida a Egipto y matanza de los inocentes
Con este despojamiento de sí mismo, que caracteriza profundamente la verdad sobre Cristo verdadero hombre, podernos decir que se restablece la verdad del hombre universal: se restablece y se repara.
Lc 2, 16-21: Visita de los pastores y circuncisión de Jesús
Venid, sabios, admiremos a la Virgen Madre, la hija de David, esta flor de belleza que dio a luz la maravilla. Admiremos el manantial de donde brota la fuente, la nave toda cargada de gozo que nos trae el mensaje venido del Padre.
Lc 2, 22-35: Presentación de Jesús en el Templo, Cántico y Profecía de Simeón
Si llegas, pues, movido por el Espíritu Santo hasta el templo, encontrarás al Niño Jesús, lo tomarás en tus brazos y dirás: “Ahora, Señor, según tu palabra, puedes dejar a tu siervo irse en paz.” Esta liberación y esta partida se realizan en la paz… ¿Quién es el que muere en paz sino aquel que posee la paz de Dios que sobrepasa toda inteligencia y guarda el corazón de los que la poseen? (Flp 4,7) ¿Quién es aquel que sale de este mundo en paz, sino aquel que comprende que Dios ha venido en Cristo a reconciliar el mundo consigo?
Lc 2, 1-14: Nacimiento de Jesús
Hermanos, el que trae la liberación al mundo viene a nacer en nuestra esclavitud de muerte. Viene a nacer en esta cueva para mostrarse a los hombres inmersos en tinieblas y sobras de muerte.
Lc 1, 67-79: Cántico de Zacarías (Benedictus)
El mismo evangelista lo define como un canto profético, surgido del soplo del Espíritu Santo. En efecto, nos hallamos ante una bendición que proclama las acciones salvíficas y la liberación ofrecida por el Señor a su pueblo. Es, pues, una lectura «profética» de la historia, o sea, el descubrimiento del sentido íntimo y profundo de todos los acontecimientos humanos, guiados por la mano oculta pero operante del Señor, que se entrelaza con la más débil e incierta del hombre.
Lc 1, 57-66: Nacimiento de Juan Bautista
Cuando yo nací borré la esterilidad de la que me dio a luz; y cuando era un recién nacido, llevé el remedio para el mutismo de mi padre recibiendo de ti la gracia de este milagro. Pero tú, nacido de la Virgen María de la manera que tú has querido y que solo tú conoces, no has borrado su virginidad y la has protegido añadiéndole el título de madre; ni su virginidad ha impedido tu nacimiento, ni tu nacimiento ha ensuciado su virginidad. Estas dos realidades incompatibles, el dar a luz y la virginidad, se unieron en una armonía única lo cual sólo está al alcance del Creador de la naturaleza.
Lc 1, 46-56: Cántico de María (Magnificat)
Cada uno debe tener el alma de María para proclamar la grandeza del Señor, cada uno debe tener el espíritu de María para alegrarse en Dios. Aunque, según la carne, sólo hay una madre de Cristo, según la fe todas las almas engendran a Cristo, pues cada una acoge en sí al Verbo de Dios… El alma de María proclama la grandeza del Señor, y su espíritu se alegra en Dios, porque, consagrada con el alma y el espíritu al Padre y al Hijo, adora con devoto afecto a un solo Dios, del que todo proviene, y a un solo Señor, en virtud del cual existen todas las cosas.
Lc 2, 41-52: Jesús en la Familia de Nazaret
«Siguió bajo su autoridad». Ante estas palabras, que todo orgullo se hunda, que todo lo rígido se derrumbe, que toda desobediencia se someta. «Siguió bajo su autoridad». ¿Quién? Aquel que con una sola palabra lo creó todo de la nada. Aquel que, como dice Isaías, «midió los mares con el cuenco de la mano, y abarcó con su palmo la dimensión de los cielos, metió en un tercio de medida el polvo de la tierra, pesó con la romana los montes, y los cerros con la balanza» (40,12). Aquel que, como dice Job: «sacude la tierra de su sitio, y se tambalean sus columnas; a su veto el sol no se levanta, y pone un sello a las estrellas; es autor de obras grandiosas, insondables, de maravillas sin número» (9,6-10)… Es él, tan grande, tan poderoso el que «siguió bajo su autoridad». ¿Bajo la autoridad de quién? De un obrero y de una pobre virgen.