Santos Basilio Magno y Gregorio Nacianceno. Memoria (2 de Enero) – Homilías
/ 2 enero, 2017 / Propio de los SantosHomilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Gregorio Nacianceno, obispo
Sermón: Como si una misma alma sustentase dos cuerpos
Nos habíamos encontrado en Atenas, como la corriente de un mismo río que, desde el manantial patrio, nos había dispersado por las diversas regiones, arrastrados por el afán de aprender, y que, de nuevo, como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, volvió a unirnos, sin duda porque así lo dispuso Dios.
En aquellas circunstancias, no me contentaba yo sólo con venerar y seguir a mi gran amigo Basilio, al advertir en él la gravedad de sus costumbres y la madurez y seriedad de sus palabras, sino que trataba de persuadir a los demás, que todavía no lo conocían, a que le tuviesen esta misma admiración. En seguida empezó a ser tenido en gran estima por quienes conocían su fama y lo habían oído.
En consecuencia, ¿qué sucedió? Que fue casi el único, entre todos los estudiantes que se encontraban en Atenas, que sobrepasaba el nivel común, y el único que había conseguido un honor mayor que el que parece corresponder a un principiante. Este fue el preludio de nuestra amistad; ésta la chispa de nuestra intimidad, así fue como el mutuo amor prendió en nosotros.
Con el paso del tiempo, nos confesamos mutuamente nuestras ilusiones y que nuestro más profundo deseo era alcanzar la filosofía, y, ya para entonces, éramos el uno para el otro todo lo compañeros y amigos que nos era posible ser, de acuerdo siempre, aspirando a idénticos bienes y cultivando cada día más ferviente y más íntimamente nuestro recíproco deseo.
Nos movía un mismo deseo de saber, actitud que suele ocasionar profundas envidias, y, sin embargo, carecíamos de envidia; en cambio, teníamos en gran aprecio la emulación. Contendíamos entre nosotros, no para ver quién era el primero, sino para averiguar quién cedía al otro la primacía; cada uno de nosotros consideraba la gloria del otro como propia.
Parecía que teníamos una misma alma que sustentaba dos cuerpos. Y, si no hay que dar crédito en absoluto a quienes dicen que todo se encuentra en todas las cosas, a nosotros hay que hacernos caso si decimos que cada uno se encontraba en el otro y junto al otro.
Una sola tarea y afán había para ambos, y era la virtud, así como vivir para las esperanzas futuras de tal modo que, aun antes de haber partido de esta vida, pudiese decirse que habíamos emigrado ya de ella. Ése fue el ideal que nos propusimos, y así tratábamos de dirigir nuestra vida y todas nuestras acciones, dóciles a la dirección del mandato divino, acuciándonos mutuamente en el empeño por la virtud; y, a no ser que decir esto vaya a parecer arrogante en exceso, éramos el uno para el otro la norma y regla con la que se discierne lo recto de lo torcido.
Y, así como otros tienen sobrenombres, o bien recibidos de sus padres, o bien suyos propios, o sea, adquiridos con los esfuerzos y orientación de su misma vida, para nosotros era maravilloso ser cristianos, y glorioso recibir este nombre.
Benedicto XVI, papa
Audiencia General (04-07-2007): San Basilio: Lumbrera de la Iglesia
miércoles 4 de julio de 2007Hoy queremos recordar a uno de los grandes Padres de la Iglesia, san Basilio, a quien los textos litúrgicos bizantinos definen como una «lumbrera de la Iglesia». Fue un gran obispo del siglo IV, al que mira con admiración tanto la Iglesia de Oriente como la de Occidente por su santidad de vida, por la excelencia de su doctrina y por la síntesis armoniosa de sus dotes especulativas y prácticas.
Nació alrededor del año 330 en una familia de santos, «verdadera Iglesia doméstica», que vivía en un clima de profunda fe. Estudió con los mejores maestros de Atenas y Constantinopla. Insatisfecho de sus éxitos mundanos, al darse cuenta de que había perdido mucho tiempo en vanidades, él mismo confiesa: «Un día, como si despertase de un sueño profundo, volví mis ojos a la admirable luz de la verdad del Evangelio..., y lloré por mi miserable vida» (cf. Ep. 223: PG 32, 824 a).
Atraído por Cristo, comenzó a mirarlo y a escucharlo sólo a él (cf. Moralia 80, 1: PG 31, 860 b c). Con determinación se dedicó a la vida monástica en la oración, en la meditación de las sagradas Escrituras y de los escritos de los Padres de la Iglesia, y en el ejercicio de la caridad (cf. Ep. 2 y 22), siguiendo también el ejemplo de su hermana, santa Macrina, la cual ya vivía el ascetismo monacal. Después fue ordenado sacerdote y, por último, en el año 370, consagrado obispo de Cesarea de Capadocia, en la actual Turquía.
Con su predicación y sus escritos realizó una intensa actividad pastoral, teológica y literaria. Con sabio equilibrio supo unir el servicio a las almas y la entrega a la oración y a la meditación en la soledad. Aprovechando su experiencia personal, favoreció la fundación de muchas «fraternidades» o comunidades de cristianos consagrados a Dios, a las que visitaba con frecuencia (cf. san Gregorio Nacianceno, Oratio 43, 29 in laudem Basilii: PG 36, 536 b). Con su palabra y sus escritos, muchos de los cuales se conservan todavía hoy (cf. Regulae brevius tractatae, Proemio: PG 31, 1080 a b), los exhortaba a vivir y a avanzar en la perfección. De esos escritos se valieron después no pocos legisladores de la vida monástica antigua, entre ellos san Benito, que consideraba a san Basilio como su maestro (cf. Regula 73, 5).
En realidad, san Basilio creó una vida monástica muy particular: no cerrada a la comunidad de la Iglesia local, sino abierta a ella. Sus monjes formaban parte de la Iglesia particular, eran su núcleo animador que, precediendo a los demás fieles en el seguimiento de Cristo y no sólo de la fe, mostraba su firme adhesión a Cristo —el amor a él—, sobre todo con obras de caridad. Estos monjes, que tenían escuelas y hospitales, estaban al servicio de los pobres; así mostraron la integridad de la vida cristiana.
El siervo de Dios Juan Pablo II, hablando de la vida monástica, escribió: «Muchos opinan que esa institución tan importante en toda la Iglesia como es la vida monástica quedó establecida, para todos los siglos, principalmente por san Basilio o que, al menos, la naturaleza de la misma no habría quedado tan propiamente definida sin su decisiva aportación» (carta apostólica Patres Ecclesiae, 2: L"Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de enero de 1980, p. 13).
Como obispo y pastor de su vasta diócesis, san Basilio se preocupó constantemente por las difíciles condiciones materiales en las que vivían los fieles; denunció con firmeza los males; se comprometió en favor de los más pobres y marginados; intervino también ante los gobernantes para aliviar los sufrimientos de la población, sobre todo en momentos de calamidad; veló por la libertad de la Iglesia, enfrentándose a los poderosos para defender el derecho de profesar la verdadera fe (cf. san Gregorio Nacianceno, Oratio 43, 48-51 in laudem Basilii: PG 36, 557 c-561 c). Dio testimonio de Dios, que es amor y caridad, con la construcción de varios hospicios para necesitados (cf. san Basilio, Ep. 94: PG 32, 488 b c), una especie de ciudad de la misericordia, que por él tomó el nombre de «Basiliades» (cf. Sozomeno, Historia Eccl. 6, 34: PG 67, 1397 a). En ella hunden sus raíces los modernos hospitales para la atención y curación de los enfermos.
Consciente de que «la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza» (Sacrosanctum Concilium, 10), san Basilio, aunque siempre se preocupaba por vivir la caridad, que es la señal de reconocimiento de la fe, también fue un sabio «reformador litúrgico» (cf. san Gregorio Nacianceno, Oratio 43, 34 in laudem Basilii: PG 36, 541 c). Nos dejó una gran plegaria eucarística, o anáfora, que lleva su nombre y que dio una organización fundamental a la oración y a la salmodia: gracias a él el pueblo amó y conoció los Salmos y acudía a rezarlos incluso de noche (cf. san Basilio, In Psalmum 1, 1-2: PG 29, 212 a-213 c). Así vemos cómo la liturgia, la adoración, la oración con la Iglesia y la caridad van unidas y se condicionan mutuamente.
Con celo y valentía, san Basilio supo oponerse a los herejes, que negaban que Jesucristo era Dios como el Padre (cf. san Basilio, Ep. 9, 3: PG 32, 272 a; Ep. 52, 1-3: PG 32, 392 b-396 a; Adv. Eunomium 1, 20: PG 29, 556 c). Del mismo modo, contra quienes no aceptaban la divinidad del Espíritu Santo, defendió que también el Espíritu Santo es Dios y «debe ser considerado y glorificado juntamente con el Padre y el Hijo» (cf. De Spiritu Sancto: SC 17 bis, 348). Por eso, san Basilio es uno de los grandes Padres que formularon la doctrina sobre la Trinidad: el único Dios, precisamente por ser Amor, es un Dios en tres Personas, que forman la unidad más profunda que existe, la unidad divina.
En su amor a Cristo y a su Evangelio, el gran Padre capadocio trabajó también por sanar las divisiones dentro de la Iglesia (cf. Ep. 70 y 243), procurando siempre que todos se convirtieran a Cristo y a su Palabra (cf. De iudicio 4: PG 31, 660 b-661 a), fuerza unificadora, a la que todos los creyentes deben obedecer (cf. ib. 1-3: PG 31, 653 a-656 c).
En conclusión, san Basilio se entregó totalmente al fiel servicio a la Iglesia y al multiforme ejercicio del ministerio episcopal. Según el programa que él mismo trazó, se convirtió en "apóstol y ministro de Cristo, dispensador de los misterios de Dios, heraldo del reino, modelo y norma de piedad, ojo del cuerpo de la Iglesia, pastor de las ovejas de Cristo, médico compasivo, padre nutricio, cooperador de Dios, agricultor de Dios, constructor del templo de Dios" (cf. Moralia 80, 11-20: PG 31, 864 b-868 b).
Este es el programa que el santo obispo entrega a los heraldos de la Palabra —tanto ayer como hoy—, un programa que él mismo se esforzó generosamente por poner en práctica. En el año 379, san Basilio, sin cumplir aún cincuenta años, agotado por el cansancio y la ascesis, regresó a Dios, «con la esperanza de la vida eterna, por Jesucristo, nuestro Señor» (De Baptismo 1, 2, 9). Fue un hombre que vivió verdaderamente con la mirada puesta en Cristo, un hombre del amor al prójimo. Lleno de la esperanza y de la alegría de la fe, san Basilio nos muestra cómo ser realmente cristianos.
Audiencia General (01-08-2007): San Basilio: Su mensaje es válido también hoy
miércoles 1 de agosto de 2007Queridos hermanos y hermanas... Hoy quiero continuar el tema que tratamos en la última catequesis: la vida y los escritos de san Basilio, obispo en la actual Turquía, en Asia menor, durante el siglo IV. La vida de este gran santo y sus obras están llenas de puntos de reflexión y de enseñanzas que valen también para nosotros hoy.
San Basilio habla, ante todo, del misterio de Dios, que sigue siendo el punto de referencia más significativo y vital para el hombre. El Padre es "el principio de todo y la causa del ser de lo que existe, la raíz de los seres vivos" (Hom. 15, 2 de fide: PG 31, 465c) y sobre todo es "el Padre de nuestro Señor Jesucristo" (Anaphora sancti Basilii). Remontándonos a Dios a través de las criaturas, "tomamos conciencia de su bondad y de su sabiduría" (Contra Eunomium 1, 14: PG 29, 544b). El Hijo es la "imagen de la bondad del Padre y el sello de forma igual a él" (cf. Anaphora sancti Basilii). Con su obediencia y su pasión, el Verbo encarnado realizó la misión de Redentor del hombre (cf. In Psalmum 48, 8: PG 29, 452ab; De Baptismo 1, 2: SC 357, 158).
Por último, habla extensamente del Espíritu Santo, al que dedicó un libro entero. Nos explica que el Espíritu Santo anima a la Iglesia, la colma de sus dones y la hace santa. La luz espléndida del misterio divino se refleja en el hombre, imagen de Dios, y exalta su dignidad. Contemplando a Cristo, se comprende plenamente la dignidad del hombre. San Basilio exclama: "(Hombre), date cuenta de tu grandeza considerando el precio pagado por ti: mira el precio de tu rescate y comprende tu dignidad" (In Psalmum 48, 8: PG 29, 452b).
En particular el cristiano, viviendo de acuerdo con el Evangelio, reconoce que todos los hombres son hermanos entre sí; que la vida es una administración de los bienes recibidos de Dios, por lo cual cada uno es responsable ante los demás, y el que es rico debe ser como un "ejecutor de las órdenes de Dios bienhechor" (Hom. 6 de avaritia: PG 32, 1181-1196). Todos debemos ayudarnos y cooperar como miembros de un solo cuerpo (Ep. 203, 3).
San Basilio, en sus homilías usó también palabras valientes, fuertes, a este respecto. En efecto, quien quiere amar al prójimo como a sí mismo, cumpliendo el mandamiento de Dios, "no debe poseer nada más de lo que posee su prójimo" (Hom. in divites: PG 31, 281b).
En tiempo de carestía y calamidad, con palabras apasionadas, el santo obispo exhortaba a los fieles a "no mostrarse más crueles que las bestias..., apropiándose de lo que es común y poseyendo ellos solos lo que es de todos" (Hom. tempore famis: PG 31, 325a). El pensamiento profundo de san Basilio se pone claramente de manifiesto en esta sugestiva frase: "Todos los necesitados miran nuestras manos, como nosotros miramos las de Dios cuando tenemos necesidad".
Así pues, es bien merecido el elogio que hizo de él san Gregorio Nacianceno, el cual, después de la muerte de san Basilio, dijo: "Basilio nos persuadió de que, al ser hombres, no debemos despreciar a los hombres ni ultrajar a Cristo, cabeza común de todos, con nuestra inhumanidad respecto de los hombres; más bien, en las desgracias ajenas debemos obtener beneficio y prestar a Dios nuestra misericordia, porque necesitamos misericordia" (Oratio 43, 63: PG 36, 580b). Son palabras muy actuales. Realmente, san Basilio es uno de los Padres de la doctrina social de la Iglesia.
San Basilio nos recuerda, además, que para mantener vivo en nosotros el amor a Dios y a los hombres, es necesaria la Eucaristía, alimento adecuado para los bautizados, capaz de robustecer las nuevas energías derivadas del Bautismo (cf. De Baptismo 1, 3: SC 357, 192). Es motivo de inmensa alegría poder participar en la Eucaristía (Moralia 21, 3: PG 31, 741a), instituida "para conservar incesantemente el recuerdo de Aquel que murió y resucitó por nosotros" (Moralia 80, 22: PG 31, 869b).
La Eucaristía, don inmenso de Dios, protege en cada uno de nosotros el recuerdo del sello bautismal y permite vivir en plenitud y con fidelidad la gracia del Bautismo. Por eso, el santo obispo recomienda la Comunión frecuente, incluso diaria: "Comulgar también cada día recibiendo el santo cuerpo y la sangre de Cristo es algo bueno y útil, dado que él mismo dice claramente: "Quien come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna" (Jn 6, 54). Por tanto, ¿quién dudará de que comulgar continuamente la vida es vivir en plenitud?" (Ep. 93: PG 32, 484b). En otras palabras, la Eucaristía nos es necesaria para acoger en nosotros la verdadera vida, la vida eterna (cf. Moralia 21, 1: PG 31, 737c).
Por último, san Basilio también se interesó, naturalmente, por esa porción elegida del pueblo de Dios que son los jóvenes, el futuro de la sociedad. A ellos les dirigió un Discurso sobre el modo de sacar provecho de la cultura pagana de su tiempo. Con gran equilibrio y apertura, reconoce que en la literatura clásica, griega y latina, se encuentran ejemplos de virtud. Estos ejemplos de vida recta pueden ser útiles para el joven cristiano en la búsqueda de la verdad, del modo recto de vivir (cf. Ad adolescentes 3).
Por tanto, hay que tomar de los textos de los autores clásicos lo que es conveniente y conforme a la verdad; así, con una actitud crítica y abierta —en realidad, se trata de un auténtico "discernimiento"— los jóvenes crecen en la libertad. Con la célebre imagen de las abejas, que toman de las flores sólo lo que sirve para la miel, san Basilio recomienda: "Como las abejas saben sacar de las flores la miel, a diferencia de los demás animales, que se limitan a gozar del perfume y del color de las flores, así también de estos escritos... se puede sacar provecho para el espíritu. Debemos utilizar esos libros siguiendo en todo el ejemplo de las abejas, las cuales no van indistintamente a todas las flores, y tampoco tratan de sacar todo lo que tienen las flores donde se posan, sino que sólo sacan lo que les sirve para la elaboración de la miel, y dejan lo demás. Así también nosotros, si somos sabios, tomaremos de esos escritos lo que se adapta a nosotros y es conforme a la verdad, y dejaremos el resto" (Ad adolescentes 4). San Basilio recomienda a los jóvenes, sobre todo, que crezcan en la virtud, en el recto modo de vivir: "Mientras que los demás bienes... pasan de uno a otro, como en el juego de los dados, sólo la virtud es un bien inalienable, y permanece durante la vida y después de la muerte" (ib., 5).
Queridos hermanos y hermanas, podemos decir que este santo Padre de un tiempo tan lejano nos habla también a nosotros y nos dice cosas importantes. Ante todo, esta participación atenta, crítica y creativa en la cultura de hoy. Luego, la responsabilidad social: en nuestro tiempo, en un mundo globalizado, también los pueblos geográficamente lejanos son realmente nuestro prójimo. A continuación, la amistad con Cristo, el Dios de rostro humano. Y, por último, el conocimiento y la acción de gracias a Dios, Creador y Padre de todos nosotros: sólo abiertos a este Dios, Padre común, podemos construir un mundo justo y fraterno.
Audiencia General (08-08-2007): San Gregorio Nacianceno: Verdadero teólogo
miércoles 8 de agosto de 2007Queridos hermanos y hermanas:
El miércoles pasado hablé de un gran maestro de la fe, el Padre de la Iglesia san Basilio. Hoy quiero hablar de su amigo san Gregorio Nacianceno, que, al igual que san Basilio, era originario de Capadocia. Ilustre teólogo, orador y defensor de la fe cristiana en el siglo IV, fue célebre por su elocuencia y, al ser también poeta, tuvo un alma refinada y sensible.
San Gregorio nació en el seno de una familia noble. Su madre lo consagró a Dios desde su nacimiento, que tuvo lugar alrededor del año 330. Después de la educación familiar, frecuentó las más célebres escuelas de su época: primero fue a Cesarea de Capadocia, donde entabló amistad con san Basilio, futuro obispo de esa ciudad; luego estuvo en otras metrópolis del mundo antiguo, como Alejandría de Egipto y sobre todo Atenas, donde se encontró de nuevo con san Basilio (cf. Oratio 43, 14-24: SC 384, 146-180).
Recordando su amistad con san Basilio, escribirá más tarde: "Yo, entonces, no sólo sentía gran veneración hacia mi gran amigo Basilio por la austeridad de sus costumbres y por la madurez y sabiduría de sus discursos, sino que también inducía a tenerla a otros que aún no lo conocían... Nos impulsaba el mismo anhelo de saber... Nuestra competición no consistía en ver quién era el primero, sino en quién permitiría al otro serlo. Parecía que teníamos una sola alma en dos cuerpos" (Oratio 43, 16.20: SC 384, 154-156.164). Esas palabras representan en cierto sentido un autorretrato de esta alma noble. Pero también se puede imaginar que este hombre, fuertemente proyectado más allá de los valores terrenos, sufrió mucho por las cosas de este mundo.
Al volver a casa, san Gregorio recibió el bautismo y se orientó hacia la vida monástica: se sentía atraído por la soledad y la meditación filosófica y espiritual. Él mismo escribirá: "Nada me parece más grande que esto: hacer callar a los sentidos; salir de la carne del mundo; recogerse en sí mismo; no ocuparse ya de las cosas humanas, salvo de las estrictamente necesarias; hablar consigo mismo y con Dios; vivir una vida que trascienda las cosas visibles; llevar en el alma imágenes divinas siempre puras, sin mezcla de formas terrenas y erróneas; ser realmente un espejo inmaculado de Dios y de las cosas divinas, y llegar a serlo cada vez más, tomando luz de la Luz...; gozar del bien futuro ya en la esperanza presente, y conversar con los ángeles; haber dejado ya la tierra, aun estando en la tierra, transportados a las alturas con el espíritu" (Oratio 2, 7: SC 247, 96).
Como confiesa él mismo en su autobiografía (cf. Carmina [historica] 2, 1, 11 de vita sua 340-349: PG 37, 1053), era reacio a recibir la ordenación presbiteral, porque sabía que así debería ser pastor, ocuparse de los demás, de sus cosas, y por tanto ya no podría dedicarse exclusivamente a la meditación. Con todo, aceptó esta vocación y asumió el ministerio pastoral con obediencia total, aceptando ser llevado por la Providencia a donde no quería ir (cf. Jn 21, 18), como a menudo le aconteció en la vida.
En el año 371, su amigo Basilio, obispo de Cesarea, contra el deseo del mismo Gregorio, lo quiso consagrar obispo de Sásima, una localidad estratégicamente importante de Capadocia. Sin embargo, él, por diversas dificultades, no llegó a tomar posesión, y permaneció en la ciudad de Nacianzo.
Hacia el año 379, san Gregorio fue llamado a Constantinopla, la capital, para dirigir a la pequeña comunidad católica, fiel al concilio de Nicea y a la fe trinitaria. En cambio, la mayoría había aceptado el arrianismo, que era "políticamente correcto" y considerado políticamente útil por los emperadores.
De esta forma, san Gregorio se encontró en una situación de minoría, rodeado de hostilidad. En la iglesita de la Anástasis pronunció cinco Discursos teológicos (Orationes 27-31: SC 250, 70-343) precisamente para defender y hacer en cierto modo inteligible la fe trinitaria. Esos discursos son célebres por la seguridad de la doctrina y la habilidad del razonamiento, que realmente hace comprender que esta es la lógica divina. También la brillantez de la forma los hace muy atractivos hoy.
Por estos discursos san Gregorio recibió el apelativo de "teólogo". Así es llamado en la Iglesia ortodoxa: el "teólogo". Para él la teología no es una reflexión puramente humana, y mucho menos sólo fruto de complicadas especulaciones, sino que deriva de una vida de oración y de santidad, de un diálogo constante con Dios. Precisamente así pone de manifiesto a nuestra razón la realidad de Dios, el misterio trinitario. En el silencio contemplativo, lleno de asombro ante las maravillas del misterio revelado, el alma acoge la belleza y la gloria divinas.
Mientras participaba en el segundo concilio ecuménico, el año 381, san Gregorio fue elegido obispo de Constantinopla y asumió la presidencia del Concilio. Pero inmediatamente se desencadenó una fuerte oposición contra él; la situación se hizo insostenible. Para un alma tan sensible estas enemistades eran insoportables. Se repitió lo que san Gregorio había lamentado ya anteriormente con palabras llenas de dolor: "Nosotros, que tanto amábamos a Dios y a Cristo, hemos dividido a Cristo. Hemos mentido los unos a los otros por causa de la Verdad; hemos alimentado sentimientos de odio por causa del Amor; nos hemos dividido unos de otros" (Oratio 6, 3: SC 405, 128).
Así, en un clima de tensión, san Gregorio dimitió. En la catedral, abarrotada, pronunció un discurso de despedida muy emotivo y lleno de dignidad (cf. Oratio 42: SC 384, 48-114). Su emotiva intervención concluyó con estas palabras: "Adiós, gran ciudad, amada por Cristo... Hijos míos, os suplico, conservad el depósito [de la fe] que se os ha confiado (cf. 1 Tm 6, 20); recordad mis sufrimientos (cf. Col 4, 18). Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos vosotros" (cf. Oratio 42, 27: SC 384, 112-114).
Volvió a Nacianzo y durante cerca de dos años se dedicó al cuidado pastoral de aquella comunidad cristiana. Luego se retiró definitivamente a la soledad en la cercana Arianzo, su tierra natal, consagrándose al estudio y a la vida ascética. Durante este período compuso la mayor parte de su obra poética, sobre todo autobiográfica: el De vita sua, un repaso en versos de su camino humano y espiritual, un camino ejemplar de un cristiano que sufre, de un hombre de gran interioridad en un mundo lleno de conflictos. Es un hombre que nos hace sentir la primacía de Dios y por eso también nos habla a nosotros, a nuestro mundo: sin Dios el hombre pierde su grandeza; sin Dios no hay auténtico humanismo.
Por eso, escuchemos esta voz y tratemos de conocer también nosotros el rostro de Dios. En una de sus poesías escribió, dirigiéndose a Dios: "Sé benigno, tú, que estás más allá de todo" (Carmina [dogmatica] 1, 1, 29: PG 37, 508). Y en el año 390 Dios acogió entre sus brazos a este siervo fiel, que con aguda inteligencia lo había defendido en sus escritos, y que con tanto amor le había cantado en sus poesías.
Audiencia General (22-08-2007): San Gregorio Nacianceno: El alma tiene una tarea
miércoles 22 de agosto de 2007Queridos hermanos y hermanas:
En los retratos de los grandes Padres y doctores de la Iglesia que estoy presentando en estas catequesis, la última vez hablé de san Gregorio Nacianceno, obispo del siglo IV, y hoy quisiera seguir completando el retrato de este gran maestro. Hoy trataremos de recoger algunas de sus enseñanzas.
Reflexionando sobre la misión que Dios le había confiado, san Gregorio Nacianceno concluía: "He sido creado para ascender hasta Dios con mis acciones" (Oratio 14, 6 de pauperum amore: PG 35, 865). De hecho, puso al servicio de Dios y de la Iglesia su talento de escritor y orador. Escribió numerosos discursos, homilías y panegíricos, muchas cartas y obras poéticas (casi 18.000 versos): una actividad verdaderamente prodigiosa. Había comprendido que esta era la misión que Dios le había confiado: "Siervo de la Palabra, desempeño el ministerio de la Palabra. Ojalá que nunca descuide este bien. Yo aprecio esta vocación, me complace y me da más alegría que todo lo demás" (Oratio 6, 5: SC 405, 134; cf. también Oratio 4, 10).
San Gregorio Nacianceno era un hombre manso, y en su vida siempre trató de promover la paz en la Iglesia de su tiempo, desgarrada por discordias y herejías. Con audacia evangélica se esforzó por superar su timidez para proclamar la verdad de la fe. Sentía profundamente el anhelo de acercarse a Dios, de unirse a él. Lo expresa él mismo en una poesía, en la que escribe: "Entre las grandes corrientes del mar de la vida, agitado en todas partes por vientos impetuosos (...), sólo quería una cosa, una sola riqueza, consuelo y olvido del cansancio: la luz de la santísima Trinidad" (Carmina [histórica] 2, 1, 15: PG 37, 1250 ss).
San Gregorio hizo resplandecer la luz de la Trinidad, defendiendo la fe proclamada en el concilio de Nicea: un solo Dios en tres Personas iguales y distintas —Padre, Hijo y Espíritu Santo—, "triple luz que se une en un único esplendor" (Himno vespertino: Carmina [histórica] 2, 1, 32: PG 37, 512). De este modo, san Gregorio, siguiendo a san Pablo (cf. 1 Co 8, 6), afirma: "Para nosotros hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas; un Señor, Jesucristo, por medio del cual han sido hechas todas las cosas; y un Espíritu Santo, en el que están todas las cosas" (Oratio 39, 12: SC 358, 172).
San Gregorio destacó con fuerza la plena humanidad de Cristo: para redimir al hombre en su totalidad de cuerpo, alma y espíritu, Cristo asumió todos los componentes de la naturaleza humana; de lo contrario, el hombre no hubiera sido salvado. Contra la herejía de Apolinar, el cual aseguraba que Jesucristo no había asumido un alma racional, san Gregorio afronta el problema a la luz del misterio de la salvación: "Lo que no ha sido asumido no ha sido curado" (Ep. 101, 32: SC 208, 50), y si Cristo no hubiera tenido "intelecto racional, ¿cómo habría podido ser hombre?" (Ep. 101, 34: SC 208, 50). Precisamente nuestro intelecto, nuestra razón, tenía y tiene necesidad de la relación, del encuentro con Dios en Cristo. Al hacerse hombre, Cristo nos dio la posibilidad de llegar a ser como él. El Nacianceno exhorta: "Tratemos de ser como Cristo, pues también Cristo se hizo como nosotros: tratemos de ser dioses por medio de él, pues él mismo se hizo hombre por nosotros. Cargó con lo peor, para darnos lo mejor" (Oratio 1, 5: SC 247, 78).
María, que dio la naturaleza humana a Cristo, es verdadera Madre de Dios (Theotokos: cf. Ep. 101, 16: SC 208, 42), y con miras a su elevadísima misión fue "purificada anticipadamente" (Oratio 38, 13: SC 358, 132; es como un lejano preludio del dogma de la Inmaculada Concepción). Propone a María como modelo para los cristianos, sobre todo para las vírgenes, y como auxiliadora a la que hay que invocar en las necesidades (cf. Oratio 24, 11: SC 282, 60-64).
San Gregorio nos recuerda que, como personas humanas, tenemos que ser solidarios los unos con los otros. Escribe: ""Nosotros formamos un solo cuerpo en Cristo" (cf. Rm 12, 5), ricos y pobres, esclavos y libres, sanos y enfermos; y una sola es la cabeza de la que todo deriva: Jesucristo. Y como sucede con los miembros de un solo cuerpo, cada uno debe ocuparse de los demás, y todos de todos". Luego, refiriéndose a los enfermos y a las personas que atraviesan dificultades, concluye: "Esta es la única salvación para nuestra carne y nuestra alma: la caridad para con ellos" (Oratio 14, 8 de pauperum amore: PG 35, 868 ab).
San Gregorio subraya que el hombre debe imitar la bondad y el amor de Dios y, por tanto, recomienda: "Si gozas de salud y eres rico, alivia la necesidad de quien está enfermo y es pobre; si no has caído, ayuda a quien ha caído y vive en el sufrimiento; si estás alegre, consuela a quien está triste; si eres afortunado, ayuda a quien ha sido mordido por la desventura. Demuestra a Dios tu agradecimiento por ser uno de los que pueden hacer el bien, y no de los que necesitan ayuda... No seas rico sólo en bienes, sino en piedad; no sólo en oro, sino también en virtud, o mejor, sólo en esta. Supera la fama de tu prójimo teniendo más bondad que todos; conviértete en Dios para el desventurado, imitando la misericordia de Dios" (Oratio 14, 26 de pauperum amore: PG 35, 892 bc).
San Gregorio nos enseña, ante todo, la importancia y la necesidad de la oración. Afirma que "es necesario acordarse de Dios con más frecuencia de la que se respira" (Oratio 27, 4: PG 250, 78), porque la oración es el encuentro de la sed de Dios con nuestra sed. Dios tiene sed de que tengamos sed de él (cf. Oratio 40, 27: SC 358, 260). En la oración debemos dirigir nuestro corazón a Dios para entregarnos a él como ofrenda que ha de ser purificada y transformada. En la oración lo vemos todo a la luz de Cristo, nos quitamos nuestras máscaras y nos sumergimos en la verdad y en la escucha de Dios, alimentando el fuego del amor.
En una poesía, que al mismo tiempo es meditación sobre el sentido de la vida e invocación implícita de Dios, san Gregorio escribe: "Alma mía, tienes una tarea, una gran tarea, si quieres. Escruta seriamente tu interior, tu ser, tu destino, de dónde vienes y a dónde vas; trata de saber si es vida la que vives o si hay algo más. Alma mía, tienes una tarea; por tanto, purifica tu vida: por favor, ten en cuenta a Dios y sus misterios; investiga qué había antes de este universo, y qué es el universo para ti, de dónde procede y cuál será su destino. Esta es tu tarea, alma mía; por tanto, purifica tu vida" (Carmina [historica] 2, 1, 78: PG 37, 1425-1426).
El santo obispo pide continuamente ayuda a Cristo para elevarse y reanudar el camino: "Me ha decepcionado, Cristo mío, mi exagerada presunción: de las alturas he caído muy bajo. Pero, vuelve a levantarme ahora, pues veo que me engañé a mí mismo; si vuelvo a confiar demasiado en mí mismo, volveré a caer inmediatamente, y la caída será fatal" (Carmina [historica] 2, 1, 67: PG 37, 1408).
San Gregorio, por tanto, sintió necesidad de acercarse a Dios para superar el cansancio de su propio yo. Experimentó el impulso del alma, la vivacidad de un espíritu sensible y la inestabilidad de la felicidad efímera. Para él, en el drama de una vida sobre la que pesaba la conciencia de su debilidad y de su miseria, siempre fue más fuerte la experiencia del amor de Dios.
Tienes una tarea, alma —nos dice san Gregorio también a nosotros—, la tarea de encontrar la verdadera luz, de encontrar la verdadera altura de tu vida. Y tu vida consiste en encontrarte con Dios, que tiene sed de nuestra sed.