Agustín
San Agustín, obispo y doctor eximio de la Iglesia, el cual, después de una adolescencia inquieta por cuestiones doctrinales y libres costumbres, se convirtió a la fe católica y fue bautizado por san Ambrosio de Milán. Vuelto a su patria, llevó con algunos amigos una vida ascética y entregada al estudio de las Sagradas Escrituras. Elegido después obispo de Hipona, en África, siendo modelo de su grey, la instruyó con abundantes sermones y escritos, con los que también combatió valientemente contra los errores de su tiempo e iluminó con sabiduría la recta fe.
(Martirologio Romano)
Breve resumen de su vida
Agustín (354-430), nació en Tagaste, pequeña ciudad de Numidia en el África romana. Esa población argelina se llama hoy Souk-Ahras. Hijo de padre pagano, Patricio, y de madre cristiana, Mónica. Aunque no fue bautizado de niño, su madre le enseñó los rudimentos de la religión cristiana y, al ver cómo el hijo se separaba de ellos a medida que crecía, se entregó a la oración constante, dolorida y confiada. Años más tarde Agustín se llamará a sí mismo el "hijo de las lágrimas de su madre".
Según él mismo cuenta en sus Confesiones, era irascible, soberbio y díscolo, aunque excepcionalmente dotado. Romaniano, mecenas y notable de la ciudad, se hizo cargo de sus estudios, pero Agustín, a quien repugnaba el griego, prefería pasar su tiempo jugando con otros mozalbetes. Tardó en aplicarse a los estudios, pero lo hizo al fin porque su deseo de saber era aún más fuerte que su amor por las distracciones; terminadas las clases de gramática en su municipio, estudió las artes liberales en Metauro y después retórica en Cartago.
A los dieciocho años, Agustín tuvo su primera concubina, que le dio un hijo al que pusieron por nombre Adeodato. Los excesos de ese "piélago de maldades" continuaron y se incrementaron con una afición desmesurada por el teatro y otros espectáculos públicos y la comisión de algunos robos; esta vida le hizo renegar de la religión de su madre. Su primera lectura de las Escrituras le decepcionó y acentuó su desconfianza hacia una fe impuesta y no fundada en la razón. Sus intereses le inclinaban hacia la filosofía, y en este territorio encontró acomodo durante algún tiempo en el escepticismo moderado, doctrina que obviamente no podía satisfacer sus exigencias de verdad.
Sin embargo, el hecho fundamental en la vida de San Agustín de Hipona en estos años es su adhesión al dogma maniqueo; su preocupación por el problema del mal, que lo acompañaría toda su vida, fue determinante en su adhesión al maniqueísmo, la religión de moda en aquella época. Los maniqueos presentaban dos sustancias opuestas, una buena (la luz) y otra mala (las tinieblas), eternas e irreductibles. Era preciso conocer el aspecto bueno y luminoso que cada hombre posee y vivir de acuerdo con él para alcanzar la salvación.
Durante diez años, a partir del 374, vivió Agustín esta amarga y loca religión, difundiéndola en Cartago (374-383), Roma (383) y Milán (384). Fue colmado de atenciones por los altos cargos de la jerarquía maniquea y no dudó en hacer proselitismo entre sus amigos. Se entregó a los himnos ardientes, los ayunos y las variadas abstinencias y complementó todas estas prácticas con estudios de astrología que le mantuvieron en la ilusión de haber encontrado la buena senda.
En 384 le encontramos en Milán ejerciendo de profesor de oratoria. Allí preparó Dios el terreno para tener un encuentro definitivo con Agustín. Le ayudaron los sermones de San Ambrosio, arzobispo de Milán, a quien San Agustín escuchaba con delectación, quedando "maravillado, sin aliento, con el corazón ardiendo". A partir de la idea de que «Dios es luz, sustancia espiritual de la que todo depende y que no depende de nada», San Agustín comprendió que las cosas, estando necesariamente subordinadas a Dios, derivan todo su ser de Él, de manera que el mal sólo puede ser entendido como pérdida de un bien, como ausencia o no-ser, en ningún caso como sustancia.
Dos años después, la convicción de haber recibido una señal divina (relatada en el libro octavo de las Confesiones) lo decidió a retirarse con su madre, su hijo y sus discípulos a la casa de su amigo Verecundo, en Lombardía, donde San Agustín escribió sus primeras obras. En 387 se hizo bautizar por San Ambrosio y se consagró definitivamente al servicio de Dios. En Roma vivió un éxtasis compartido con su madre, Mónica, que murió poco después.
En 388 regresó definitivamente a África. En el 391 fue ordenado sacerdote en Hipona por el anciano obispo Valerio, quien le encomendó la misión de predicar entre los fieles la palabra de Dios, tarea que San Agustín cumplió con fervor y le valió gran renombre; al propio tiempo, sostenía enconado combate contra las herejías y los cismas que amenazaban a la ortodoxia católica, reflejado en las controversias que mantuvo con maniqueos, pelagianos, donatistas y paganos.
Tras la muerte de Valerio, hacia finales del 395, San Agustín fue nombrado obispo de Hipona; desde este pequeño pueblo pescadores proyectaría su pensamiento a todo el mundo occidental. Sus antiguos correligionarios maniqueos, y también los donatistas, los arrianos, los priscilianistas y otros muchos sectarios vieron combatidos sus errores por el nuevo campeón de la Cristiandad. Dedicó numerosos sermones a la instrucción de su pueblo, escribió sus célebres Cartas a amigos, adversarios, extranjeros, fieles y paganos, y ejerció a la vez de pastor, administrador, orador y juez. Al mismo tiempo elaboraba una ingente obra filosófica, moral y dogmática; entre sus libros destacan los Soliloquios, las Confesiones y La ciudad de Dios, extraordinarios testimonios de su fe y de su sabiduría teológica.
Al caer Roma en manos de los godos de Alarico (410), se acusó al cristianismo de ser responsable de las desgracias del imperio, lo que suscitó una encendida respuesta de San Agustín, recogida en La ciudad de Dios, que contiene una verdadera filosofía de la historia cristiana. Durante los últimos años de su vida asistió a las invasiones bárbaras del norte de África (iniciadas en el 429), a las que no escapó su ciudad episcopal. Al tercer mes del asedio de Hipona, cayó enfermo y murió.
Perícopas comentadas en nuestra base de datos
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- 2, 19
- 1 Jn 1, 1-4
- 1 Jn 4, 19—5, 4
- 2 Pe 1, 16-19
- Col 1, 9-14
- Ga 3, 26-29
- Jn 1, 19-28
- Jn 2, 13-25
- Jn 3, 14-21
- Jn 4, 5-42
- Jn 5, 1-3. 5-16
- Jn 5, 17-30
- Jn 6, 22-29
- Jn 6, 30-35
- Jn 6, 51-58
- Jn 8, 1-11
- Jn 8, 12-20
- Jn 10, 1-10
- Jn 10, 22-30
- Jn 11, 1-45
- Jn 12, 44-50
- Jn 13, 31-33a. 34-35
- Jn 14, 1-6
- Jn 14, 1-12
- Jn 14, 15-21
- Jn 15, 9-17
- Jn 15, 26—16, 4a
- Jn 16, 16-20
- Jn 16, 20-23a
- Jn 16, 23b-28
- Jn 17, 1-11a
- Jn 17, 11b-19
- Jn 17, 20-26
- Jn 18, 1—19, 42
- Jn 19, 31-37
- Jn 20, 19-23
- Jn 20, 24-29
- Jn 21, 15-19
- Jn 21, 20-25
- Lc 1, 57-66. 80
- Lc 2, 22-35
- Lc 4, 24-30
- Lc 5, 1-11
- Lc 7, 1-10
- Lc 7, 11-17
- Lc 8, 19-21
- Lc 9, 51-56
- Lc 10, 1-9
- Lc 10, 1-12
- Lc 10, 21-24
- Lc 10, 25-37
- Lc 11, 1-13
- Lc 13, 31-35
- Lc 15, 1-32
- Lc 16, 19-31
- Lc 17, 1-6
- Lc 18, 9-14
- Lc 19, 1-10
- Lc 19, 28-40
- Lc 21, 5-19
- Lc 24, 35-48
- Mc 1, 1-8
- Mc 1, 12-15
- Mc 1, 29-39
- Mc 2, 1-12
- Mc 2, 13-17
- Mc 2, 23—3, 6
- Mc 3, 13-19
- Mc 3, 20-35
- Mc 3, 22-30
- Mc 4, 26-34
- Mc 4, 35-40
- Mc 4, 35-41
- Mc 6, 1-6
- Mc 6, 7-13
- Mc 7, 1-13
- Mc 8, 34-39
- Mc 13, 33-37
- Mc 14, 1—15, 47
- Mc 16, 15-18
- Mt 3, 13-17
- Mt 5, 17-19
- Mt 5, 17-37
- Mt 5, 20-26
- Mt 6, 7-15
- Mt 7, 15-20
- Mt 8, 5-11
- Mt 8, 5-17
- Mt 8, 23-27
- Mt 9, 1-8
- Mt 9, 9-13
- Mt 9, 32-38
- Mt 9, 35–10, 1. 6-8
- Mt 9, 36—10, 8
- Mt 10, 34—11,1
- Mt 10, 37-42
- Mt 11, 2-11
- Mt 13, 1-23
- Mt 13, 24-43
- Mt 13, 36-43
- Mt 13, 44-46
- Mt 14, 22-33
- Mt 15, 1-2. 10-14
- Mt 16, 13-19
- Mt 16, 13-20
- Mt 18, 21-35
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- Mt 20, 20-28
- Mt 22, 1-14
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