«¿Qué todo es ése, bienaventurado Pedro? ¿La caña, la red, la barca, el oficio? ¿Eso es lo que nos quieres decir con la palabra todo? Y él nos contesta: «Sí; pero no lo digo por vanagloria, sino que, en mi pregunta al Señor, quiero meter a toda la muchedumbre de los pobres»… «Eso es lo que hizo aquí el Apóstol, al dirigirle al Señor su pregunta en favor de la tierra entera. Porque lo que a él personalmente le atañía bien claramente lo sabía, como resulta evidente… pues quien, ya desde esta vida, había recibido las llaves del reino de los cielos, mucha mayor confianza había de tener por lo que a la otra vida se refería.
mayo 2016
Lunes VIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
Lo malo no es la riqueza, lo malo es la avaricia, lo malo es el amor al dinero. Y en cuanto a la pobreza, «la pobreza parece a muchos un mal, y no lo es. Antes bien, si se mira serenamente e incluso filosóficamente, es un destructor de males.
Lc 7, 11-17 – Obras de Jesús Salvador: Resurrección del hijo de la viuda de Naín
De la resurrección de aquel joven se alegró su madre viuda; de los hombres que cada día resucitan espiritualmente se regocija la Madre Iglesia. Aquél estaba muerto en el cuerpo; éstos, en el alma. La muerte visible de aquél visiblemente era llorada; la muerte invisible de éstos ni se la buscaba ni se la notaba. La buscó el que conocía a los muertos: y conocía a los muertos únicamente el que podía devolverles la vida.
Lc 7, 1-10 – Obras de Jesús Salvador: Curación del criado del centurión
Habiendo prometido el Señor Jesús ir a casa del centurión para curar a su criado, él respondió: No soy yo quién para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra y quedará sano. Confesándose indigno, se hizo digno de que Jesús entrase, no entre las cuatro paredes de su casa, sino en su corazón. Pues no hubiese hablado con tanta fe y humildad, si no albergase ya en su corazón a aquel a quien no se creía digno de recibir en su casa.
Lc 6, 39-45 – Parábolas: Ser discípulos
Un discípulo no es más que su maestro, si bien cuando termine el aprendizaje, será como su maestro. Los bienaventurados discípulos estaban llamados a ser los iniciadores y maestros del mundo entero. Por eso era conveniente que aventajasen a los demás en una sólida formación religiosa: necesitaban conocer el camino de la vida evangélica, ser maestros consumados en toda obra buena, impartir a sus alumnos una doctrina clara, sana y ceñida a las reglas de la verdad; como quienes ya antes habían fijado su mirada en la Verdad y poseían una mente ilustrada por la luz divina. Sólo así evitarían convertirse en ciegos, guías de ciegos. En efecto, los que están envueltos en las tinieblas de la ignorancia, no podrán conducir al conocimiento de la verdad a quienes se encuentran en idénticas y calamitosas condiciones. Pues de intentarlo, ambos acabarán cayendo en el hoyo de las pasiones.
Mc 11, 27-33 – La autoridad de Jesús
¿Por qué se saca tan poco provecho de las predicaciones y de los misterios que se nos enseñan y explican o en los que meditamos? Porque la fe con que los escuchamos o meditamos no es una fe atenta; de ahí viene el que creamos, pero sin una gran seguridad. La fe de la cananea no era así: «¡Oh, mujer, qué grande es tu fe!.» Y no sólo por la atención con que escuchas y crees lo que dice nuestro Señor, sino por la atención que pones al pedirle y presentar tu ruego. No hay duda de que la atención que ponemos en comprender los misterios de nuestra religión y la que ponemos al meditarlos y contemplarlos, nos aumenta mucho la fe.
Prov 8, 22-31 – Origen divino de la Sabiduría
Se trata, en efecto, de la misma Sabiduría de Dios, que antes, por su imagen impresa en las cosas creadas (razón por la cual se dice de ella que es creada), se daba a conocer a sí misma y, por medio de ella, daba a conocer a su Padre. Pero, después esta misma Sabiduría, que es también la Palabra, se hizo carne, como dice san Juan, y, habiendo destruido la muerte y liberado nuestra raza, se reveló con más claridad a sí misma y, a través de sí misma, reveló al Padre; de ahí aquellas palabras suyas: Haz que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo.
Mc 11, 11-26 – La higuera estéril y el signo del templo
¿Cuál es ese templo convertido en cueva de bandidos? Es el alma y el cuerpo del hombre, que son más realmente el templo de Dios que todos los templos edificados. Cuando Nuestro Señor quiere llegarse a este último templo, lo encuentra cambiado en un escondite de bandidos y en un bazar de comerciantes. ¿Qué es un comerciante? Son los que dan lo que tienen – a su libre arbitrio- a cambio de lo que no tienen –las cosas de este mundo. ¡El mundo entero está lleno de esa clase de comerciantes! Los encontramos entre los presbíteros y los laicos, entre los religiosos, los monjes y las monjas… Tanta gente llena de su propia voluntad…; tanta gente que buscan en todo su propio interés. Si, por el contrario, tan sólo quisieran comerciar con Dios dándole su propia voluntad, ¡qué comercio tan dichoso no harían!
Lc 9, 11b-17 – Multiplicación de los Panes (Lc)
Jesús tomó los panes, los bendijo y ordenó a sus Apóstoles que los distribuyesen. Lo hicieron e incluso sobró después de haber comido todos hasta saciarse. Esto, para enseñarnos que debemos caminar apoyados más en la Bondad divina y en su Providencia que en nosotros mismos y en nuestras obras. Porque Dios, bajo cuya dirección y mando nos hemos embarcado, estará siempre atento a proveernos de todo lo necesario. Y, cuando todo nos falte, El tomará a su cargo el cuidarnos y nada nos faltará, ya que tendremos a Dios, que debe ser nuestro todo.
Mc 10, 13-16 – Jesús y los niños. Infancia espiritual
Cuando el Señor nos llama a ser como niños no significa que debamos volver a nuestros días de infancia, ni a las torpezas del inicio, sino tomar alguna cosa que pertenece a los años de madurez; es decir, apaciguar rápidamente las agitaciones interiores, encontrar rápido la calma, olvidar totalmente las ofensas, ser completamente indiferente a los honores, amar y reencontrarse juntos, guardar la igualdad de ánimo como un estado natural. Es un gran bien no saber cómo dañar a otros y no tener gusto por el mal…; no devolver a nadie el mal por el mal (Rom 12,17), es la paz interior de los niños, la que le conviene a los cristianos… Es esta forma de humildad la que nos enseña el Salvador cuando era niño