Accede prontamente a la invitación del fariseo, y lo hace con delicadeza, sin reprocharle su conducta: en primer lugar, porque quería santificar a los invitados, y también al anfitrión, a su familia y la misma esplendidez de los manjares; en segundo lugar, acepta la invitación del fariseo porque sabía que iba a acudir una meretriz y había de hacer ostensión de su férvido y ardiente anhelo de conversión, para que, deplorando ella sus pecados en presencia de los letrados y los fariseos, le brindara oportunidad de enseñarles a ellos cómo hay que aplacar a Dios con lágrimas por los pecados cometidos.
mayo 2016
Lc 15, 3-7 – Parábolas de la Misericordia: La oveja perdida
A pesar de todo, habéis desatado todas mis malas ligaduras que me hubieran mantenido alejado de Vos; incluso habéis desatado los lazos buenos que me hubieran privado de ser un día vuestro del todo…Vuestra mano sola ha hecho esto al principio, en medio y al fin. ¡Cuán bueno sois! Era necesario para preparar mi alma a la verdad; el demonio es demasiado dueño de un alma que no es casta para dejar entrar en ella la verdad; Vos no podíais entrar, Dios mío, en un alma en la que el demonio de las pasiones inmundas reinaba como señor. Vos querías entrar en la mía, o buen Pastor, y Vos mismo habéis echado fuera a vuestro enemigo.
Lc 1, 39-56 – La Visitación
Eres bendita entre las mujeres. Eres el principio de su regeneración. Nos has abierto el acceso libre al paraíso y has disipado nuestros antiguos dolores. No, después de ti, la multitud de mujeres ya no sufrirá más. Las herederas de Eva ya no temerán más su vieja maldición, ni los dolores de parto. Porque Jesucristo, el redentor de nuestra humanidad, el Salvador de toda la naturaleza, el Adán espiritual que cura las heridas del hombre terrestre, Jesucristo, sale de sus sagradas entrañas.
Mc 12, 1-12 – Parábola de los viñadores homicidas (Mc)
Dios no se contentó con volver a dar vida a los que estaban muertos, sino que los hizo también partícipes de su divinidad y les preparó un descanso eterno y una felicidad que supera toda imaginación humana. ¿Cómo pagaremos, pues, al Señor todo el bien que nos ha hecho? (Sal. 115, 12) Es tan bueno que la única paga que exige es que lo amemos por todo lo que nos ha dado.
Domingo X Tiempo Ordinario (C) – Homilías
«Dios ha visitado a su pueblo». En efecto, la visita de Dios es salvífica. Todos quedan sobrecogidos, pues los acontecimientos se han desarrollado de manera contraria a las previsiones. La muerte ha sido derrotada. Ningún mal puede resistir a la acción todopoderosa de Dios en su Hijo Jesucristo. Basta que nos dejemos visitar por Él. ¿Cómo seguir diciendo que «todo tiene remedio menos la muerte»? Es contradictorio ser cristiano y poner límites a la esperanza.
Domingo IX Tiempo Ordinario (C) – Homilías
«Ni en Israel he encontrado tanta fe». El que hace este acto impresionante de fe es precisamente un pagano, un extranjero. Él sabe que su propia palabra surte efecto cuando manda algo a un subordinado, pues ¡cuánto más la palabra del Hijo de Dios! En él se realiza el universalismo de la salvación anunciado en el A.T. (1ª lectura: 1Re 8,41-43; Salmo responsorial: Sal 116,1). ¿Por qué con tanta frecuencia «los de siempre» o «los cercanos» somos los más incrédulos?
Sábado VIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
¿Con qué autoridad haces esto? Jesús responde a esta pregunta de los jefes religiosos de Israel con una cuestión análoga a propósito de Juan Bautista. No se admite la acción salvífica de Jesús, porque la autoridad no le viene de la jerarquía de Israel. La argumentación de Jesús pone de manifiesto la irracionalidad de tal postura, llevando a sus contrincantes al absurdo. Ante este dilema, optan por el silencio: «no lo sabemos». Pero en este repliegue vergonzante se mantienen cerrados a la verdad. Y la verdad es que la acción salvífica de Dios no está a merced de la autoridad humana. Es de Dios y se manifiesta como Él elige, y a Él debemos obedecer y someternos.
Viernes VIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
«Cristo es pobre; ruboricémonos. Cristo es humilde, avergoncémonos. Cristo fue crucificado, no reinó. Es más, fue crucificado para reinar. Venció al mundo no con la soberbia, sino con la humildad; venció al diablo no riendo, sino llorando; no azotó, sino que fue azotado; recibió bofetadas, mas Él no golpeó. Por tanto, imitemos también nosotros a nuestro Señor»
Jueves VIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
«¿Qué es, hermanos, gritar a Cristo, sino adecuarse a la gracia de Cristo con las buenas obras? Digo esto, hermanos, no sea que levantemos mucho la voz, pero callen nuestras costumbres. ¿Quién es el que gritaba a Cristo para que expulsase su ceguera interior al pasar Él, es decir, al dispensarnos los sacramentos temporales con los que nos invita a adquirir los eternos? ¿Quién es el que grita a Cristo? Aquel que desprecia los placeres del mundo, clama a Cristo; aquel que dice, no con solo con la lengua, sino con la vida: «el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo» (Gál 6,14). Éste es el que clama a Cristo.
Miércoles VIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
El sufrimiento entra con pleno derecho en la vida de los que siguen a Cristo. Dice Agustín: «Buscaba la altura, pero no veía el peldaño. El Señor se lo mostró: «¿podéis beber?… Los que buscáis las cimas más altas, ¿podéis beber el cáliz de la humildad?» Por eso no dice simplemente: «niéguese a sí mismo y sígame», sino que añade: «tome su cruz y sígame». ¿Qué significa «tome su cruz»? Soporte lo que le es molesto»