Mostrad vuestro corazón alegre ante Dios; vayamos siempre con júbilo ante su presencia; El nos ama, nos quiere; este dulce Jesús es todo nuestro; seamos del todo suyos solamente, amémosle, querámosle, y que las tinieblas, que las tempestades nos rodeen, que nos lleguen al cuello las aguas de la amargura, mientras El nos tenga de su mano, nada hay que temer.
Nuevo Testamento
Jn 14, 6-14 – Yo estoy en el Padre y el Padre en mí
«¡Tanto tiempo que estoy con vosotros, y no me conoces!, Felipe, el que me ha visto a mí, ha visto al Padre». Felipe hablaba de la visión de los sentidos; Cristo lo llama a la visión interior, lo invita a acogerlo con los ojos del alma. «Hace tanto tiempo que estoy con vosotros; hace tanto tiempo que vivo con vosotros; hace tanto tiempo que os he revelado mi divinidad y mi potencia por mis palabras, por los signos y los milagros, y ¿no me conocéis? Felipe, el que me ve, no con sus ojos de carne, como tú crees, sino con los ojos de su corazón, como yo te lo digo, ése ve al Padre.»
Mt 28, 16-20: Aparición en Galilea y misión univeral – Final del evangelio de Mt
Para hacernos capaces de la vida eterna, nuestro Señor Jesucristo, después de haber realizado todo lo que convenía a la predicación evangélica y a los misterios del nuevo Testamento, cuarenta días después de la resurrección, elevándose al cielo a la vista de sus discípulos, puso fin a su presencia corporal para sentarse a la derecha del Padre, hasta que se cumplan los tiempos divinamente establecidos en que se multipliquen los hijos de la Iglesia, y vuelva, en la misma carne con que ascendió a los cielos, a juzgar a vivos y muertos. Así, todas las cosas referentes a nuestro Redentor, que antes eran visibles, han pasado a ser ritos sacramentales; y para que nuestra fe fuera más firme y valiosa, la visión ha sido sustituida por la instrucción, de modo que, en adelante, nuestros corazones, iluminados por la luz celestial, deben apoyarse en esta instrucción.
Lc 24, 46-53: Ascensión de Jesús. Final del Evangelio de Lucas
Nuestro Señor Jesucristo nos ha inaugurado un camino nuevo y vivo, como dice Pablo: Ha entrado no en un santuario construido por hombres, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros. En realidad, Cristo no subió al cielo para manifestarse a sí mismo delante de Dios Padre: él estaba, está y estará siempre en el Padre y a la vista del que lo engendró; es siempre el objeto de sus complacencias. Pero ahora sube en su condición de hombre, dándose a conocer de una manera insólita y desacostumbrada el Verbo que anteriormente estaba desprovisto de la humanidad.
Jn 15, 18-21 – Despedida: El siervo no es más que su Señor
¿Qué creéis que es el lecho del dolor? No es otra cosa sino escuela de humildad; en él aprendemos a ver nuestras miserias y debilidades y lo vanos, sensibles y desvalidos que somos. Es uno de los grandes beneficios que nos trae la aflicción, que nos hace ver el fondo de nuestra miseria.
Jn 15, 1-8 – Despedida: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos
La adhesión de quienes se vinculan a la vid consiste en una adhesión de voluntad y de deseo; en cambio, la unión de la vid con nosotros es una unión de amor y de inhabitación. Nosotros, en efecto, partimos de un buen deseo y nos adherimos a Cristo por la fe; así llegamos a participar de su propia naturaleza y alcanzamos la dignidad de hijos adoptivos, pues, como afirma san Pablo, el que se une al Señor es un espíritu con él.
Mc 16, 15-20 – Envío en misión. Final del Evangelio de Mc
Los paganos no habrían abandonado el culto a los ídolos si la predicación evangélica no hubiera sido confirmada por tantos signos y milagros. De hecho, ¿no eran los discípulos de Cristo los que predicaban a «un Mesías crucificado, escándalo para los judíos y locura de los paganos», según la expresión de san Pablo? (1Co 1,23)… Pero en cuanto a nosotros, ya no necesitamos signos y prodigios: nos basta leer o escuchar la historia de los que estuvieron allí. Porque nosotros creemos en el Evangelio, creemos en lo que cuentan las Escrituras.
Jn 14, 23-29: Despedida – Os doy Mi Paz
La grandeza de cualquier alma se estima por la medida de la caridad que posee, de modo que la que posee mucha es grande; la que poca, pequeña; y la que ninguna, nada. Pues como dice Pablo: Si no tengo caridad, no soy nada.
Jn 14, 7-14: Despedida: Quien me ha visto, ha visto al Padre
Nos queda por hablar de la causa final de la oración. Hemos de saber que todo ha sido creado para la oración y que cuando Dios creó al ángel y al hombre lo hizo para que le alabasen eternamente en el cielo y esta será la última cosa que haremos, si es que se puede llamar última a algo que es eterno. Si se construye una iglesia y se nos pregunta por qué la hacemos, diremos que es para retirarnos allí a cantar las alabanzas de Dios, y sin embargo cantarlas será lo último que vamos a hacer.
Jn 14, 1-6: Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida
Son muchos los que abrazan esta verdad y siguen este camino, que no es otro que el propio Jesucristo, que dijo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.» Esas palabras deberíamos tenerlas grabadas e impresas en nuestros corazones, de tal manera, que sólo la muerte las pudiera borrar ya que, sin Jesucristo, nuestra vida es más bien muerte que vida; sin la verdad que Él ha traído al mundo, todo hubiera estado lleno de confusión y si no seguimos sus huellas, su pista y su camino, no podremos encontrar el que conduce al cielo.