Lunes IV de Cuaresma – Homilías
/ 6 marzo, 2016 / Tiempo de CuaresmaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Is 65, 17-21: Ya no se oirá ni llanto ni gemido
Sal 29, 2y 4. 5-6. 11-12a y 13b: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
Jn 4, 43-54: Anda, tu hijo vive
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Bastin-Pinckers-Teheux
Dios cada día: Nueva creación
Isaías 65,17-21. Escuchad la palabra del Señor, escuchad el juicio que pronuncia sobre su pueblo. «Mirad, yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva». La vida prevalece sobre la muerte; el poder de la salvación, sobre las fuerzas caóticas. En Jerusalén, la alegría será para siempre. Ya no se escuchan llantos ni gritos en la ciudad, pues Yahvé habla al corazón de Israel: «Pueblo mío», y éste responde: «mi Dios». El capítulo 65, atribuido al Tercer Isaías, aparece como una declaración judicial dirigida por
Yahvé a su pueblo. Contiene dos partes esenciales: una primera sección que habla de los rebeldes (vv. 1-12), y una segunda que los opone a los fieles del Señor (vv. 13-25).
El salmo 29 es un salmo de acción de gracias individual. Sin embargo, su utilización con ocasión de la dedicación del Templo le dio un carácter «nacional». Expresaba el reconocimiento de Israel, a quien Yahvé hizo revivir cuando el pueblo iba a la muerte.
Juan 4,43-54. «Al principio ya existía la Palabra..., y la Palabra era la vida». El agua de las purificaciones transformada en vino, los antiguos sacrificios abolidos y reemplazados por el culto «en espíritu y en verdad», el agua viva... Jesús inaugura un nuevo orden de cosas; él es el camino que conduce a la verdadera vida, la vida eterna.
Jesús da esta vida por medio de su palabra: «Anda, tu hijo está curado». El hombre, un funcionario de Herodes Antipas, cree en la palabra de Jesús y se va. Más tarde se entera, por sus servidores, de que su hijo moribundo había vuelto a la vida a la hora en que la palabra había sido pronunciada. «Quien escucha mi Palabra y cree en el que me envió, posee vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida» (5,24). Fue en Cana, donde Jesús había manifestado ya su gloria.
Juan Bautista ha declarado que Jesús es el elegido de Dios. Algo nuevo ha aparecido en la historia de la salvación; el vino nuevo de la era mesiánica ha reemplazado al agua de las purificaciones. Con Jesús, el designio de Dios ha entrado en una última etapa, extraña por su novedad y llena de promesas. «En aquellos días, haré que brote agua sobre los montes pelados y transformaré el desierto en fuente». Darles agua viva ha consumado la espera de los más pequeños. Se han cumplido los tiempos; como en los primeros albores del universo, Dios ha elegido la vida.
La palabra de Dios realiza lo que dice. «Como la lluvia no vuelve a la tierra sin haberla fecundado, así tampoco la palabra de Dios vuelve a él sin haber dado fruto». En los albores del universo, Dios habló, y se hizo la luz; habló de nuevo, y fue creada la tierra, con flores para adornarla y animales para poblarla. Dios habló, y el hombre salió del soplo de su boca.
Aparece Jesús, y el Creador recorre de nuevo la tierra. Su palabra lo renueva todo. El Espíritu, que se había callado con el último de los profetas, habla de nuevo y restaura la creación en su belleza primigenia. «Escuchad lo que os dice». «Sí, palabra del Señor, voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva. Ya no se oirán gemidos ni llantos. Ya no serán arrebatados los lactantes ni habrá ancianos que no colmen sus días».
¿Cómo hemos leído el Evangelio para que la cuaresma se haya convertido en un tiempo fúnebre? ¿No es más bien el tiempo en el que Dios anuncia: «La exaltación que voy a crear, eso será Jerusalén, y el entusiasmo será su pueblo»? Tiempo de recreación. Jesús llegaba a Galilea, volvía a Cana, donde había transformado el agua en vino. Hermano, el vino desborda, la boda ha comenzado, la Palabra va a dar su fruto. Haz cuaresma, es decir, déjate agarrar por Dios. ¿No sientes cómo el vino nuevo corre por tus miembros muertos? ¿No descubres la loca esperanza que te prende? Levántate. La Palabra dijo allí para siempre: «Está vivo».
***
Señor, escasea el vino nuevo
y nuestros corazones están resecos.
¡Ten piedad de nosotros! Desciende antes de que perezcamos: nuestras esperanzas se tambalean.
¡Ten piedad de nosotros!
Renueva nuestros corazones,
pues seguimos mirando nuestro pasado y desesperamos.
¡Ten piedad de nosotros!
Sobre el salmo 30:
***
El enemigo me arrastraba y se reía de mí, pero tú, Señor de los vivos,
me libraste de la fosa y del abismo.
Un velo negro entenebrecía la tierra,
y tú, Dios de toda esperanza,
cambiaste nuestra noche en luz de paz.
Estabas encolerizado, y todo se convertía en polvo, pero tú levantaste a tu Hijo de entre los muertos. ¿Cómo, Señor, el corazón nuestro
podría dejar de cantarte?
Francisco, papa
Homilía (16-03-2015): El Señor puede hacer todo nuevo, si crees
lunes 16 de marzo de 2015Acabamos de leer al profeta Isaías (65,17-21) advirtiendo: Así dice el Señor: Mirad: yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva. Es la segunda creación de Dios, aún más maravillosa que la primera, porque cuando el Señor rehace el mundo destruido por el pecado, lo rehace en Jesucristo. Y al renovarlo todo, Dios manifiesta su inmensa alegría. El Señor tiene tanto entusiasmo: habla de alegría y dice: Me gozaré de mi pueblo. El Señor piensa en lo que hará, piensa que Él mismo estará en la alegría de su pueblo. Es como si fuese un sueño del Señor: el Señor sueña con nosotros: Qué bonito cuando estemos todos juntos, cuando estemos allí, o cuando aquella persona, aquella ora... camine conmigo... ¡Gozaré de aquel momento! Por poner un ejemplo que nos pueda ayudar, es como si una chica con su novio, o un chico con su novia, pensase: Cuando estemos juntos, cuando nos casemos... Es el sueño de Dios.
Dios piensa en cada uno de nosotros, ¡y piensa bien!: nos quiere y sueña con nosotros. Sueña con la alegría que gozará con nosotros. Por eso, el Señor quiere recrearnos, hacer nuevo nuestro corazón, recrear nuestro corazón para que triunfe la alegría. ¿Lo habéis pensado? ¡El Señor sueña conmigo! ¡Piensa en mí! ¡Estoy en la mente, en el corazón del Señor! ¡El Señor es capaz de cambiarme la vida! Y hace tantos planes: construiremos casas..., plantaremos viñas, comeremos sus frutos..., todas las ilusiones que pueda tener un enamorado. Porque el Señor se muestra enamorado de su pueblo, y le dice: No te he elegido porque seas el más fuerte, el más grande, el más poderoso. Te he escogido porque eres el más pequeño de todos —incluso podría decir el más miserable de todos—. Pero te he elegido así. ¡Eso es el amor!
Dios está enamorado de nosotros, como vemos también en el evangelio (Jn 4,43-54) de la curación del hijo del funcionario real. Creo que no hay ningún teólogo que pueda explicar esto: no se puede explicar. Solo se puede pensar, sentir y llorar... de alegría. El Señor nos puede cambiar. ¿Y qué tengo que hacer? Creer. Creer que el Señor puede cambiarme, que es poderoso, como hizo este hombre que tenía al hijo enfermo. Señor, baja antes de que se muera mi niño. Anda, tu hijo está curado. Aquel hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Creyó. Creyó que Jesús tenía el poder de cambiar a su hijo, la salud de su hijo. Y venció. La fe es dejar sitio a ese amor de Dios, dejar sitio al poder de Dios, pero no al poder de alguien muy poderoso, sino al poder de alguien que me quiere, que está enamorado de mí y quiere vivir la alegría conmigo. Eso es la fe. Eso es creer: dejar sitio al Señor para que venga y me cambie.
Homilía (12-03-2018): El milagro es otro
lunes 12 de marzo de 2018Los galileos recibieron a Jesús porque habían oído tantos milagros que había hecho en otras partes y pensaban: «hará aquí otros tantos, nos hará bien: que venga, nos vendrá bien a todos».
«Si no veis signos y prodigios, no creéis». Es un reproche el que, en el Evangelio de hoy (Jn 4,43-54), Jesús dirige al funcionario del rey que sale a su encuentro en Galilea para pedirle que cure a su hijo enfermo. La gente sabía que Jesús ya había hecho muchos milagros. Y parece como si Jesús perdiera la paciencia porque el prodigio parece ser lo único que cuenta para ellos.
¿Dónde está vuestra fe? Ver un milagro, un prodigio y decir: Tú tienes el poder, Tú eres Dios, sí, es un acto de fe, pero así de pequeño. Porque es evidente que este hombre tiene un poder fuerte; ahí comienza la fe, pero luego debe seguir adelante. ¿Dónde está tu deseo de Dios? Porque la fe es eso: tener el deseo de hallar a Dios, de encontrarlo, de estar con Él, de ser felices con Él.
Pero, ¿cuál es, en cambio, el gran milagro que hace el Señor? La primera lectura del libro del profeta Isaías (65,17-21), lo explica: «Mirad: voy a crear un nuevo cielo y una nueva tierra. Regocijaos, alegraos siempre por lo que voy a crear». El Señor atrae nuestro deseo a la alegría de estar con Él. Cuando el Señor pasa por nuestra vida y hace un milagro en cada uno de nosotros, y cada uno sabe qué ha hecho el Señor en su vida, ahí no acaba todo: esta es la invitación para seguir adelante, para continuar caminando, «buscar el rostro de Dios», dice el Salmo; buscar esa alegría.
Así pues, el milagro es solo el inicio. Me pregunto qué pensará Jesús de tantos cristianos que se quedan ahí, en la primera gracia recibida, pero que no caminan y se comportan como aquel que, en el restaurante, se harta con el aperitivo y vuelve a casa sin saber que lo mejor viene después. Porque hay muchos cristianos quietos, que no caminan; cristianos enterrados en las cosas de cada día –¡buenos, buenos!–, pero que no crecen, se quedan pequeños. Cristianos aparcados: se estacionan. Cristianos enjaulados que no saben volar con el sueño a eso tan bonito a donde el Señor nos llama.
Es una pregunta que cada uno puede hacerse. ¿Cómo es mi deseo? ¿Busco al Señor así? ¿O tengo miedo, soy mediocre? ¿Cuál es la medida de mi deseo? ¿El aperitivo o todo el banquete?
Conservar el propio deseo, no asentarse demasiado, ir un poco adelante, arriesgar. El verdadero cristiano se arriesga, sale de la seguridad. Meditemos en esta verdad. Y pidamos al Señor la gracia de la magnanimidad, de arriesgar, seguir adelante: que el Señor nos dé esa gracia.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Isaías 65,17-21: Yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva. El profeta anuncia la salvación como una nueva creación, tan sublime y maravillosa que hará olvidarse de la primera. En la esperanza escatológica todo se convierte en alegría, porque su fuente es Dios. No habrá en la nueva creación dolor ni llanto, pues su gozo es el mismo Dios, su creador. La salvación llena de gozo al pueblo y Dios se goza con él. San Gregorio de Nisa dice:
««Porque el Reino de Dios está en medio de vosotros». Quizás quiera esto... manifestar la alegría que se produce en nuestras almas por el Espíritu Santo; imagen y el testimonio de la constante alegría que disfrutan las almas de los santos en la otra vida» (Homilía sobre las Bienaventuranzas 5).
Casiano también habla de la alegría de la vida nueva en Cristo:
«Si tenemos fija la mirada en las cosas de la eternidad, y estamos persuadidos de que todo lo de este mundo pasa y termina, viviremos siempre contentos y permaneceremos inquebrantables en nuestro entusiasmo hasta el fin. Ni nos abatirá el infortunio, ni nos llenará de soberbia la prosperidad, porque consideraremos ambas cosas como caducas y transitorias» (Instit. 9).
Y San Agustín:
«Entonces será la alegría plena y perfecta, entonces el gozo completo, cuando ya no tendremos por alimento la leche de la esperanza, sino el manjar sólido de la posesión. Con todo, también ahora, antes de que nosotros lleguemos a esta posesión, podemos alegrarnos ya con el Señor. Pues no es poca la alegría de la esperanza que ha de convertirse luego en posesión» (Sermón 21).
La alegría cristiana es de naturaleza especial. Es capaz de subsistir en medio de todas las pruebas: «se fueron contentos de la presencia del Sanedrín, porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús» (Hch 5,41).
–El perdón es como una nueva creación; el pecador perdonado vive alegre, pues se le ofrecen nuevas posibilidades de vida. Por eso el alma se dilata al alabar a Dios, fuente de perdón y de misericordia.
Así lo proclamamos con el Salmo 29: «Te ensalzaré Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí. Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir, cuando bajaba a la fosa. Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo. Su cólera dura un instante, su bondad de por vida; al atardecer nos visita el llanto, por la mañana el júbilo. Escucha, Señor, y ten piedad de mí, Señor socórreme. Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre».
–Juan 4,43-54: Anda, tu hijo está curado. Jesús muestra su gloria en Caná, por segunda vez, curando al hijo de un funcionario real que tiene fe en su palabra. Por medio de milagros, da comienzo a una nueva era que trae consigo la alegría. San Agustín dice:
«Con ser tan grande el prodigio que realizó en Caná, no creyó en Él nadie, a excepción de sus discípulos. A esta ciudad de Galilea vuelve ahora por segunda vez Jesús. [Un cortesano le pide que vaya a su casa para que cure a su hijo]. Quien así pedía ¿es que aún no creía? ... El Señor, a la petición del Régulo, contesta de esta manera: «Si no veis señales y prodigios no creéis». Recrimina a este hombre por su tibieza o frialdad o por su total falta de fe; pero desea probar con la curación de su hijo cómo era Cristo, quién era y cuán grande su poder. Hemos oído la palabra del que ruega, mas no vemos el corazón del que desconfía; pero lo testifica quien oyó su palabra y vio su corazón...
«[Y creyó él y toda su familia]. Ahora me dirijo al pueblo de Dios: tantos y tantos como hemos creído, ¿qué signos hemos visto? Luego lo que entonces acontecía era como un presagio de lo que ahora acontece... nosotros hemos asentido a Él y por el Evangelio creímos en Cristo, sin haber visto ni exigido milagro alguno» (Tratado 16 sobre el Evangelio de San Juan).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año -3
Primera lectura: Isaías 65,17-21
El pueblo, vuelto del destierro, cede una vez más a la tentación de los cultos idolátricos. Se resiste a la voz del Señor, olvidando invocar su nombre (vv. 1-7) y provocándolo de este modo. Es cuando interviene el profeta: recuerda que Dios es un juez justo que asigna una suerte muy distinta a sus siervos fieles o a los rebeldes (vv 8-16a). En este contexto, el fragmento propuesto abre una espiral de luz sobre el futuro, revelando las dimensiones del plan de Dios, que no se limita al destino de los individuos, sino que abarca a todo el cosmos: pronto se olvidarán de las fatigas pasadas, porque el Señor se dispone a ejecutar una "nueva" creación inundada de alegría. En estos versículos parecen entrelazarse el canto del corazón de Dios y el de la humanidad: al gozo de Dios por su ciudad santa, por su pueblo renovado interiormente, responde la alegría del pueblo por las maravillas de esta recreación. El profeta utiliza las más bellas imágenes sacadas de la vida humana para expresar lo inefable, para indicar la vida de comunión con Dios: en la nueva Jerusalén se disipará cualquier asomo de tristeza, cesará la difundida mortalidad infantil, la longevidad será admirable, la libertad y la estabilidad política garantizarán una vida próspera y serena.
La obra salvífica del Señor transformará el mundo: es una promesa cuyo cumplimiento es Jesús, y llegará a plenitud al final de los tiempos.
Evangelio: Juan 4,43-54
La presente narración de una curación a distancia quiere revelarnos a Jesús como Palabra de vida. El Maestro vuelve a Galilea, donde es bien recibido porque se ha difundido la fama de lo que había hecho en Jerusalén. Pero él rehúye la popularidad basada en lo prodigioso. Se acerca a Caná, donde había obrado su primer milagro ("signo" según el lenguaje propio de Juan). Y ahora viene el segundo: un funcionario de Herodes Antipas suplica a Jesús que le siga a Cafarnaún, donde su hijo estaba en las últimas. La ubicación de Caná respecto a Jerusalén explica el uso del verbo "bajar", pero no agota su significado, cuya importancia aparece en la insistencia con la que el funcionario suplica a Jesús que "baje". Él, de hecho, es el que "por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo". Jesús reprende una fe demasiado imperfecta, pero el funcionario no desiste. Como respuesta a la invocación desesperada de una humanidad que languidece y está muriéndose. Jesús ofrece una palabra de vida, pero exige la fe.
El prodigio de Jesús está en la Palabra: si se cree y se obedece, se experimentará el milagro final (v. 50). Maravilloso y eficaz el efecto del eco: el funcionario se pone en camino dejando resonar en el corazón lo que le ha dicho Jesús: "Vuelve, tu hijo ya está bien". Esta palabra, única esperanza, acompaña y sostiene cada uno de sus pasos hacia casa. Y desde su casa le salen al encuentro los criados con la grata certeza y con las mismas palabras: "Tu hijo ya está bien". La fe que ha caminado en la oscuridad (v. 52ss) encuentra la luz y se convierte en pleno asentimiento: ha repetido in crescendo la palabra de Jesús (v 53) e inmediatamente se confirma: "Y creyó".
MEDITATIO
Creer la Palabra es como abrir ante nosotros una puerta que nos introduce en una realidad nueva. Permanecer en la Palabra, guardándola en el corazón, significa participar en la obra divina de la recreación, santificación y transfiguración del cosmos.
Jesús es la Palabra viva de Dios: sólo él puede dirigirnos esta Palabra eficaz. Y lo hace de modo sereno, común, pidiendo una fe desnuda, total. Asentir y caminar fiándose de él puede ser cuestión de vida o muerte: lo fue para aquel padre cansado que nos narra el Evangelio, que en respuesta a su ruego no recibió de Jesús un prodigio, sino una palabra de vida, y se fió con total abandono. Nada había cambiado en su existencia, pero en su corazón anidó la esperanza. En la noche del sufrimiento y de la prueba, la Palabra es lámpara para nuestros pasos. La Palabra se convierte también en oración repetida sin cesar hasta que encuentre la confirmación luminosa y potente: el Señor ha escuchado, el Señor ha hecho maravillas de gracia. Cristo Jesús es el Señor de la vida ahora y por toda la eternidad.
La fe se convierte en canto de gozo que se difunde hasta formar un coro de alabanza: "Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias; contempladlo y quedaréis radiantes" (Sal 33,4-6).
ORATIO
Jesús, hijo de Dios, tú que eres la plena expresión del Padre, su Palabra viva, ayúdame a encontrarte cada vez que leo y escucho el Evangelio. Enséñame a guardar en el corazón tus santas palabras, a fiarme de ellas con una fe sencilla, a buscar en ellas una respuesta en el momento de la prueba. No quieres proponerme prodigios extraordinarios, sino una fe, un abandono total. Este es el prodigio que pides al hombre: la fe. Con fe podrás ejecutar en nosotros esos "signos" de vida que te suplicamos. No sólo ni siempre en el tiempo presente, pero sí en la eternidad: tu palabra es vida inmortal, es semilla que, acogida en la tierra del corazón, germina, florece y da fruto en el Reino de los Cielos.
CONTEMPLATIO
El Señor no hace distinción de personas a condición de que le amemos como hijos, pues es nuestro Padre celestial. El Señor atiende a condición de que se le ame desde lo hondo del corazón y de que se tenga una fe auténtica, una fe "grande como una semilla de mostaza". Así es, amigo de Dios. Cualquier cosa que pidas a Dios la obtendrás si la pides para gloria de Dios o el bien de tu prójimo. Pues Dios no separa el bien del prójimo de su gloria. Por consiguiente, ten por seguro que el Señor escuchará tus peticiones, siempre que las hagas para la edificación y el bien de tu prójimo.
Pero incluso si pidieses algo por necesidad, utilidad o beneficio personal, no temas, que Dios te la concederá si realmente lo necesitas, porque él ama a los que le aman. Es bueno con todos y su misericordia se extiende también a los que no invocan su nombre; con mayor razón, pues, cumplirá los deseos de los que le temen. El escuchará todas tus peticiones y no las rechazará por tu recta fe en Cristo Salvador [...].
Pero también podrá decirte por qué le has molestado sin motivo y cómo pides cosas de las que puedes prescindir fácilmente (Serafín de Sarov, Coloquio con Motilov, passim).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
"Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme"(Sal 69,2).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Que vuestra fe sea sencilla, confiada, incansablemente perseverante, animada en la oscuridad y anclada en Jesús. En él, a quien debe llegar nuestra fe por el Evangelio, en la realidad de su presencia junto a vosotros. Practicad vuestra fe en las palabras de Cristo...
Releed el Evangelio proponiéndoos comprender lo que Jesús os dice. Ha hablado casi únicamente de esto, y si ha insistido tanto es porque sabía que no le escucharíamos; sabía que era lo esencial, que nos desanimaríamos, que nos faltaría perseverancia. Nada puede sustituir la fuerza de las palabras de Jesús: leedlas, releedlas y, sobre todo, vividlas: "¿Por qué me decís: Señor, Señor, y no hacéis lo que os digo?" (Lc 6,46). No os perdáis en fantasías, en búsquedas retorcidas. Jesús está a vuestro alcance, si tenéis fe. Nada hay más concreto y cierto que la fe, porque es una realidad presente; es sólida, fuerte e indestructible. Jesús está aquí, y vosotros también, a condición de que os hagáis presentes cuando pasa. Vuestros gozos y tristezas, vuestro cansancio del trabajo y de los hombres, vuestro sufrimiento, vuestras rebeliones y vuestros disgustos no son sino oleaje de superficie, y no impide que Jesús esté allí, que os ame y os quiera a través de estas cosas por las que sufrís, más cercano en ofrenda al Padre y en sacrificio por vuestros hermanos. Esta es la realidad, la pura realidad; lo demás, si lo comparamos, es sólo apariencia.
Lo sé: es más fácil decirlo que hacerlo. Pero el Espíritu de luz, el Espíritu de amor, actúa en vosotros. Es necesario, sin cansarse, abrirle el camino mediante la práctica de vuestra fe en Jesús (R. Voillaume, Come loro, Roma 1979, 212s, passim).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 2
Al comenzar las ferias de la cuarta semana, las lecturas cuaresmales cambian de orientación.
Antes leíamos los tres evangelistas sinópticos, con pasajes del AT formando una unidad temática con la página del evangelio. Ahora vamos a leer, hasta Pascua (y también durante toda la Pascua, hasta Pentecostés), al evangelista Juan, en lectura semicontinuada de algunos de sus capítulos.
Antes había sido nuestro camino de conversión el que había quedado iluminado día tras día por las lecturas. Ahora se nos pone delante como modelo del cambio de Pascua y de nuestra lucha contra el mal el camino de Jesús, con la creciente oposición de sus adversarios, que acabarán llevándole a la cruz.
1. El profeta anuncia como una vuelta al paraíso inicial: Dios está proyectando un cielo nuevo y una tierra nueva. Dios quiere que el hombre y la sociedad vuelvan al estado primero de felicidad, equilibrio y armonía.
La de hoy se parece a las páginas que solemos leer en el Adviento. La vuelta del destierro de Babilonia -que es lo que anuncia el profeta- se describe con tonos poéticos, un poco idílicos, de nueva creación en todos los sentidos: todo será alegría, fertilidad en los campos y felicidad en las personas.
El salmo es lógico que también sea optimista: «me has librado, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir, cambiaste mi luto en danzas; Señor, te daré gracias por siempre».
2. De momento a Jesús le reciben bien en Galilea, aunque él ya es consciente de que «un profeta no es estimado en su propia patria».
En Caná, donde había hecho el primer milagro del agua convertida en vino, hace otro «signo» curando al hijo del funcionario real de Cafarnaún. De nuevo aparece un extranjero con mayor fe que los judíos: «el hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino».
La marcha de Jesús hacia la muerte y la resurrección está sembrada de hechos en que comunica a otros la salud, la vida, la alegría.
3. Ya quedan menos de tres semanas para la Pascua.
Pero no somos nosotros los protagonistas de lo que quiere ser esta Pascua. No somos nosotros los que le dedicamos a Dios este tiempo o nuestros esfuerzos. Es él quien tiene planes. Es él, como hizo con el pueblo de Israel, ayudándole a volver del destierro, y con su Hijo Jesús, cuando le sacó del sepulcro como primogénito de una nueva creación, quien quiere llevar a cabo también con nosotros un cielo nuevo y una tierra nueva.
Es Dios quien desea que esta próxima Pascua sea una verdadera primavera para nosotros, incorporándonos a su Hijo. Porque «el que está en Cristo es una nueva creación: pasó lo viejo, todo es nuevo» (2 Co 5, 17).
Jesús nos quiere devolver la salud, como al hijo del funcionario real, y liberarnos de toda tristeza y esclavitud, y perdonarnos todas nuestras faltas. Si tenemos fe. Si queremos de veras que nos cure (cada uno sabe de qué enfermedad nos tendría que curar) y que nos llene de su vida. A los que en el Bautismo fuimos sumergidos en la nueva existencia de Cristo -ese sacramento fue una nueva creación para cada uno- Jesús nos quiere renovar en esta Pascua.
Cuando nos disponemos a acercarnos a la mesa eucarística decimos siempre una breve oración llena de humildad y confianza: «no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme». Es la misma actitud de fe del funcionario de hoy. Y debe ser nuestra actitud en vísperas de la Pascua.
¿Dejaremos a Jesús que «haga milagros» en su patria, entre «los suyos» entre nosotros, que le seguimos de cerca? ¿o pensamos que sólo entre los alejados hace falta que sucedan la conversión y la nueva creación y los cielos nuevos? ¿Podremos cantar con alegría, en la Pascua, también nosotros, y pensando en nosotros mismos: «te ensalzaré, Señor, porque me has librado» ?
En la noche de Pascua escucharemos el relato poético de la primera creación y también el de la nueva creación, la resurrección de Cristo. Ambas se nos aplican a nosotros en un sacramento que estará esa noche muy especialmente presente en nuestra celebración: el Bautismo.
«Mirad, voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva» (1a lectura)
«Te ensalzaré, Señor, porque me has librado» (salmo)
«El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino» (evangelio)
«Que esta Eucaristía nos renueve, nos llene de vida y nos santifique» (comunión).