En este XVIII domingo del tiempo ordinario, la palabra de Dios nos estimula a reflexionar sobre cómo debe ser nuestra relación con los bienes materiales. La riqueza, aun siendo en sí un bien, no se debe considerar un bien absoluto. Sobre todo, no garantiza la salvación; más aún, podría incluso ponerla seriamente en peligro. En la página evangélica de hoy, Jesús pone en guardia a sus discípulos precisamente contra este riesgo. Es sabiduría y virtud no apegar el corazón a los bienes de este mundo, porque todo pasa, todo puede terminar bruscamente. Para los cristianos, el verdadero tesoro que debemos buscar sin cesar se halla en las «cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios». Nos lo recuerda hoy san Pablo en la carta a los Colosenses, añadiendo que nuestra vida «está oculta con Cristo en Dios» (Col 3, 1-3).
julio 2016
Sábado XVI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
El profeta se sitúa en la puerta del templo, para recordar allí que Dios no puede cohabitar con la maldad (1L). El muchacho Jeremías nos pone en guardia contra un pecado terrible: la perversión de la religión, o sea, «aparentar» que amamos a Dios y rendir culto al demonio por nuestros actos, lo que ha venido a llamarse «divorcio entre fe y vida». La imagen del Evangelio es sugestiva. Dios ha sembrado en cada hombre una semilla, un principio de bien. Si lo descuidamos (nos dormimos), vendrá sin duda el enemigo y sembrará cizaña. La cizaña «parece trigo, pero no es». No se trata de «parecer cristianos», sino de serlo. Jesucristo ha fundado un nuevo Templo en el cual estamos llamados a celebrar un nuevo culto. Dios quiere que lo adoremos y lo glorifiquemos con nuestra vida, con nuestro cuerpo. Es este el auténtico templo, el auténtico culto. Dios tiene paciencia. Escuchemos su Palabra, que nos introducirá en su morada. «Un solo día en sus atrios vale más que otros mil fuera de ellos» (Sal). ¿Hemos experimentado alguna vez, al menos un día en la presencia de Dios? Sería una experiencia que quisiéramos volver a repetir.
Viernes XVI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
Esta nueva Jerusalén será el punto de convergencia de todos los pueblos. Tenemos reflejado aquí el universalismo mesiánico, como aparece también en Isaías y en Miqueas. El profeta presenta una nueva religión basada no en lo puramente externo, sino vinculada al corazón como punto de arranque. Es bien claro la alusión a los tiempos de Cristo con su culto litúrgico, centrado principalmente en la Eucaristía.
Jueves XVI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
¡Idolatría hasta la médula! Pastores, sacerdotes, profetas… nadie está exento de esta terrible tentación. Nos será sugerida hasta media hora después de haber muerto: ser como Dios, cambiar a Dios. No saber valorar el proyecto de Dios y sustituirlo por el nuestro. Cuando esto ocurre cambiamos un manantial de agua fresca, cristalina por una cisterna agrietada (1L). ¿Cómo es posible tal necedad? Oír y ver: he aquí la clave (Ev). Cuando dejamos de oír a Dios, de verlo aun en las cosas más sencillas. Se embotan los sentidos y creyéndonos listos cometemos las mayores estupideces. Puede ser que no entendamos, no sepamos valorar el proyecto de Dios y queramos sustituirlo por el nuestro. Pero la fuente de Dios no se seca nunca. Aunque la hayamos abandonado es siempre posible volver a ella a beber un agua viva que brota. Esa agua se llama «misericordia» (Sal).
Miércoles XVI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
Jeremías relata su propia llamada. Es uno de los textos más hermosos de la Escritura y… siempre actual. «No sé hablar, soy un muchacho…» (1L). Ante la grandeza de la misión aparecen rápidamente las limitaciones del enviado. Veamos en ellas las nuestras y no dudemos de que a pesar de ellas Dios nos pide cosas grandes. Y nos la pide precisamente porque somos pequeños. Dicho de otro modo, esas cosas grandes no se realizarán si no reconocemos nuestra pequeñez. El contenido mismo de la misión es muy sencillo: «irás donde YO te envíe, dirás lo que YO te diga». El protagonista es Dios, Él quiere llegar con nosotros y a través de nosotros allí donde vayamos. El salmo nos invita a poner al servicio del Señor nuestros medios, especialmente la boca: «mi boca contará tu auxilio» y a apoyarnos en él. Todo cambia cuando llamamos a Dios «mi roca, mi alcázar, mi esperanza, mi confianza….» (Sal). No se derrumbará una vida que tenga esos sólidos cimientos. Nos conceda Dios abrir surcos en la tierra de nuestra vida, que cale profundo en ella la semilla de su Palabra, (Ev) que le de fundamento y la haga dar abundantes frutos.
Martes XVI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
Dios perdonará de nuevo, perdonará siempre porque el sí que nos dio es eterno, indisoluble (1L). Es bueno recordarlo, más aún en los momentos de aprieto. Confiando en la fidelidad de Dios podemos pedirle con plena confianza que nos muestre su misericordia, que nos restaure, que nos devuelva la vida (Sal). Es posible, de nuevo, vivir como «hijos», retomar el camino de la voluntad del Padre que Cristo nos ha mostrado (Ev).
Lunes XVI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
Dios viene a interrogarnos por boca del profeta: ¿Qué te he hecho aparte de sacarte de Egipto haciendo de ti un pueblo libre? (1L). Dios no quiere de nosotros otra cosa que esa: que seamos libres, pero de verdad. Ese camino que conduce a la libertad es indicado por unas señales que llamamos mandamientos. ¿Cómo vamos a llegar al término si ignoramos las señales que lo indican? ¡Es imposible! De ahí que el salmista también habla en nombre de Dios, para iluminar la causa de toda situación de esclavitud, de vuelta a Egipto: «te has echado a la espalda mis mandatos» (Sal). Pero no nos confundamos, se trata de la «Ley» de Dios, que nos ha sido dada cumplida en Cristo. Sin esta perspectiva nos encontraremos igualmente ciegos y esclavos, aunque estemos saturados de «mandamientos», si vemos esas señales como una ley que nos viene impuesta desde fuera. La «Ley» de Dios está ahí, inscrita dentro de nosotros. El «signo» ya ha sido dado (Ev). ¿Por qué no lo reconocemos?
Mt 13, 1-9: Discurso parabólico – Parábola del sembrador (Mt)
Viene a cultivar esta tierra, a ocuparse de ella y sembrar la palabra de santidad. Porque la simiente de la cual habla es, en efecto, su doctrina; el campo, el alma del hombre; el sembrador, él mismo.
Lc 11, 1-13 – Pedid y recibiréis
Abre, pues, dilata, rompe los corazones endurecidos de aquellos que tú mismo has creado –si no es por los que no llaman, al menos por tu infinita bondad y por el amor de tus servidores que llaman a ti por los demás. Escúchales, Padre eterno… Abre la puerta de tu caridad ilimitada, que nos ha llegado por la puerta del Verbo.
Mt 19, 27-29: Lo hemos dejado todo
«He aquí, dice Pedro, que nosotros lo hemos dejado todo», no solamente los bienes de este mundo sino también los deseos de nuestra alma. Porque no lo ha dejado todo el que sigue atado aunque sólo sea a sí mismo. Más aún, de nada sirve haber dejado todo lo demás a excepción de sí mismo, porque no hay carga más pesada para el hombre que su propio yo. ¿Qué tirano hay más cruel, amo más despiadado para el hombre que su voluntad propia?