Así a primera vista, y desde una perspectiva filosófica, este hecho parece simplemente absurdo; ¿cómo podría Dios sufrir, morir, vincular su suerte a la alianza con los hombres, con Abraham? La respuesta es la cabeza ensangrentada, coronada de espinas, del Señor crucificado. El Hijo de Dios se ha hecho hijo de Abraham y ha cargado sobre sí la maldición del juramento roto por los hijos de Abraham.
Pentateuco
Lv 19, 1-2.17-18: Sed santos y amad, a imagen de Dios
La plenitud de la Ley, como la de todas las Escrituras divinas, es el amor. Quien cree haber comprendido las Escrituras, o por lo menos alguna parte de ellas, sin comprometerse a construir, mediante su inteligencia, el doble amor a Dios y al prójimo, demuestra en realidad que está todavía lejos de haber captado su sentido profundo. Pero, ¿cómo poner en práctica este mandamiento?, ¿cómo vivir el amor a Dios y a los hermanos sin un contacto vivo e intenso con las Sagradas Escrituras?