El misterio de la Santísima Trinidad no consiste en números. Es el misterio de un Dios viviente y personal, cuya infinita riqueza se nos escapa, nos desborda por completo. Por eso, el único guía que nos introduce eficazmente en ese misterio y nos lo ilumina es el Espíritu Santo, que «ha sido derramado en nuestros corazones». Él es quien nos conduce a la verdad plena del conocimiento y trato familiar con Cristo y con el Padre. Él es el que, viniendo en ayuda de nuestra debilidad, «intercede por nosotros con gemidos inefables», pues «nosotros no sabemos orar como conviene».
mayo 2016
Sábado VII de Pascua – Homilías
«Sígueme», porque por él padeció Cristo, del cual dice el mismo Pedro: «Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas». Por eso le fue dicho: «Sígueme». Pero hay otra vida inmortal en la que no hay males: allí veremos cara a cara lo que aquí vemos en espejo y figuras cuando se ha progresado mucho en la verdad.
Viernes VII de Pascua – Homilías
Este fue el fin de aquel negador y amador; engreído con la presunción, postrado con la negación; purgado con las lágrimas, coronado con la pasión; este fin halló: morir en caridad perfecta por el nombre de Aquél con quien había prometido morir, arrastrado por una perversa precipitación. Confirmado con su resurrección, realiza lo que a destiempo su flaqueza prometía. Convenía que Cristo muriese antes para salvar a Pedro y después muriese Pedro por la predicación de Cristo. Sucedió en segundo lugar lo que había comenzado a osar la humana temeridad, siendo éste el orden dispuesto por la Verdad… La triple negación es compensada con la triple confesión, para que la lengua sea menos esclava del amor que del temor.
Jueves VII de Pascua – Homilías
El amor con que Dios ama es incomprensible y, al mismo tiempo, inmutable. Porque no comenzó a amarnos desde que fuimos con Él reconciliados por la Sangre de su Hijo, sino que nos amó antes de la formación del mundo, para que juntamente con su Hijo fuésemos hijos suyos, cuando nosotros no éramos absolutamente nada. Pero, al decir que hemos sido reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, no debemos oírlo ni tomarlo como si el Hijo nos hubiera reconciliado con Él para comenzar a amar a quienes antes odiaba, al modo que un enemigo se reconcilia con otro enemigo para hacerse amigos, amándose después los que antes se odiaban; sino que fuimos reconciliados con el que ya nos amaba y cuyos enemigos éramos por el pecado.
Miércoles VII de Pascua – Homilías
Por diversos que sean los lugares, los miembros de la Iglesia profesan una misma fe y única fe, la que fue transmitida por los Apóstoles a sus discípulos. Cristo nunca habla de Iglesias, sino de la Iglesia, de su Iglesia y por ella oró en la última Cena.
Martes VII de Pascua – Homilías
Jesús anuncia que ha llegado la hora de su glorificación. Es como el testamento de Jesús. Él será glorificado con la misma gloria que tenía antes de bajar y de ella participa su humanidad santísima. Los suyos, todos los que pertenecerán a su Iglesia, tienen su Palabra, su Vida eterna, la fe en su misión. La obra consumada por Jesucristo es la Hora por antonomasia.
Lunes VII de Pascua – Homilías
En medio de las persecuciones del mundo conservaron en Él la paz, sin abandonarle, antes buscando en Él su refugio. Recibido el Espíritu Santo, se verificó en ellos lo que les había dicho: «Confiad: Yo he vencido al mundo». Confiaron y vencieron. ¿Por quién sino por Él? No hubiera Él vencido al mundo, si el mundo alcanzase la victoria sobre sus miembros.
Jn 15, 9-17 – Yo os he elegido y destinado a dar fruto
Amamos a Cristo en la medida en que guardamos sus mandamientos; si somos remisos en la guarda de los mandamientos, lo seremos asimismo en el amor. Por consiguiente, no guardemos primero sus mandamientos para que nos ame; pero si no nos ama, no podemos guardar sus mandamientos. Ésta es la gracia patente a los humildes, latente en los soberbios.
Jn 21, 15-19 – Diálogo con Pedro a orillas del lago de Tiberíades
Para siempre, hasta el fin de su vida, Pedro debía avanzar por ese camino, acompañado de esa triple pregunta: «¿Me amas?». Y conformaría todas sus actividades a la respuesta que entonces había dado. Cuando fue convocado ante el Sanedrín. Cuando fue encerrado en la prisión de Jerusalén, prisión de la que no debía salir… y de la que, sin embargo, salió. Y cuando marchó de Jerusalén hacia el norte, a Antioquía, y luego más lejos aún, de Antioquía a Roma. Y cuando en Roma perseveró hasta el fin de sus días, conoció la fuerza de las palabras según las cuales otro le conduciría a donde no quería ir…
Jn 17, 20-26 – Oración de Jesús: Que sean uno
Padre, cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste. Ahora voy a ti. Guarda en tu nombre a los que me has dado. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. El contenido de esta oración, como lo indica el texto que hemos leído, se resume en tres puntos, que constituyen la suma de la salvación e incluso de la perfección, de suerte que nada se pueda añadir: a saber, que sean los discípulos guardados del mal, consagrados en la verdad y con él glorificados.