San Felipe Neri, presbítero (26 de Mayo). Memoria – Homilías
/ 21 mayo, 2017 / Propio de los SantosHomilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Agustín, obispo
Sermón
El Apóstol nos manda alegrarnos, pero en el Señor, no en el mundo. Pues, como afirma la Escritura: El que quiere ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. Pues del mismo modo que un hombre no puede servir a dos señores, tampoco puede alegrarse en el mundo y en el Señor.
Que el gozo en el Señor sea el triunfador, mientras se extingue el gozo en el mundo. El gozo en el Señor siempre debe ir creciendo, mientras que el gozo en el mundo ha de ir disminuyendo hasta que se acabe. No afirmamos esto como si no debiéramos alegrarnos mientras estamos en este mundo, sino en el sentido de que debemos alegrarnos en el Señor también cuando estamos en este mundo.
Pero alguno puede decir: «Estoy en el mundo, por tanto, si me alegro, me alegro allí donde estoy.» ¿Pero es que por estar en el mundo no estás en el Señor? Escucha al apóstol Pablo cuando habla a los atenienses, según refieren los Hechos de los apóstoles, y afirma de Dios, Señor y creador nuestro: En él vivimos, nos movemos y existimos. El que está en todas partes, ¿en dónde no está? ¿Acaso no nos exhortaba precisamente a esto? El Señor está cerca; nada os preocupe.
Gran cosa es ésta: el mismo que asciende sobre todos los cielos está cercano a quienes se encuentran en la tierra. ¿Quién es éste, lejano y próximo, sino aquel que por su benignidad se ha hecho próximo a nosotros?
Aquel hombre que cayó en manos de unos bandidos, que fue abandonado medio muerto, que fue desatendido por el sacerdote y el levita y que fue recogido, curado y atendido por un samaritano que iba de paso, representa a todo el género humano. Así, pues, como el Justo e Inmortal estuviese lejos de nosotros, los pecadores y mortales, bajó hasta nosotros para hacerse cercano quien estaba lejos.
No nos trata como merecen nuestros pecados, pues somos hijos. ¿Cómo lo probamos? El Hijo unigénito murió por nosotros para no ser el único hijo. No quiso ser único quien, único, murió por todos. El Hijo único de Dios ha hecho muchos hijos de Dios. Compró a sus hermanos con su sangre, quiso ser reprobado para acoger a los réprobos, vendido para redimirnos, deshonrado para honrarnos, muerto para vivificarnos.
Por tanto, hermanos, estad alegres en el Señor, no en el mundo: es decir, alegraos en la verdad, no en la iniquidad; alegraos con la esperanza de la eternidad, no con las flores de la vanidad. Alegraos de tal forma que, sea cual sea la situación en la que os encontréis, tengáis presente que el Señor está cerca; nada os preocupe.
San Juan Pablo II, papa
Homilía (26-05-1979): Su mensaje es actual también hoy
sábado 26 de mayo de 1979Queridísimos hermanos y hermanas:
No podía faltar mi visita a este lugar santo y amado por los romanos, para venerar a quien fue llamado "el apóstol de la Urbe", San Felipe Neri, compatrono de esta alma ciudad.
¡Mi venida era un deber, era una necesidad del alma y era también una ansiosa espera! En esta iglesia donde reposa el cuerpo de San Felipe Neri, presento ante todo mi saludo más cordial a los sacerdotes, hermanos suyos.
Pero después saludo con particular amor a vosotros, fieles, y a través de vosotros a todos los fieles de Roma, ciudad de San Felipe Neri, tan querida y beneficiada por él, cuyo recuerdo vivo y santificante está presente todavía.
Sabéis que en el tiempo de su estancia en Roma, desde 1534, cuando llegó desconocido y pobre peregrino, hasta 1595, año de su venturosa muerte, San Felipe Neri tuvo un amor vivísimo a Roma. ¡Para Roma vivió, trabajó, estudió, sufrió, oró, amó, murió! ¡Tuvo a Roma en la mente y en su corazón, en sus preocupaciones, en sus proyectos, en sus instituciones, en sus alegrías y también en sus dolores! Para Roma San Felipe fue hombre de cultura y de caridad, de estudio y de organización, de enseñanza y de oración; para Roma fue sacerdote santo, confesor infatigable, educador ingenioso y amigo de todos, y de modo especial fue consejero experto y delicado director de conciencias. A él recurrieron Papas y cardenales, obispos y sacerdotes; príncipes y políticos, religiosos y artistas: en su corazón de padre y de amigo confiaron personas ilustres, como el histórico Cesare Baronio y el célebre compositor Palestrina, San Carlos Borromeo, San Ignacio de Loyola y el cardenal Federigo Borromeo.
Pero aquella pequeña y pobre estancia de su apartamento fue sobre todo meta de una multitud inmensa de personas humildes del pueblo, de personas que sufrían, de desheredados, de marginados de la sociedad, de jóvenes, de niños, que acudían a él para recibir consejo, perdón, paz, ánimo, ayuda material y espiritual. La actividad benéfica de San Felipe fue tal, y tanta, que la magistratura de Roma decretó regalar cada año un cáliz a su iglesia en el día del aniversario de su muerte, como signo de veneración y gratitud.
Viviendo en un siglo dramático, embriagado por los descubrimientos del ingenio humano y de las artes clásicas y paganas, pero en crisis radical por el cambio de mentalidad, San Felipe, hombre de profunda fe y sacerdote fervoroso, genial y clarividente, dotado también de carismas especiales, supo mantener indemne el depósito de la verdad recibida y lo transmitió íntegro y puro, viviéndolo enteramente y anunciándolo sin compromisos.
Por este motivo su mensaje es siempre actual y debemos escucharlo y seguir su ejemplo.
En la preciosa mina de sus enseñanzas y del anecdotario de su vida, siempre tan interesante y cautivadora, algunas perspectivas pueden considerarse particularmente actuales para el mundo de hoy.
1. La humildad de la inteligencia
Es la primera llamada de San Felipe.
En efecto, la soberbia de la inteligencia es un peligro fundamental. San Felipe la veía pavorosamente exuberante en el siglo autónomo y rebelde, y por esto insistía especialmente en la humildad de la razón y en la penitencia interior. La inteligencia es don de Dios que hace al hombre semejante a El; pero la inteligencia debe aceptar sus límites.
La inteligencia debe llegar al Principio necesario y absoluto que rige el universo; reconocer las pruebas históricas que demuestran la divinidad de Jesucristo y la misión divina de la Iglesia; y luego detenerse frente al misterio de Dios, que, siendo infinito, permanece siempre oscuro en su naturaleza y en sus operaciones; la inteligencia debe aceptar su ley, que es ley de amor y de salvación y abandonarse con confianza a su plan, que, siendo eterno, supera ontológicamente toda perspectiva humana.
San Felipe insistía en este sentido de humildad frente a Dios. Llevando la mano a la frente, solía afirmar: "¡La santidad cabe en tres dedos!", queriendo significar que depende esencialmente de la humildad de la inteligencia.
2. Coherencia cristiana
Es la segunda enseñanza de San Felipe, muy válida y siempre actual.
Con sabiduría cristiana supo sacar de los principios de la fe las razones profundas de su actividad y de toda su vida. Y de esta lógica de la fe nace espontáneo un estilo de vida, caracterizado por la alegría, la confianza, la serenidad, el sano optimismo, que no es facilonería banal e insensible, sino visión trascendente de la historia, visión escatológica de la realidad humana. De esta alegría interior nacía su extraordinaria fuerza de apostolado y su fino y proverbial humorismo, por el que fue llamado "el santo de la alegría" y su casa fue llamada "casa de la alegría". Sobre este estilo de vida dulce y austero, alegre y comprometido, fundó el "Oratorio", que se difundió por el mundo entero y que entre tantos méritos tuvo también el del desarrollo de la música y del canto sagrado.
Escribía San Pablo: "Alegraos siempre en el Señor; de nuevo os digo: alegraos. Vuestra amabilidad sea notoria a todos los hombres" ( Flp 4, 4-5).
Así fue San Felipe: hombre de alegría y afabilidad. Quiera el cielo que también cada uno de nosotros pueda gozar esta alegría que nace de la fe cristiana convencida y vivida.
3. La pedagogía de la gracia
Es una tercera enseñanza de nuestro santo, muy actual y necesaria.
San Felipe, con respeto pleno a la personalidad de cada uno, planteó el "proyecto educativo" apoyándose en la realidad de la "gracia" y lo desarrolló en cinco directrices principales: el conocimiento delicado de cada uno de les niños y jóvenes mediante la escucha paciente y afectuosa, —la iluminación de la mente con las verdades de la fe mediante lecturas y meditaciones, —la devoción eucarística y mariana, —la caridad para con el prójimo, —el juego en sus más variadas manifestaciones.
El mundo de hoy tiene necesidad extrema de educadores sensibles y preparados, que enseñen a vencer la tristeza y el afán de soledad y de incomunicación que atormenta a muchos jóvenes y a veces incluso los abate.
Como San Felipe enseñad vosotros, padres y educadores, "cuanto hay de verdadero, de honorable, de justo, de puro, de amable, de saludable, de virtuoso y de digno de alabanza" (Flp 4, 8).
Queridos fieles de Roma:
¡Cuántas cosas podemos y debemos aprender de nuestro gran santo! El nos habla a cada uno de nosotros: Cor ad cor loquitur, como decía el cardenal Newman, convertido del anglicanismo. El, cuando después de largas y meticulosas investigaciones históricas y después de sufrimientos interiores, se vio apremiado por la evidencia de las pruebas a abrazar el catolicismo y entrar en la Iglesia de Roma, al conocer la vida y la espiritualidad de San Felipe, por su profundidad, equilibrio y discreción, se enamoró tanto de él, que quiso ser sacerdote oratoriano. Fundó el primer "Oratorio" en Inglaterra, siguió siempre sus ejemplos, como atestiguan sus admirables discursos, y lo llamó "mi personal padre y patrono", y en el nombre de San Felipe terminó su obra más famosa Apologia pro vita sua.
También para nosotros San Felipe continúa siendo "padre". ¡Invoquémosle! ¡Escuchémosle! Una de las características más amables fue el tierno amor a María Santísima, a la que llamaba frecuentemente Mater gratiae con confianza total y filial.
Afirmaba, lleno de ternura hacia la Madre del cielo: "Esta sola razón debería bastar para tener alegre a un fiel, saber que tiene a María Virgen junto a Dios, que reza por él" (Vita di San Filippo Neri Fiorentino, escrita por el p. Pietro Giacomo Bacci).
Escuchemos a San Felipe Neri, convencidos de que él, que amó tanto a Roma en vida, continúa protegiendo y ayudando a sus hijos.
Y ahora, antes de comenzar la liturgia del Sacrificio, pensemos un momento en lo que ha sucedido hace algunos días en nuestra querida ciudad de Roma: la muerte atroz de un joven somalí, emigrado aquí, víctima anónima de un gesto absurdo, ha levantado un movimiento de indignación y protesta en todo el mundo y ha desgarrado también mi corazón de Padre.
Y, además, elevemos una oración por el pobre difunto y por todas las víctimas de la crueldad y de la violencia humana, y sobre todo prometamos, cada uno personalmente en su ámbito y en su responsabilidad, vivir el Evangelio con fidelidad absoluta siguiendo las huellas de San Felipe Neri.
Mensaje (07-10-1994): El santo de la alegría
viernes 7 de octubre de 1994Con ocasión del IV centenario del "dies natalis" de san Felipe Neri, florentino de nacimiento y romano de adopción, me complace dirigirme a usted y a todos los miembros de la Confederación del Oratorio, para recordar el ejemplo de santidad de su fundador y confirmar en cada uno la obra de la fe, los trabajos de la caridad, y la tenacidad de la esperanza (cf. 1 Ts 1, 3).
1. La amable figura del "santo de la alegría" conserva intacta la irresistible atracción que ejercía en cuantos se acercaban a él para aprender a conocer y experimentar las fuentes auténticas de la alegría cristiana.
En efecto, cuando recorremos la biografía de san Felipe nos sorprende y fascina el modo alegre y amable con el que sabía educar, acercándose fraternal y pacientemente a todos. Como es sabido, este santo solía recoger sus enseñanzas en breves y amenas máximas: "Estad quietos, si podéis", "escrúpulos y melancolía, fuera de mi casa", "sed humildes y no altaneros", "el hombre que no hace oración es un animal sin palabra"; y, llevándose la mano a la frente, "la santidad consiste en tres dedos de frente". En la ingeniosidad de esos y otros muchos "dichos", se puede apreciar el conocimiento agudo y realista que había ido adquiriendo de la naturaleza humana y de la dinámica de la gracia. En esas enseñanzas rápidas y concisas traducía la experiencia de su larga vida y la sabiduría de un corazón en el que moraba el Espíritu Santo. Para la espiritualidad cristiana, esos aforismos se han convertido ahora en una especie de patrimonio sapiencial.
2. San Felipe se presenta en el panorama del Renacimiento romano como el "profeta de la alegría" que supo seguir a Jesús, insertándose activamente en la civilización de su tiempo, en muchos aspectos tan semejante a la actual.
El humanismo, concentrado en el hombre y en sus singulares capacidades intelectuales y prácticas, contra una mal entendida oscuridad medieval, proponía el redescubrimiento de una alegre lozanía natural, sin rémoras ni inhibiciones. Se ponía al hombre, al que se presentaba casi como un dios pagano, en una posición de protagonismo absoluto. Además, se había llevado a cabo una especie de revisión de la ley moral, con la finalidad de buscar y garantizar la felicidad.
San Felipe, abierto a las exigencias de la sociedad de su tiempo, no rechazó ese anhelo de alegría, sino que se esforzó por dar a conocer su verdadero manantial, que había descubierto en el mensaje evangélico. La palabra de Cristo es la que modela el rostro auténtico del hombre, revelando los rasgos que hacen de él un hijo amado por el Padre, acogido como hermano por el Verbo encarnado, y santificado por el Espíritu Santo. Las leyes del Evangelio y los mandamientos de Cristo conducen a la alegría y a la felicidad: ésta es la verdad que san Felipe Neri proclamaba a los jóvenes con los que se encontraba en su trabajo apostólico diario. Su anuncio venía dictado por su íntima experiencia de Dios, sobre todo en la oración. La oración nocturna en las catacumbas de San Sebastián, adonde se retiraba con frecuencia, no sólo era una búsqueda de soledad, sino también el deseo de dialogar allí con los testigos de la fe, el deseo de interrogarlos, como los cultos del renacimiento dialogaban con los clásicos de la antigüedad. De ese conocimiento brotaba la imitación, y después la emulación.
En san Felipe, a quien, durante la vigilia de Pentecostés de 1544, el Espíritu Santo dio un "corazón de fuego", se puede entrever la alegoría de las grandes y divinas transformaciones realizadas en la oración. Un programa seguro y fecundo de formación en la alegría -nos enseña nuestro santo- se alimenta y se apoya en una serie armoniosa de opciones: la oración asidua, la Eucaristía frecuente, el redescubrimiento y la valoración del sacramento de la reconciliación, el contacto familiar y diario con la palabra de Dios, el ejercicio fecundo de la caridad fraterna y del servicio; y, además, la devoción a la Virgen, modelo y causa verdadera de nuestra alegría. A este respecto, no podemos olvidar su sabia y eficaz recomendación: "Hijos míos, ¡sed devotos de María!: sé lo que os digo. ¡Sed devotos de María!".
3. A san Felipe, considerado el "santo de la alegría" por antonomasia, hay que reconocerlo también como el "apóstol de Roma", más aún, como el "reformador de la ciudad eterna". Llegó a serlo casi por una natural evolución y maduración de sus opciones, realizadas bajo la iluminación de la gracia. Fue verdaderamente la luz y la sal de Roma, según las palabras del Evangelio (cf. Mt 5, 13-16). Supo ser luz en esa civilización ciertamente espléndida, pero a menudo sólo por las luces oblicuas y pálidas del paganismo. En ese ambiente social, Felipe acató la autoridad, se adhirió firmemente al depósito de la verdad y fue intrépido en el anuncio del mensaje cristiano. Así, se convirtió en fuente de luz para todos.
No eligió la vida solitaria, sino que, desempeñando su ministerio entre la gente del pueblo, se propuso ser también "sal" para cuantos entraban en contacto con él. Como Jesús, supo bajar hasta la miseria humana concentrada tanto en los palacios de los nobles como en las callejuelas de la Roma renacentista. Era, según las circunstancias, cireneo y conciencia crítica, consejero iluminado y maestro sonriente.
Precisamente por eso, más que él adoptar a Roma, fue Roma la que lo adoptó a él. Durante sesenta años vivió en esta ciudad, que mientras tanto iba poblándose de santos. Aunque en las calles se encontraba con la humanidad doliente para confortarla y ayudarla con la caridad de una palabra sabia y comprensiva, prefería reunir a la juventud en el Oratorio, su verdadera invención. Hizo de él un lugar alegre de encuentro, un gimnasio de formación y un centro de irradiación del arte.
En el Oratorio, a la vez que cultivaba la religiosidad en sus expresiones habituales y nuevas, san Felipe se esforzó por reformar y elevar el arte, poniéndolo nuevamente al servicio de Dios y de la Iglesia. Convencido de que la belleza lleva al bien, en su proyecto educativo acogió todo lo que tuviera carácter artístico. Y él mismo se convirtió en un mecenas de las diversas manifestaciones artísticas, promoviendo iniciativas capaces de llevar a la verdad y al bien.
Decisiva y ejemplar fue la contribución que san Felipe supo dar a la música sagrada, impulsándola a elevarse de su condición de vana diversión a obra re-creadora del espíritu. Gracias a su estímulo, músicos y compositores comenzaron una reforma que alcanzó con Pier Luigi de Palestrina su cima más elevada.
4. Quiera Dios que san Felipe, hombre amable y generoso, santo casto y humilde, apóstol activo y contemplativo, siga siendo el modelo constante para los miembros de la Congregación del Oratorio. A todos los oratorianos les entrega un programa y un estilo de vida que conservan aún hoy una gran actualidad. El llamado "cuadrilátero" -humildad, caridad, oración y alegría- sigue siendo siempre una base solidísima para apoyar el edificio interior de la propia vida espiritual.
Si saben seguir el ejemplo de su fundador, los oratorianos continuarán desempeñando un papel significativo en la vida de la Iglesia. Por tanto, exhorto a todos los hijos e hijas de san Felipe Neri a ser siempre fieles a la vocación oratoriana, buscando a Cristo, adhiriéndose a él con perseverancia y convirtiéndose en sembradores generosos de alegría en medio de los jóvenes, tentados a menudo por la desconfianza y el abatimiento.
Con estos sentimientos, quiero invocar la protección celestial de san Felipe Neri sobre toda la comunidad oratoriana, expresando mis mejores deseos de que las celebraciones jubilares sean una ocasión para el redescubrimiento estimulante de la figura y la obra de este singular testigo de Cristo, que, en este último tramo de siglo, puede enseñar aún mucho a los cristianos comprometidos en la nueva evangelización.
Acompaño esos deseos con una bendición apostólica especial, que le imparto de corazón a usted, a los miembros de la Confederación del Oratorio, y a cuantos se inspiran en la espiritualidad del "santo de la alegría".
Vaticano, 7 de octubre de 1994.
Francisco, papa
Mensaje (26-05-2015)
martes 26 de mayo de 2015El quinto centenario del nacimiento de san Felipe Neri, nacido en Florencia el 21 de julio de 1515, me ofrece la feliz ocasión de unirme espiritualmente a toda la Confederación del Oratorio para recordar a quien vivió durante sesenta años en la Urbe, mereciendo el apelativo de «Apóstol de Roma». Su itinerario existencial estuvo profundamente marcado por la relación con la persona de Jesucristo y por el compromiso de orientar hacia Él las almas confiadas a su cuidado espiritual; en la hora de la muerte, recomendó: «Quien quiera algo que no sea Cristo, no sabe lo que quiere; quien pida algo que no sea Cristo, no sabe lo que pide». De esta ferviente experiencia de comunión con el Señor Jesús nació el Oratorio, realidad eclesial caracterizada por una intensa y gozosa vida espiritual: oración, escucha y conversación sobre la Palabra de Dios, preparación para recibir dignamente los sacramentos, formación en la vida cristiana a través de la historia de los santos y de la Iglesia, obras de caridad en favor de los más pobres.
También gracias al apostolado de san Felipe, el compromiso por la salvación de las almas volvía a ser una prioridad en la acción de la Iglesia; se comprendió nuevamente que los pastores debían estar con el pueblo para guiarlo y sostener su fe. Felipe fue guía para muchos, anunciando el Evangelio y administrando los sacramentos. En particular, se dedicó con gran pasión al ministerio de la confesión, hasta la tarde de su último día terreno. Su preocupación era seguir constantemente el crecimiento espiritual de sus discípulos, acompañándolos en las dificultades de la vida y abriéndolos a la esperanza cristiana. Ciertamente, su misión de «cincelador de almas» se beneficiaba del atractivo singular de su persona, caracterizada por el calor humano, la alegría, la mansedumbre y la suavidad. Estas peculiaridades suyas tenían su origen en su ardiente experiencia de Cristo y en la acción del Espíritu divino, que le había dilatado el corazón.
El padre Felipe, en su método formativo, se sirvió de la fecundidad de los contrastes: enamorado de la oración íntima y solitaria, en el Oratorio enseñaba a rezar en comunión fraterna; fuertemente ascético, incluso en su penitencia corporal, proponía el compromiso de la mortificación interior basada en la alegría y la serenidad del juego; apasionado anunciador de la Palabra de Dios, fue un predicador tan parco en palabras que se redujo a pocas frases cuando lo embargaba la conmoción. Este fue el secreto que hizo de él un auténtico padre y maestro de las almas. Su paternidad espiritual se transparenta en todo su obrar, caracterizado por la confianza en las personas, por el rechazo de los tonos hoscos y enfadados, por el espíritu de fiesta y alegría, por la convicción de que la gracia no suprime la naturaleza sino que la sana, fortalece y perfecciona.
Además, san Felipe Neri sigue siendo un modelo de la misión permanente de la Iglesia en el mundo. La perspectiva de su acercamiento al prójimo, para testimoniar a todos el amor y la misericordia del Señor, puede constituir un valioso ejemplo para obispos, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos. Desde los primeros años de su presencia en Roma ejerció un apostolado de la relación personal y de la amistad como camino privilegiado para abrir al encuentro con Jesús y el Evangelio. Así lo testimonia su biógrafo: «Una vez se acercaba a este, otra a aquel, y de inmediato todos se hacían amigos de él». Le gustaba la espontaneidad, rechazaba el artificio, elegía los medios más divertidos para educar en las virtudes cristianas, proponiendo al mismo tiempo una sana disciplina que implicaba el ejercicio de la voluntad de acoger a Cristo en lo concreto de la propia vida. Su profunda convicción era que el camino de la santidad se funda en la gracia de un encuentro —con el Señor— accesible a cualquier persona, de cualquier estado o condición, que lo acoja con el asombro de los niños.
El estado permanente de misión de la Iglesia requiere de vosotros, hijos espirituales de san Felipe Neri, que no os contentéis con una vida mediocre; al contrario, en la escuela de vuestro fundador estáis llamados a ser hombres de oración y testimonio para atraer a las personas hacia Cristo. En nuestros días, sobre todo en el mundo de los jóvenes, tan queridos para el padre Felipe, hay una gran necesidad de personas que recen y sepan enseñar a rezar. Con su «intensísimo afecto por el Santísimo sacramento de la Eucaristía, sin el cual no podía vivir» —como declaró un testigo en el proceso de canonización—, nos enseña que la Eucaristía celebrada, adorada y vivida es la fuente de la cual beber para hablar al corazón de los hombres. En efecto, «con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (Evangelii gaudium, 1). Que esta alegría, característica del espíritu oratoriano, sea siempre el clima de fondo de vuestras comunidades y de vuestro apostolado.
San Felipe se dirigía afectuosamente a la Virgen con la invocación «Virgen madre, Madre virgen», convencido de que estos dos títulos dicen lo esencial de María. Que ella os acompañe en el camino de una adhesión cada vez más fuerte a Cristo y en el compromiso de un celo cada vez más verdadero al testimoniar y anunciar el Evangelio. Mientras os pido que recéis por mí y por mi ministerio, acompaño estas reflexiones con una especial bendición apostólica, que imparto de corazón a todos los miembros de las congregaciones oratorianas, a los laicos de los Oratorios seculares y a cuantos están asociados a vuestra familia espiritual.
Vaticano, 26 de mayo de 2015