Atanasio
Breve resumen de su vida
Es la gran figura de la Iglesia en el siglo IV, junto con San Basilio el Grande, San Gregorio Nacianceno y San Gregorio de Nisa, en Oriente, San Hilario y San Ambrosio en Occidente. Por su incansable defensa del símbolo de la fe promulgado en el Concilio de Nicea, se le denomina Padre de la ortodoxia y columna de la fe.
Nació en Alejandría de Egipto, en el año 295, aquí recibió su formación filosófica y teológica.
Apenas se sabe nada de los primeros treinta años de su vida. Nació en un ambiente cosmopolita en el que proliferan los adoradores de dioses grecoegipcios, los maniqueos y los gnósticos.
Fue ordenado diácono a los 24 años. Tiene un hermano, Pedro, que le sucederá como obispo. Ambos conocieron en su infancia las persecuciones de Diocleciano, que concluyeron en el 305 con la muerte del tirano.
Era un hombre pequeño de estatura, de constitución más bien débil, pero de porte firme. «Un luchador, pastor consumado, espíritu despierto, con un ojo abierto a la tradición cristiana, a los acontecimientos y a los hombres, carácter indomable, a la vez que simpático.» (Historie ancienne de l´Eglise II, 168)
Durante 10 años Atanasio se incorpora al clero alejandrino, y llega a hablar: copto (lengua dialectal), Koiné (griego popular), y griego clásico, empleado en las conferencias y en las disputas entre eruditos.
Hacia el 320, el joven escritor había redactado su primera obra: «Contra los paganos y la encarnación del Verbo». Los temas principales son: Refutación del helenismo, Transcendencia del único Dios verdadero, carácter redentor del de la Encarnación. En el punto central se encuentra la muerte y resurrección de Jesús.
Brillante escritor que expone teológicamente y defiende contra las diversas herejías - apoyado en el estudio de la Escritura y en la Tradición- la fe verdadera en la Santísima Trinidad.
La controversia arriana alcanza su culmen en el 323, Atanasio; que es ya secretario episcopal, lleva tres años de diácono, apoya y defiende al obispo contra los errores de Arrio, presbítero de la archidiócesis.
En el corazón de la herejía de arriana se encuentra la siguiente afirmación: «El Verbo divino no es eterno. Fue creado en el tiempo por el Padre, que es Dios. Por tanto, sólo se le llama Hijo de Dios de modo metafórico».
Condenado por sus graves errores, Arrio se refugia en Cesarea. Muy pronto, a comienzos del 325, el emperador que se atribuye el título de «obispo desde fuera» convoca el 1er Concilio Universal (el 1º de los ecuménicos) «con objeto de restaurar la unidad amenazada».
El emperador preside los sermones e interviene constantemente en los asuntos eclesiales para los que le falta formación y capacidad de discernimiento. Se celebra en Nicea (Isnik, en la Turquía actual), donde deliberan 250 obispos. En programa: controversia arriana; cisma de Melitios de Licópolis, promotor de una jerarquía paralela.
Los laicos no tienen derecho a tomar la palabra, solo los obispos pueden expresarse: No obstante, dos diáconos, tomaron parte de las discusiones: Alejandro de Constantinopla y Atanasio de Alejandría. Este último despliega tal elocuencia y tal fuerza de persuasión que sus adversarios le temieron más que a ninguno.
Desplaza a un lado a Arrio y pone al hereje ante dos interrogantes fundamentales: «Si el Verbo fue creado, ¿Cómo es que Dios que lo ha creado no podía crear el mundo? Si el mundo no ha sido creado por el Verbo, ¿Por qué no podía haber sido creado por Dios?»
Finalmente en la línea correcta de la defensa de Atanasio, el Concilio proclama que «el Verbo es consustancial al Padre». El 19 de Junio del 325 la asamblea redacta la formula del Símbolo de Nicea:
«Creo en un solo Dios,
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos; Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero ...»
El joven diácono, ordenado sacerdote, defenderá durante 3 años esta «fe de Nicea». Cuando cumpla los treinta y cinco será nombrado obispo (en el año 328) en la sede de Alejandría, entre proclamaciones de alegría de las gentes.
Los tiempos no eran fáciles. Tampoco lo fue su episcopado. Sufrirá cinco veces el exilio de forma que de cuarenta y cinco años de episcopado, dieciocho los pasará fuera de su sede. Esta forzada soledad se hace más desolada aún por el abandono completo de sus compañeros de lucha. Atanasio no se rinde: obligado a huir, se esconde en el desierto, confundiéndose con los monjes de la Tebaida. Parece ser que pasa cuatro meses en la periferia de Alejandría, escondido en la tumba de su padre. No hay violencia o vejación alguna que logre doblegarlo; está dispuesto a todo con tal de defender la divinidad del Verbo.
Atanasio es una figura que impone: parece personificar a la Iglesia misma. Evidentemente no bastan las dotes humanas para doblegar a una figura histórica de esta talla. Sabemos que desde su juventud, Atanasio es un enamorado de Cristo. Le apasiona, sobre todo la humanidad de Cristo, y basta hojear algunas páginas del tratado "La Encarnación del Verbo" para comprender hasta qué punto ha sido ella objeto de su meditación.
«El Verbo, pues, se ha hecho hombre para que nosotros, los hombres, al volver a adquirir la imagen del Verbo pudiésemos ser divinizados y salvados».
Aún hoy, la Iglesia reflexionando sobre el designio de amor y de misericordia que Dios ha inventado para los hombres, repite conmovida las mismas palabras de Atanasio. «Propter nos homines et propter nostram salutem descendit de coelis: por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo.» «Y de cualquiera manera que consideres las cosas –continúa Atanasio- el Verbo, con su encarnación ha manifestado su filantropía, su amor hacia los hombres, ha encarcelado la muerte, y nos ha hecho nuevos». «Nos ha verbificado», dirá en otro sitio, porque cuando el Verbo asumió nuestra naturaleza, nosotros nos hicimos concorpóreos con Él, y somos verdaderamente cuerpo de Cristo. En Jesús se encuentra toda la humanidad que ha sido penetrada por la divinidad del Verbo; y, en definitiva, el «hacerse hombre», por parte del Verbo, y el «ser divinizados» por nuestra parte, no son más que dos aspectos complementarios de la misma realidad. La idolatría causada por el pecado ha sido vencida: en Jesús, Verbo hecho hombre como nosotros, los hombres se encuentran la plenitud de lo que buscan; no existe aspiración humana a la belleza, a la grandeza, a la potencia, a la sensibilidad, al amor, a la verdad, que Jesús no pueda colmar.
Sin embargo, Atanasio no se ha quedado en un punto de vista puramente especulativo; si tuvo profundas intuiciones sobre ese misterio, es porque siguió el camino evangélico, que es la única metodología válida: «A quien me ama me manifestaré» «¿Quieres comprender las palabras de los santos? –dice Atanasio- Purifica tu pensamiento e imita su vida, de lo contrario no puedes comprender lo que Dios les ha revelado. ¿Quieres comprender a Cristo? Haz pura tu alma e imita las virtudes de Cristo, porque solo así puedes comprender algo del Verbo de Dios». (De incarnatione Verbi, 57)
Durante los siete últimos años de su vida da los últimos retoques a sus obras que contienen su testamento espiritual: Cartas, Vida de San Antonio, en la que describe las «desventuras del famoso eremita, atormentado por los demonios a los que rechazaba victoriosamente». Verdadera historia de la vida religiosa primitiva.
Testigo de la fe más que pionero de la teología, luchador ejemplar, activista de la resistencia, que hizo frente a las pretensiones de un cesaropapismo naciente así como a los ataques de los conspiradores arrianos. Admirable defensor de la fe de Nicea.
Falleció en el 373, ocho años antes de que el Concilio I de Constantinopla, 2º ecuménico, reafirmará solemnemente la fe de Nicea y diera término a la herejía arriana.
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