Cristo otorga las llaves del Reino de los cielos a Pedro después de su profesión de fe. Alude a este poder de las llaves en el Antiguo Testamento la primera lectura. San Pablo corona sus reflexiones sobre el destino de Israel con un himno a la infinita sabiduría de Dios.
El Concilio Vaticano II dijo que toda la Iglesia es como un sacramento visible de unidad y de salvación (LG 1). Por ello ha sido providencial la figura de Pedro, como signo vivo y permanente que garantiza la unidad visible de las comunidades eclesiales. Sin Cristo no existiría la Iglesia, pero ésta tiene que ser como la quiso Cristo, no como la quieran los hombres. En el querer de Cristo está la figura de su Vicario visible: el Papa. Donde está Pedro allí esta la Iglesia. Donde están Pedro y la Iglesia, allí está también la plenitud operante del Misterio de Cristo entre los hombres.