Lunes III del Tiempo de Cuaresma – Homilías
/ 20 marzo, 2017 / Tiempo de CuaresmaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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2 R 5, 1-15a: Muchos leprosos había en Israel, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el Sirio
Sal 41, 2. 3; 42, 3. 4: Mi alma tiene sed del Dios vivo; ¿cuándo veré el rostro de Dios?
Lc 4, 24-30: Jesús, al igual que Elías y Eliseo, no fue enviado solo a los judíos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (29-02-2016): La salvación viene de lo pequeño
lunes 29 de febrero de 2016Las lecturas del día nos hablan de la indignación: se indigna un leproso, Naamán el Sirio, que pide al profeta Eliseo que le cure, pero no aprecia el modo sencillo en el que tendría que ser esa curación. Y se indignan los habitantes de Nazaret ante las palabras de Jesús, su paisano. Es la indignación ante el plan de salvación de Dios que no sigue nuestros esquemas. No es como pensamos nosotros que sea la salvación, la salvación que todos queremos. Jesús siente el desprecio de los doctores de la Ley que buscaban la salvación en la casuística de la moral y en tantos preceptos, pero el pueblo no confiaba en ellos. O los saduceos que buscaban la salvación en los compromisos con los poderes del mundo, con el Imperio..., unos con los corrillos clericales, otros con los corrillos políticos, buscaban la salvación así. Pero el pueblo tenía olfato y no les creía. Sí, creían en Jesús porque hablaba con autoridad. Pero, ¿porqué ese desprecio? Porque en nuestro imaginario, la salvación debe venir de algo grande, de algo majestuoso; solo nos salvan los poderosos, los que tienen fuerza, los que tienen dinero, los que tienen poder: esos pueden salvarnos. Y el plan de Dios es otro. Se indignan porque no pueden entender que la salvación solo viene de lo pequeño, de la sencillez de las cosas de Dios.
Cuando Jesús propone la vía de salvación nunca habla de cosas grandes, sino de cosas pequeñas. Son los dos pilares del Evangelio que se leen en Mateo, las Bienaventuranzas y, en el capítulo 25, el Juicio final: Ven, ven conmigo porque has hecho esto. Cosas sencillas. Tú no has buscado la salvación o tu esperanza en el poder, en los corrillos, en los negocios...; no, has hecho simplemente esto. Y eso indigna a muchos. Como preparación a la Pascua, yo os invito —yo también lo haré— a leer las Bienaventuranzas y a leer a Mateo 25, y pensar y ver si algo de eso me indigna, me quita la paz. Porque la indignación es un lujo que solo pueden permitirse los vanidosos, los orgullosos. Si al final de las Bienaventuranzas Jesús dice una palabra que parece... ‘¿Pero, por qué dice esto?’. Bienaventurado quien no se escandaliza de mí’, quien no se indigna de esto, quien no siente indignación.
Nos hará bien dedicar un poco de tiempo —hoy, mañana— a leer las Bienaventuranzas, leer Mateo 25, y estar atentos a lo que sucede en nuestro corazón: si hay algo de indignación, pedir la gracia al Señor de entender que la única vía de salvación es la ‘locura de la Cruz’, es decir, el anonadamiento del Hijo de Dios, el hacerse pequeño. Representado aquí en el bautismo en el Jordán o en el pequeño pueblo de Nazaret.
Homilía (05-03-2018): Conversión del pensamiento
lunes 5 de marzo de 2018En este tiempo de Cuaresma, tiempo de conversión, la Iglesia nos dice que nuestras obras deben convertirse, y nos habla del ayuno, de la limosna, de la penitencia: es una conversión de las obras. Hacer obras nuevas, obras con estilo cristiano, ese estilo que viene de las Bienaventuranzas, en Mateo 25: hacer eso. Pero también la Iglesia nos habla de la conversión de los sentimientos: también los sentimientos deben convertirse. Pensemos, por ejemplo, en la parábola del Buen Samaritano: convertirse a la compasión. Sentimientos cristianos. Conversión de las obras; conversión de los sentimientos; pero, hoy, nos habla de la conversión del pensamiento: no solo de lo que pensamos, sino incluso de cómo pensamos, del estilo de pensamiento. ¿Yo pienso con estilo cristiano o con estilo pagano? Ese es el mensaje que hoy la Iglesia nos da en las lecturas de la misa (cfr 2Re 5,1-15a y Lc 4,24-30).
Naamán el sirio, enfermo de lepra, va a Eliseo para ser curado y oye el consejo de bañarse siete veces en el Jordán. Piensa, en cambio, que los ríos de Damasco son mejores que las aguas de Israel, hasta el punto de que se enfada, se indigna y quiere volverse sin hacerlo, porque ese hombre esperaba el espectáculo. Pero el estilo de Dios es otro: cura de otro modo.
Lo mismo le pasa a Jesús que vuelve a Nazaret y va a la Sinagoga. Inicialmente la gente lo miraba, estaba asombrada y contenta. Pero nunca falta un chismoso que comenzó a decir: Pero este, si es el hijo del carpintero, ¿qué nos va a enseñar? ¿En qué universidad ha estudiado este? ¡Sí! Es el hijo de José. Y empezaron a cruzarse las opiniones; y cambia la actitud de la gente, y quieren matarlo. De la admiración, del asombro, a las ganas de matarlo. También estos querían el espectáculo: Pues que haga milagros, esos que dicen que ha hecho en Galilea, y creeremos. Y Jesús explica: En verdad os digo: Ningún profeta es aceptado en su patria. Porque nos resistimos en que alguno de nosotros pueda corregirnos. Debe venir uno con espectáculo, a corregirnos. Y la religión no es un espectáculo. La fe no es un espectáculo: es la Palabra de Dios y el Espíritu Santo que actúa en los corazones.
La Iglesia nos invita, pues, a cambiar el modo de pensar, el estilo de pensar. Se puede rezar todo el Credo, incluso todos los dogmas de la Iglesia, pero si no se hace con espíritu cristiano, no sirve para nada. La conversión del pensamiento. No es habitual que pensemos de ese modo. No es habitual. Hasta el modo de pensar, el modo de creer, debe convertirse. Podemos preguntarnos: ¿Con qué espíritu pienso yo? ¿Con el espíritu del Señor o con el espíritu propio, el espíritu de la comunidad a la que pertenezco o del grupito o de la clase social a la que pertenezco, o del partido político al que pertenezco? ¿Con qué espíritu pienso? Y buscar si pienso de verdad con el espíritu de Dios. Y pedir la gracia de discernir cuando pienso con el espíritu del mundo, y cuando pienso con el espíritu de Dios. Y pedir la gracia de la conversión del pensamiento.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–2 Reyes 5,1-15: La curación de Naamán el sirio se ha considerado en el tiempo de Cuaresma como prefiguración de la llamada a todas las naciones a la fe y al bautismo.
El camino que sigue Naamán hasta el rito que le cura indica el camino de todo candidato a los sacramentos, que no son válidos si no se reciben en el interior de un diálogo entre Dios que se revela y el hombre que obedece y se adhiere a Él por la fe. Pero esto no elimina la eficacia del sacramento, que obra independientemente de nuestra voluntad. San Hipólito dice del Bautismo:
«El que se sumerge en este baño de regeneración renuncia al diablo y se adhiere a Cristo, niega al enemigo del género humano y profesa su fe en la divinidad de Cristo, se despoja de su condición de siervo y se reviste de la de hijo adoptivo, sale del bautismo resplandeciente como el sol, emitiendo rayos de justicia, y, lo que es más importante, vuelve de allí convertido en hijo de Dios y coheredero de Cristo» (Sermón sobre la Teofanía).
Y San Ildefonso de Toledo:
«Nunca deja de bautizar el que no cesa de purificar; y así, hasta el fin de los siglos. Cristo es el que bautiza, porque siempre es Él quien purifica. Por tanto, que el hombre se acerque con fe al humilde ministro, ya que éste está respaldado por tan gran maestro. El maestro es Cristo y la eficacia de este sacramento reside no en las acciones del ministro, sino en el poder del maestro que es Cristo» (Tratado sobre el Bautismo).
En el bautismo, junto a la dignidad de los hijos de Dios, recibimos la gracia y la llamada a la santidad, que nos permite ser consecuentes y no perder la dignidad recibida.
–Con el Salmo 41 clamamos: «Mi alma tiene sed del Dios vivo. ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a Ti, Dios mío. Envía tu luz y tu verdad, que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría; y que te dé gracias al son de la cítara, Dios, Dios mío».
Israel pierde el Reino de Dios y sus riquezas. En cambio, los paganos llegan a obtener la salvación, que también se nos ofrece a nosotros en la santa Iglesia. Pero a condición de que creamos, de que nos sometamos humildemente a las enseñanzas y mandamientos de Cristo y de su Igle-sia, de que ambicionemos la salvación. Con tal de que, reconociendo sinceramente nuestra indignidad y nuestra incapacidad, nos volvamos hacia el Señor, llenos de confianza en Él e invocando su auxilio.
–Lucas 4,24-30: Jesús ha sido enviado para la salvación de todos los hombres, no solo para la de los judíos. A ellos vino primero, pero «vino a los suyos y los suyos no le recibieron» (Jn 1,11): los hombres de Nazaret únicamente quieren que su conciudadano Jesús realice los milagros que ha hecho en Cafarnaún.
No podemos buscar a Cristo para servirnos de Él a nuestro antojo. De Él lo esperamos todo y de modo especial la salvación, pero hemos colaborar, con gran fe y amor generoso, en correspondencia al que Él nos tiene. En la liturgia de este día, nosotros somos el pagano Naamán. Corramos al gran profeta, a Cristo, pues estamos enfermos del alma y necesitamos una curación que sólo Cristo nos puede dar.
Lo que hoy encontramos en Cristo y en su Iglesia es solamente el comienzo de nuestra salvación, cuya plenitud nos aguarda en la otra vida, en la verdadera Pascua. Y así como el pueblo escogido perdió la salvación, por no creer en Cristo, también a nosotros nos puede ocurrir los mismo. Sólo la fe, la sumisión a Cristo y a su Iglesia nos pueden salvar. Comenta San Ambrosio:
«La envidia, que convierte al amor en odio cruel, traiciona a los compatriotas. Al mismo tiempo, ese dardo de estas palabras, muestra que esperas en vano el bien de la misericordia celestial, si no quieres los frutos de la virtud en los demás; pues Dios desprecia a los envidiosos y aparta las maravillas de su poder a los que fustigan en los otros los beneficios divinos» (Comentario a San Lucas IV, 46)
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 2
1. El baño purificador de Naamán en las aguas del Jordán trae a nuestro recuerdo el sacramento del Bautismo, de gran actualidad en la Cuaresma y la Pascua. En esta semana tercera, se lee el evangelio de la samaritana en domingo, al menos del ciclo A. Por tanto, el tema del Bautismo parece más coherente todavía.
Está bien tramada la historia del general extranjero que acude al rey de Israel y luego al profeta Eliseo. Con los consiguientes malentendidos y finalmente su curación. Todo termina con la profesión de fe del pagano: «ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel». Esta profesión de fe, unida al rito del baño en agua, parecen como un anuncio del Bautismo cristiano.
El tema del agua aparece también en el salmo, pero esta vez no en forma de baño, sino de bebida: «como busca la cierva corrientes de agua... mi alma tiene sed del Dios vivo»
2. La homilía de la primera lectura la hace el mismo Jesús en la sinagoga de su pueblo, Nazaret: achaca a los fariseos que no han sabido captar los signos de los tiempos. La viuda y el general, ambos paganos, favorecidos por los milagros de Elías y de Eliseo, sí supieron reconocer la actuación de Dios. Una vez más, en labios de Jesús, la salvación se anuncia como universal, y son precisamente unos no judíos los que saben reaccionar bien y convertirse a Dios, mientras que el pueblo elegido le hace oídos sordos.
No les gustó nada a sus oyentes lo que les dijo Jesús: lo empujaron fuera del pueblo con la intención de despeñarlo por el barranco. La primera homilía en su pueblo, que había empezado con admiración y aplausos, acaba casi en tragedia. Ya se vislumbra el final del camino: la muerte en la cruz.
3.
a) Es bueno que en Cuaresma tengamos presente nuestro Bautismo y que preparemos su expresivo recuerdo de la noche de Pascua.
El Bautismo ha sido el sacramento por el que hemos entrado en comunión con Jesús, por el que nos hemos injertado en él, por el que ya hemos participado sacramentalmente de su muerte y de su resurrección, como dice Pablo en Romanos 6, que escucharemos en la noche pascual. El Bautismo nos ha introducido ya radicalmente en la Pascua. Aunque luego, toda la vida, hasta el momento de la muerte -que es el verdadero bautismo, la inmersión definitiva en la vida de Cristo-, tengamos que ir creciendo en esa vida y luchando contra lo antipascual que nos amenaza.
En la Vigilia Pascual, con los símbolos de la luz y del agua, pediremos a Dios que renueve en nosotros la gracia del Bautismo y renovaremos nosotros mismos las promesas y renuncias bautismales. Cada año, la Pascua es experiencia renovada de nuestra identidad bautismal. Y la Cuaresma, preparación y camino catecumenal para participar mejor con Cristo en su paso a la existencia de resucitado.
b) Las lecturas de hoy también nos recuerdan que ya va siendo urgente que, casi a mitad de la Cuaresma, hagamos caso de las insistentes llamadas de Dios a la conversión y al cambio en nuestras vidas. ¿Nos dejamos interpelar por la Palabra? ¿se está notando que hacemos camino con Jesús hacia la novedad de la Pascua?
¿O también podría Jesús quejarse de nosotros acusándonos de que otras personas mucho menos dotadas de conocimientos religiosos -el general pagano, la viuda pobre- están respondiendo a Dios mejor que nosotros en sus vidas?
«Señor, purifica y protege a tu Iglesia con misericordia continua» (oración)
«Envía tu luz y tu verdad, que ellas me guíen» (salmo)
«Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis vuestro corazón» (aclamación)
«Que la comunión en tu sacramento, Señor, nos purifique de nuestras culpas» (poscomunión).