Martes II del Tiempo de Cuaresma – Homilías
/ 14 marzo, 2017 / Tiempo de CuaresmaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Is 1, 10. 16-20: Aprended a hacer el bien, buscad la justicia
Sal 49, 8-9. 16bc-17. 21 y 23: Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios
Mt 23, 1-12: Ellos dicen, pero no hacen
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (23-02-2016): El camino de la hipocresía: decir y no hacer
martes 23 de febrero de 2016La vida cristiana es concreta; Dios es concreto. Pero hay muchos cristianos en apariencia, que hacen de la pertenencia a la Iglesia un estatus sin compromiso, una ocasión de prestigio en vez de una experiencia de servicio a los más pobres.
En las lecturas de la Misa de hoy, del profeta Isaías (1,10.16-20) y de Mateo (23,1-12), podemos ver de nuevo la dialéctica evangélica entre «el decir y el hacer». Las palabras de Jesús desenmascaran la hipocresía de escribas y fariseos, invitando a los discípulos y a la muchedumbre a observar lo que ellos enseñan pero a no comportarse como ellos actúan. El Señor nos enseña el camino del «hacer». Pero cuántas veces encontramos gente —incluso nosotros— en la Iglesia que dice: —¡Yo soy muy católico! —Ah sí, ¿y qué haces? Cuántos padres se llaman católicos, pero nunca tienen tiempo para hablar con sus hijos, para jugar con ellos, para escucharles. O cuántos hijos tienen a sus padres en una residencia, pero siempre están tan ocupados que no pueden ir a verlos, y los dejan abandonados. —¡Pero yo soy muy católico! Y pertenezco a tal asociación. Esa es la religión del «decir»: digo que soy así, pero hago lo mundano.
Esto del «decir y no hacer» es un engaño. Las palabras de Isaías indican lo que Dios prefiere: Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien (...) Enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda. Y demuestran también otra cosa, la infinita misericordia de Dios que dice a la humanidad: Venid y discutamos. Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve. La misericordia del Señor sale al encuentro de los que tienen el valor de discutir con Él, pero discutir sobre la verdad, sobre lo que hago o no hago, para corregirme. Y ese es el gran amor del Señor, en esta dialéctica entre «el decir y el hacer». Ser cristiano significa «hacer»: hacer la voluntad de Dios. Y el último día —que a todos nos llegará—, ese día, ¿qué nos preguntará el Señor? ¿Acaso nos dirá: qué habéis «dicho» de mí? ¡No! Nos preguntará por lo que hemos «hecho». Lo encontramos en el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo sobre el juicio final, cuando Dios pedirá cuentas al hombre acerca de lo que ha hecho con los hambrientos, los sedientos, los encarcelados, los extranjeros... Esa es la vida cristiana. En cambio, el «solo decir» nos lleva a la vanidad, a disimular ser cristiano. ¡Pero no, así no se es cristiano!
Que el Señor nos dé esta sabiduría de entender bien dónde está la diferencia entre «el decir y el hacer», que nos enseñe el camino del «hacer» y nos ayude a ir por ese camino, porque el camino del «decir» nos lleva a donde estaban esos doctores de la ley, aquellos clérigos a los que les gustaba vestirse y aparecer precisamente como si fuesen una majestad. ¡Y esa no es la realidad del Evangelio! Que el Señor nos enseñe ese camino.
Homilía (14-03-2017): Cristo nos invita a la conversión renunciando al mal
martes 14 de marzo de 2017Las palabras del profeta Isaías de la primera lectura de hoy marcan la senda de la conversión cuaresmal: cesad de obrar mal, aprended a obrar bien. Cada uno de nosotros, cada día, hace algo mal. De hecho, la Biblia dice que el justo cae siete veces al día. El problema está en no acostumbrarnos a vivir en las cosas malas y alejarnos de lo que envenena el alma y la hace pequeña. Por tanto, aprendamos a hacer el bien, que no es fácil: hay que estar siempre aprendiendo. Y Él nos enseña. ¡Pero aprender, como los niños! En el camino de la vida cristiana se aprende todos los días. Hay que aprender todos los días a hacer algo, a ser mejores que el día anterior. ¡Aprender! Alejarse del mal y aprender a hacer el bien: esa es la regla de la conversión. Porque convertirse no es ir a un hada que con la varita mágica nos convierta: ¡no! Es un camino, un camino de alejarse y de aprender.
Por tanto, hace falta valor para alejarse y humildad para aprender a hacer el bien, que se explicita en actos concretos. El Señor aquí nos dice varias cosas concretas, aunque hay muchas más: Buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda... Son cosas concretas. Se aprende a hacer el bien con cosas concretas, no con palabras. ¡Con hechos! Por eso Jesús, en el Evangelio que hemos escuchado, reprende a la clase dirigente del pueblo de Israel, porque dicen, pero no hacen, no conocen la concreción. Y si no hay concreción, no puede haber conversión.
La primera lectura sigue con la invitación del Señor: Arriba, venid y litigaremos. Arriba: una hermosa palabra, una palabra que Jesús dirigió a los paralíticos, a la hija de Jairo y al hijo de la viuda de Naím. Y Dios nos echa una mano para levantarnos. Y es humilde, se agacha hasta nosotros para decirnos: Venid y litigaremos. Dios nos ayuda a caminar juntos para explicarnos las cosas y llevarnos de la mano. El Señor es capaz de hacer ese milagro, es decir, de cambiarnos, no de un día para otro, sino en el camino. Es una invitación a la conversión, a alejarnos del mal, a aprender a hacer el bien... Venga, arriba, venid a mí, discutamos y sigamos adelante.
Pero es que yo tengo muchos pecados... Pues no te preocupes: Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve. Ese es el camino de la conversión cuaresmal. Sencillo. Es un Padre que habla, es un padre que nos quiere mucho, que nos ama mucho, mucho. Y nos acompaña en esa senda de conversión. Solo pide de nosotros que seamos humildes. Jesús dice a los dirigentes: El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
En definitiva, el camino de la conversión cuaresmal consiste en alejarse del mal, aprender a hacer el bien, levantarse e ir con él. Entonces nuestros pecados serán todos perdonados.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Isaías 1,10.16-20: Aprended a obrar bien, buscad la justicia. La mejor penitencia es apartarse del pecado y obrar el bien. Comenta San Agustín:
«Mostrad que sois un cuerpo digno de la Cabeza... Tal Cabeza no puede sino tener un cuerpo adecuado a ella» (Sermón 341,13).
Lactancio dice que la caridad cristiana es la verdadera justicia:
«Da preferentemente a éste de quien nada esperas. ¿Por qué eliges las personas? ¿Por qué examinas los miembros? Has de estimar como hombre a todo el que por esto te pide, porque te considera hombre. Expulsa aquellas sombras y apariencias de justicia y adopta la verdadera y tangible. Da copiosamente a los ciegos, enfermos, cojos, desvalidos , a quienes a no ser que se les socorra fallecerán. Son inútiles a los hombres, pero útiles a Dios, quien conserva su vida, quien les da el espíritu, quien los juzga dignos de la luz. Protégelos en cuanto esté de tu mano y sustenta con humanidad la vida de los hombres para que no mueran.
«Quien puede socorrer a los que están a punto de perecer, si no lo hace los mata. Uno, pues, es el oficio cierto y verdadero de la liberalidad y de la justicia: alimentar a los indigentes y a los impedidos» (Inst. Divinas 6,11).
Así lo afirma también San Ambrosio:
«La misericordia es parte de la justicia, de modo que si quieres dar a los pobres esta misericordia es justicia, según aquello: «Distribuyó, dio a los pobres, su justicia permanece eternamente»(Sal 111,9). Además, porque es injusto que el que es completamente igual a ti no sea ayudado por su semejante» (Sermón 8 sobre el Salmo 118,22).
–La justicia, la misericordia y las obras de caridad han de salir del interior del corazón. «No todo el que dice: »Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos» (Mt 7,21). Lo que ha de cambiar en la penitencia es el corazón, pues es de allí de donde proceden nuestros actos. Con el Salmo 49 proclamamos esta verdad:
«Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios. No te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holo-caustos ante Mí. Pero no aceptaré un becerro de tu casa, ni un cabrito de tus rebaños. ¿Por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mis mandatos? Eso haces ¿y me voy a callar? ¿Crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara. El que ofrece acción de gracias ése me honra; al que sigue buen camino, le haré ver la salvación de Dios»
–Mateo 23,1-12: Ellos no hacen lo que dicen. Debemos dar buen ejemplo no solo con las palabras, sino principalmente con las obras. Lo contrario es el fariseísmo, la hipocresía de los escribas y los jefes de la Sinagoga, que Cristo condena en esta lectura evangélica.
Esta actitud consiste esencialmente en utilizar las prerrogativas propias de la condición de representante de Dios, para, con pretexto de tributarle culto, procurar el propio interés y honra, engañando a los fieles. Las mismas prácticas y gestos religiosos quedan despojadas de su auténtico sentido, ante el deseo desordenado de hacerse notar. Además, el hipócrita pone su ciencia teológica al servicio de su egoísmo, aprovechando su erudición para escoger, entre la casuística de los preceptos, aquellos que le a él le reportan beneficio y cargando a otros con mandamientos de los que ellos mismos se consideran dispensados.
Es un mal gravísimo. Pero es también una tentación para todos, si no fundamentamos nuestras obras en la humildad de corazón y de un amor sincero a Dios y al prójimo. En todo momento hemos de dar a Dios un culto adecuado, el que exige su propio ser y sus obras de amor.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 2
1. De nuevo una llamada a la conversión. Esta vez con palabras del profeta a los habitantes de dos ciudades que eran todo un símbolo del pecado en el AT: Sodoma y Gomorra.
Pues bien, por grandes que sean los pecados de una persona o de un pueblo, si se convierte, «quedarán blancos como la nieve, como lana blanca, y podrán comer de lo sabroso de la tierra» que Dios les prepara. Es expresivo el contraste de los colores: «rojos como la grana... blancos como la nieve». Eso sí, tienen que cambiar su conducta, abandonar el mal y comprometerse activamente en el bien: «escuchad la enseñanza de nuestro Dios... Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones, cesad de obrar mal, defended al oprimido, sed abogados del huérfano».
El salmo de hoy da un paso más: compara la liturgia con la caridad, y sale ganando, una vez más, la caridad: «no te reprocho tus sacrificios... ¿por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos?». La acusación de Dios se hace dramática: «esto haces ¿y me voy a callar? Te acusaré, te lo echaré en cara».
2. La hipocresía que ya denunciaba el salmo -rezar a Dios, pero no cumplir sus enseñanzas en la vida- la desenmascara todavía con mayor fuerza Jesús en el evangelio.
Su punto de mira son una vez más los fariseos, que hablan pero no cumplen, que son exigentes para con los demás y permisivos para consigo mismos, que todo lo hacen para recibir las alabanzas de la gente y andan buscando los primeros puestos. Jesús les acusa de intransigentes, de vanidosos, de contentarse con las formas exteriores, para la galería, pero sin coherencia interior.
Jesús quiere en los suyos la actitud contraria: «el primero entre vosotros será vuestro servidor». Como él mismo, que no vino a ser servido sino a servir y dar la vida por los demás.
3. a) La llamada la oímos este año nosotros: cesad de obrar mal, aprended a obrar bien, buscad la justicia...
Con mucha confianza en el Dios que sabe y que quiere perdonar. Pero dispuestos a tomar decisiones, a hacer opciones concretas en este camino cuaresmal. No seremos tan viciosos como los de Sodoma o Gomorra. Pero sí somos débiles, flojos, y seguro que podemos acoger en nosotros con mayor coherencia la vida nueva de la Pascua. Si cambian algunas actitudes deficientes de nuestra vida, entonces sí que nos estamos preparando a la Pascua: «al que sigue el buen camino le haré ver la salvación de Dios». Algo tiene que cambiar: ¿qué defecto o mala costumbre voy a corregir? ¿qué propósito, de los que he hecho tantas veces en mi vida, voy a cumplir este año?
Haciendo caso al salmo, está bien que recordemos que nuestra Cuaresma será un éxito, no tanto si hemos cambiado algunas cosas de la liturgia, los colores o los cantos. Ni siquiera si hemos cumplido los días prescritos de abstinencia de algunos alimentos. Sino, como la palabra de Dios insiste en proponernos todos estos días, si cambiamos nuestra conducta, nuestra relación con los demás. No puede ser buena una Eucaristía que no vaya acompañada de fraternidad, una comunión que nos une con Cristo pero no nos une más con el prójimo.
b) Apliquémonos en concreto la dura advertencia de Jesús a los fariseos, que eran unos catedráticos a la hora de explicar cosas, pero ellos no las cumplían.
La hipocresía puede ser precisamente el pecado de «los buenos». Nos resulta fácil hablar, explicar a los demás el camino del bien, y luego corremos el peligro de que nuestra conducta esté muy lejos de lo que explicamos.
¿Podría decir Jesús de nosotros -los que hablamos a los demás en la catequesis, en la comunidad parroquial o religiosa, en la escuela, en la familia-, «haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen»? ¿Qué hay de fariseo en nosotros? ¿nos conformamos con la apariencia exterior? ¿somos exigentes con los demás y tolerantes con nosotros mismos? ¿nos gusta decir palabras bonitas -amor, democracia, comunidad- y luego resulta que no corresponden a nuestras obras? ¿buscamos la alabanza de los demás y los primeros puestos?
La palabra de Dios nos va persiguiendo a lo largo de estas semanas de Cuaresma para que no nos quedemos en unos retoques superficiales, sino que profundicemos en nuestro camino de Pascua.
«Da luz a mis ojos para que no duerma en la muerte» (entrada)
«Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien» (1a lectura)
«Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios» (salmo)
«Convertíos a mí de todo corazón porque soy compasivo y misericordioso» (aclamación) «Que esta Eucaristía nos ayude a vivir más santamente» (poscomunión).